Este próximo viernes se estrena entre nosotros la ópera prima de Lucía Puenzo, hija del realizador Luis Puenzo, y que ha recibido bastantes premios en algunos de los festivales a los que se ha presentado. Nos encontramos ante una película atrevida, temáticamente hablando, que nos habla a través de un muy interesante personaje de la identidad sexual, de los deseos y del amor. La pena es que la película quiera abarcar aún más cosas, las cuales se derivan de lo mencionado, y no teniendo apenas tiempo (la película dura una escasa hora y media) éstas no están lo suficientemente bien tratadas, en incluso parecen metidas a calzador en medio de la trama central, a todas luces mucho más llamativa que todo lo que de ella pueda derivar.
'XXY' da comienzo con el viaje de un matrimonio y su adolescente hijo a una zona a las afueras de Piriápolis, ciudad de Uruguay. Han sido invitados por una mujer, casada y con una hija (de nombre Alex), con el único propósito de que el marido, cirujano plástico, les aconseje sobre cierta anomalía que sufre su hija, a la cual todo el mundo mira como un raro fenómeno.
Lo que más llama la atención de 'XXY' es la sencillez con la que está tratada la historia, sin ningún tipo de pretenciosidad ni paja mental que le haga irse por las ramas. Esto en cuanto se refiere al personaje central de Alex, el cual y por culpa de su "condición", no puede relacionarse con todo el mundo como le gustaría, o por lo menos dentro de unos límites de normalidad. Una persona, que con 15 años, sus hormonas están en plena ebullición, y sus deseos sexuales se enfrentan a sus emociones, el no saber lo que quiere por momentos, y ante todo la necesidad de ser comprendida, o por lo menos aceptada.
En una película que habla en cierto modo del sexo, no falta por supuesto, una escena de sexo, la cual está resuelta con envidiable pericia, y por supuesto con atrevimiento, por todo lo que representa. Me gustaría dar más datos, pero no quiero decir ni un sólo spoiler, para que cuando veáis la película no tengáis ni la más mínima información (muchas veces es la mejor forma de acercarse a un film), aunque por supuesto, el título es una clara indicación de por dónde van los tiros. Algo que se descubre más o menos a la mitad del film, nunca se dice claramente y por supuesto no está planteado como una sorpresa argumental, lo cual la hace más interesante.
Los actores están todos entregados, sobre todo Inés Efrón, que realiza una portentosa creación con un personaje realmente difícil. Su aspecto, además ayuda a la credibilidad del mismo. A su lado Ricardo Darín, como su padre, con el que la relación está bien mostrada, cosa que no se puede decir de la madre, quien parece un pegote en la historia. Así mismo, el matrimonio invitado, junto a su hijo, parecen también pegotes, salvo en el caso del hijo, cuya relación con Alex es de lo más interesante del relato. Precisamente en este personaje, interpretado por Martín Piroyansky, se produce una de esas derivaciones de las que hablaba al principio, y es en concreto en la relación con su padre, personaje no del todo bien dibujado, que en menos de cinco minutos pretenden hablarnos a través de él, de los fracasos en las relaciones paternofiliales, de lo que esperas de un hijo, de la admiración a un padre, de la incomunicación entre ambos, pero lo hace tan de pasada y tan apresuradamente, que simplemente se queda en el planteamiento, sin llegar a ningún lado, algo que por supuesto no ocurre con los personajes de Efrón y Darín.
Una película correcta, que tal vez deje un extraño vacío después de verla, como si a pesar de lo atrevido de su propuesta no fueran capaces de haber indagado mucho más en otras cosas derivadas de la misma. Por lo menos es un film sincero, que nos habla de la comprensión y la aceptación, en el marco de una historia sobre la identidad sexual, y aunque sea dando bandazos, de la tolerancia.
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