Bien, profesor Snelgrove. Resulta que sé que en el futuro no me a hacer falta el álgebra para nada. Y hablo desde la experiencia.-Peggy Sue
La quinta película consecutiva que F. F. Coppola firmaría a secas como Francis Coppola (en alguna parte leí que tenía que ver con la disconformidad respecto al resultado final, pero esto es bastante improbable, dado el orgullo reiterado que ha manifestado por ‘Apocalypse Now’ o ‘Rumble Fish’) es también la primera de una serie de películas (en total tres) en las que no participará absolutamente nada en el guión, sino que se limitará a filmarlo considerándose un simple director profesional que lleva a buen puerto los encargos que le dan.
Estaba bien necesitado de ello. Con el fiasco de ‘The Cotton Club’ nadie quería oír hablar ya de proyectos ambiciosos o de aventuras milagrosas para reflotar su compañía. Tendría que pasar varios años a la sombra. Lo sorprendente es que con esas tres películas, empezando por esta, fuera capaz de filmar un material tan personal, tan inequívocamente coppoliano. ‘Peggy Sue’ está lejos de ser una de sus obras maestras, pero pertenece, sin lugar a dudas, a su mundo personal, y es de una solidez rocosa incontestable.
Más soprendente resulta teniendo en cuenta que era un proyecto de otro director (Penny Marshall), y con otra actriz prácticamente firmada (Debra Winger), sobre un guión primerizo de Jerry Leichtling y Arlene Sarner, al que Coppola sacó todo el jugo posible. Tanto es así que podemos afirmar que se acerca, aunque no sea capaz de igualarla, al tono de ‘Rebeldes’, fundiéndolo con una fábula temporal (casi una parábola) que se puso de moda en aquellos tiempos, aunque con elementos más comerciales que los de Coppola, que se preocupaba más bien por la impresión anímica de una regresión temporal.
No es, en verdad, como ‘Regreso al futuro’. Es otra cosa. Una segunda oportunidad tal vez, o un simple sueño o una alucinación, pero sobre todo un viaje emotivo y muy sobrio, en el que nuestra protagonista se verá de nuevo a sí misma yendo al instituto, peleando con su novio, cantando las canciones de los primeros sesenta y planteándose si realmente pudo elegir la vida que llevó hasta la regresión. Una vez más, el tema del tiempo, ineludible en Coppola. Esta vez olvida su caudal poético y cuenta directamente el paseo temporal, sin importarle la obviedad.
Realización menor pero apasionante
Porque es decididamente menor, en el polo opuesto de la ampulosidad y el vacío de ‘The Cotton Club’, y seguramente por ello más valiosa y significativa para su autor que aquel híbrido mafioso-musical. Coppola se entrega al poderoso sentimiento de la nostalgia, como núcleo catalizador primordial de un relato que en otras manos probablemente hubiera caído en la zafiedad, y narra con una coherencia y una humildad casi tan grandes como en ‘Rebeldes’, también con un mucho de tristeza, como si supiera que con ella inicia unos años grises de endeudamiento.
Todo arranca con una fiesta, como en ‘El Padrino’, donde conoceremos a nuestros protagonistas. Es una fiesta de aniversario de graduación, donde se reencuentra con antiguos compañeros, y con su futuro ex-marido (de nuevo Nicolas Cage, sobrino del director, al que estuvieron a punto de echar, como a Al Pacino doce años antes). En esa fiesta es Peggy la única que se ha puesto un vestido de los sesenta (que además le queda maravillosamente bien), y cuando la eligen reina del baile, termina desmayándose. Cuando despierta…sorpresa, es de nuevo una chiquilla.
Y en ese momento nos vemos inmersos en una versión de la Norteamérica de los 60, fenomenalmente reconstruida por Dean Tavoularis, en un ejercicio de memoria tan sutil y sobrio como detallista. Otra pieza de época para Coppola.
Una de las bazas de esta película es su ambigüedad y su capacidad fabuladora. Poco importa, por tanto, que Turner apenas cambie habiendo retrocedido nada menos que 24 años (como si cambia la caracterización de Cage o de Jim Carrey, en uno de sus primeros papeles). Hemos empezado a querer creernos lo que nos cuenten, también debido a ese tono de realismo mágico y a una espléndida fotografia de Jordan Cronenweth (que venía de filmar ‘Blade Runner’, por ejemplo), que tiende a suavizar la luz de forma evidente, como si nos encontrásemos en un sueño, o en el sueño de Peggy.
Primero llegará a casa, medio alucinada, en un bello momento fantásticamente rodado por Coppola, pues es capaz de hacernos partícipes de la nostalgia de un hogar que no conocemos, pero somos capaces de saber cómo se siente. A fin de cuentas ve a su madre joven de nuevo, y se reencuentra con su padre. Está atónita, pero intenta actuar con normalidad. ¿Es un sueño¿ ¿O el sueño fue un futuro que no se debe cumplir? Poco importa. Enseguida Peggy intentará cambiar esa vida que no le gustaba, rompiendo inmediatamente con su novio (Cage), y futuro ex-marido insoportable, y probando cosas que a su edad le hubiera gustado probar.
Lo bueno de esta historia es que aunque sabemos, o creemos saber, que todo ya ocurrió, Peggy intenta cambiar su destino, y en su retorno al propio círculo, lo que hace es un reconocimiento de sí misma, de las razones que le llevaron a terminar amargada y dubitativa de sus elecciones. Y lo que en un principio es una carrera loca por cambiar el futuro, termina convirtiéndose en una aceptación de que ese futuro llegó por alguna importante razón. La conmovedora secuencia con los abuelos de Peggy, en aquella casa soñada rodeada de árboles es una aceptación parcial de que de los errores también se aprende.
El guión me parece modélico, aunque no es en modo alguno genial. Pero lo suficientemente bien escrito como para permitir una serie de ramificaciones psicológicas y existencialistas todo lo potentes que pueden ser en una tragicomedia tan ligera como ‘Peggy Sue’. Con ella Coppola se reivindicaba como un autor que también sabía llevar (aunque sus últimas películas dijeran quizá lo contrario a los ejecutivos de los estudios) a buen puerto proyectos de encargo. Su éxito de taquilla, sino grande, fue lo suficientemente importante para que Coppola respirase tranquilo y planease su siguiente jugada.
Lo malo es que, como se suele decir, si quieres hacer reir a Dios, cuéntale tus planes.
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