El pasado viernes concluyó la primera temporada de ‘Dollhouse’, la serie que tantos quebraderos de cabeza le ha dado a Joss Whedon. De momento, eso es todo lo que se puede decir, que ha concluido la primera temporada, aunque es bastante poco probable que vuelva un segundo año, puesto que sus cifras de audiencia han sido paupérrimas y a la FOX no le tiembla el pulso.
Así que mientras se despeja la incógnita (la solución, el próximo 18 de mayo en los Upfronts de la cadena), se puede discutir la valía del proyecto. Y aquí es donde tengo mis dudas. ‘Dollhouse’ empezó flojísima, con unos primeros episodios de narración procedimental, mucho tópico y mucha carne (ya se sabe que éste era un proyecto para Eliza Dushku), pero supo remontar a partir, más o menos, del cuarto capítulo. Fue entonces cuando empezó a hilvanar una sugerente trama de dobles realidades, proyectos subterráneos, conspiraciones mundiales y ciencia ficción.
En esos episodios centrales de la temporada fue donde despuntó ‘Dollhouse’. Había similitudes respecto a otras obras de Whedon, pero también sus diferencias: el humor casi autoparódico que suele dejar en todos sus proyectos estaba aquí suministrado a cuentagotas, como si el propio Whedon quisiera hacer de ‘Dollhouse’ una obra más seria. Con más virtudes que defectos, la segunda mitad de Dollhouse apuntaba muy alto, incluso en medio de los rumores de su no renovación.
Y, sin embargo, el episodio final fue un gatillazo en toda regla: desmontó las expectativas creadas con decisiones absurdas, ritmo entrecortado y un mal retrato de muchos de los personajes principales de la trama. Pese a unos cuantos momentos a la altura de lo anunciado, fue decepcionante ver cómo la fuga y posterior caza de Alpha se quedaba en agua de borrajas.
‘Dollhouse’ resolvió mal muchos cabos sueltos. No hubo un clímax competente en esa central eléctrica en la que Alpha y Echo se persiguieron en el tramo final del episodio. Especialmente pobre me pareció el retrato del propio Alpha. El anunciado villano fue uno de los personajes más planos de todos los que han pasado por ‘Dollhouse’: un personaje típico y tópico que, encima, al final huyó sin que nadie le plantase verdadera cara. Y para qué hablar de cómo se planifico y rodó la persecución en las escaleras.
Mal explicada fue también la manera en que el agente Ballard acaba por trabajar para la misma empresa que lleva toda una temporada tratando de demostrar. Su evolución pareció demasiado forzada, quizás por resolverse en un sólo capítulo. No, a mí no me convenció que el simple hecho de liberar a Madeline/November fuese suficiente motivación. Tal vez en el plan futuro de ‘Dollhouse’ entrase que Ballard sea el nuevo agente a cargo de Echo, pero hay veces en que hacer de todo una elipsis no funciona.
Por contra, sí me parece que hay dudas de este capítulo que pueden avanzar caminos interesantes para el futuro, como la relación de Topher con todos los activos. De hecho, creo que Topher y Boyd Langton (¿otro “muñeco” más) son los personajes a los que más juego se les ha sacado y se les puede sacar.
La sensación final fue que se había comprimido demasiado todo el desarrollo del último episodio de la temporada, como si se hubiese pensado para dos horas y se hubiese tenido que recortar. Es una lástima que el notable tramo final de la serie acaba emborronado por algo así. Esperemos, en cualquier caso, que la FOX haga la locura de renovar ‘Dollhouse’ para que podamos ver si esto tiene remedio.
En ¡Vaya Tele! | ¿Por qué ‘Dollhouse’ no ha tenido éxito?
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