Tú eres el especimen humano mas valioso que existe sobre la faz de la Tierra.
-Profesor Stanciulescu
Durante los años que siguieron al estreno de ‘Legítima defensa’, Francis Coppola dedicó sus máximos esfuerzos (a parte de colaborando en proyectos de amigos, en los que no aparecía acreditado) a hacer realidad un ambicioso proyecto del que poco se sabe, más allá de su título: ‘Megalópolis’. Según sus propias palabras, era una película sobre Nueva York, en el pasado y en el futuro, y estaba inspirada en la ‘Conspiración de Catilina’, de Salustio. También se sabe que contactó con un joven actor, de futuro prometedor, por nombre Russell Crowe. Pero todo se truncó en 2001 con el ataque a las Torres Gemelas, y el proyecto ha sido definitivamente abandonado.
Russell Crowe es ahora un intérprete famoso, que ha decidido convertirse en actor fetiche del muy inferior Ridley Scott, y que en mi opinión ha dado mucho menos de lo que prometía a finales de la pasada década y principios de la presente. Y Coppola se lo ha tomado con calma a la hora de volver a dirigir. En 2002 recibía la Concha de Oro honorífica en el Festival de San Sebastián. Parecía que quizá había llegado la hora del retiro. Pero nos equivocábamos: diez años después de su anterior filme, presentaba en el Festival de Roma ‘Youth Without Youth’, adaptación homónima del original de Mircea Elíade, y una de las películas más extrañas (si no la más) de toda su carrera.
Muy pocos la han visto en España, al menos a través de canales oficiales, pues por razones que nunca han llegado a descubrirse, la película vio retrasado su estreno en España, primero, y luego ni siquiera conoció un solo pase en salas de este país. De hecho han transcurrido dos años, y todavía no nos ha llegado ni el Dvd. Miserias del cine actual, y una gran injusticia, pues aunque esta película está lejos de considerarse como de lo mejor de su director, es un esfuerzo muy interesante, un verdadero collage visual, temático y estilístico, que nos revela a un director rejuvenecido, buscando de nuevo su sitio en el arte cinematográfico.
‘Youth Without Youth’ no es, por tanto, un fallido ejercicio de estilo, como muchos han dicho, sino exactamente la película que su director quería hacer. Es decir, la diferencia entre lo que busca y lo que encuentra es, a juicio de quien esto escribe, prácticamente inexistente. Otro asunto es que lo que haya encontrado tenga una gran altura estética, que no es el caso, pero en mi opinión es la película que él quería hacer, con sus defectos y sus virtudes. Qué duda cabe, sin embargo, que los cinéfilos esperaban, posiblemente, algo muy diferente a esto.
Un anciano profesor de lingüística (sorprendente Tim Roth), cuya ambiciosa obra literaria (la que él espera que explique el sentido de todos los lenguajes del mundo) nunca termina, y que dejó escapar a su amor de juventud, recibe el impacto de un rayo que le deja casi muerto. Su doctor (un Bruno Ganz muy sólido) no puede creer lo que ven sus ojos cuando descubre que el anciano se está convirtiendo, ante su estupefacción, en un hombre joven de nuevo, al que le crecen los dientes y el pelo. Estamos en Rumanía, en plena Segunda Guerra Mundial. Pero que no se piense el espectador que es el mágico inicio de una película netamente fantástica, pues en los recovecos de esta inclasificable película cabe prácticamente de todo: tanto fántástico, como cine negro, realismo mágico, misticismos, alegorías, romanticismo, existencialismo.
Pareciera que Coppola juega al despiste con el espectador, y cuando este cree que está en cierto “tipo” de película,
inmediatamente, como un alquimista juguetón y feliz, transforma la materia del relato en algo muy diferente, para quizá regresar a la materia original… por poco tiempo, eso sí. De esta manera, pasamos a un relato de detectives en centroeuropa que recuerda a ‘El tercer hombre’, y a continuación a la búsqueda de un mito femenino, y a continuación… Como resultado puede producirse el agotamiento mental del esforzado seguidor de Coppola. Pero una vez vencida esa resistencia, la película gana con sucesivos visionados, pues una cierta fascinación (esquiva, pero apasionada) se adueña de sus imágenes.
¿No nos recuerda el argumento, o parte de él, además de la ciudad, a ‘Bram Stoker’s Dracula’? De hecho ambas forman un díptico que se alimenta y se explica mutuamente, además de compartir ciertos elementos narrativos, como el barroquismo formal y su desacomplejado romanticismo. Pero también, este profesor nos recuerda al propio Coppola, cuya gran obra (¿Megalópolis’) jamás terminará de ver la luz, y cuya juventud parece haberle abandonado, al menos físicamente.
Pero sólo físicamente, pues el director, con su obsesión por el paso del tiempo, parece haber ido más allá en su conquista de éste, y ha tomado la decisión de retroceder en el tiempo, ofreciendo una película que parece la de un joven cineasta ingenioso, aunque bastante atolondrado, más aún, la de un principiante que olvida todo lo aprendido, y esto último según sus propias palabras. Desde luego, esa sensación prevalece en la película, y aún más en la siguiente, ‘Tetro’, de la que hablaremos a continuación. Al menos en su vida creativa, Coppola ha sido capa de ganarle la partida a la invencible manecilla del reloj.
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