Hace poco hablábamos en este mismo ciclo del western sobre 'Los que no perdonan' ('The Unforgiven', John Huston, 1959) con motivo de que Burt Lancaster habría cumplido cien años en este mes de noviembre de continuar vivo. Hoy le toca el turno a 'El hombre de Kentucky' ('The Kentuckian', Burt Lancaster, 1955), peculiar western realizado con anterioridad al citado y que supone la ópera prima del actor. Vaya por delante que esta película no merece estar, en mi opinión, en ninguna antología del género ni muchísimo menos. Vaya por delante que no nos encontramos ante una buena película, tampoco mala, pero está más cerca de lo segundo. No obstante esta película puede verse primero con sentido de la perspectiva, segundo, con mucho cachondeo, mucho. Y a Lancaster le gustaba especialmente. La película, y el cachondeo también.
'El hombre de Kentucky' intenta aunar en un argumento delirante el amor por la naturaleza, el amor por las raíces, por la familia, por las nuevas oportunidades y por el amor verdadero, ese que siempre permanece oculto. Aún no entiendo, y supongo que nunca lo entenderemos, a falta de leer algo al respecto, las razones de alguien como Lancaster para estrenarse como director con esta película a la que la palabra ñoña le puede ir perfecta. Sobre todo después de haber trabajado con algunos excelentes directores, caso de Robert Aldrich, Robert Siodmak, Anatole Litvak o Jacques Tourneur. Las críticas fueron tan destructivas en el momento del estreno que Lancaster tardó veinte años en volver a sentarse en la silla de director. Vista hoy se entiende, aunque por supuesto tiene sus momentos.
(From here to the end, Spoilers) El por qué esta película es perfecta para el término "ñoño" se debe a la historia que se centra en la relación entre Elias Wakefield (Burt Lancaster), un cazador que se gana la vida como buenamente puede, y su hijo del mismo nombre, papel a cargo de un insoportable Donald MacDonald, quien demuestra una de mis teorías con respecto a la evolución del cine desde los tiempos del mal llamado cine clásico. Si en algo ha mejorado el séptimo arte con el paso de los años es en los actores infantiles. Por supuesto hay excepciones pero el señorito MacDonald, que afortunadamente apareció en pocas películas, no es una de ellas. Las escenas compartidas con Burt Lancaster, que son muchas, pueden verse de dos formas. Una, como un enfrentamiento entre un actor veterano y otro que aún no lo es, lo cual es casi una broma de mal gusto; y dos, con el cachondeo mencionado, fijándonos en la cara de Lancaster cada vez que se acerca al niño y viendo claramente que quiere zurrarle por lo insoportable que resulta.
Bromas aparte el film se debate peligrosamente entre el drama familiar facilón y las diferencias entre gente próspera y aquellos que por una razón u otra no han tenido las mismas oportunidades o simplemente la vida no les ha sonreído tan fácilmente. Es en ese punto donde 'El hombre de Kentucky' encuentra sus mejores momentos, como todo lo concerniente al personaje de Walter Matthau, quien debutaba en el cine con esta película dando ya muestras del excelente actor que llegaría a ser. Un personaje perverso que va por la vida a golpe de látigo creyéndose superior a sus semejantes. Sin duda, la escena más famosa es aquella en la que Matthau y Lancaster luchan un buen rato, el uno con un látigo, el otro con sus puños en clara desventaja, y que en cierto modo representa la filosofía del personaje central: hay que ganarse la vida con el propio esfuerzo, de la nada, enfrentándose a todo aquello que se interpone en tu camino.
También podríamos destacar los dos personajes femeninos de la función, ambos enamorados de Elias. Por un lado Hannah (Dianne Foster), mujer sin dinero que ha de trabajar para hombres odiosos para ganarse la vida y que sin embargo es la única que ve el verdadero potencial de Elias; por otro Susie —Diana Lynn, de quien hablamos recientemente en 'El rastro de la pantera' ('Track of the Cat', William A. Wellman, 1954)—, la maestra del pueblo, culta y educada, aquella que supone tener un vida cómoda e integrada en la sociedad. Las diferencias vitales entre ambos personajes son evidentes, y la mirada que se lanzan mutuamente cuando la primera ayuda a Elias en una pelea es uno de esos instantes poderosos en los que no se necesita decir nada. Curiosamente 'El hombre de Kentucky' muestra sus mejores cartas en algunas de las acciones de sus personajes secundarios entre los que también merece citarse a John McIntire, como el hermano de Elias, a quien sólo quiere retener para beneficio propio, o el gran John Carradine, vendedor ambulante, más charlatán que otra cosa y que ofrece un mal uso de la cultura. El desperdicio del talento malgastado.
Irregular en buena parte de su metraje porque a veces no sabe por dónde tirar, 'El hombre de Kentucky' no ha pasado a la historia del cine más que por suponer el debut como director de uno de los mejores actores de aquellos años el cual ofrece una intensa interpretación, como siempre, pero se le va la mano como director con la parte sentimental de la historia, y es que el odioso personaje del niño no aporta absolutamente nada a la trama. En el apartado musical destaca Bernard Herrmann y en la fotografía el gran Ernst Laszlo, que se luce con los maravillosos paisajes aunque Lancaster demuestra a veces no saber dónde colocar la cámara llevando con ello al montador George E. Luckenbacher, en su único trabajo para la pantalla grande, a cierto caos narrativo.
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