La última vez que el cine de terror español dio un auténtico golpe sobre la mesa reclamando su merecida atención por parte de propios y extraños fue en el ya lejano 2007. Por aquél entonces, '[Rec]' colocó al fantástico patrio en boca del público y la industria internacionales con su irrepetible propuesta, rupturista e innovadora en cuanto al manejo del lenguaje y los códigos preestablecidos del subgénero de metraje encontrado se refiere.
Hoy, diez años después, Paco Plaza, la mitad del dúo de masters of horror nacionales que gestó la saga de infectados, vuelve a hacer historia dentro del género con 'Verónica'. Y lo consigue sin necesidad de innovación alguna, tirando de clasicismo, pericia tras las cámaras, y de un alma de autor que desemboca en el terror más genuino, visceral y esperanzador para nuestra industria.
Atacando nuestros nervios a través del corazón
Salvo en momentos tan puntuales como escasos, 'Verónica' prescinde de subidas de sonido y jumpscares para cortarnos la respiración y retorcernos en la butaca. 'Verónica' sabe muy bien dónde apuntar para introducirse en nuestro corazón y apretarlo hasta hacerlo caber en el más diminuto de los puños; y ese área no es otra que la de la propia nostalgia, los recuerdos y las sensaciones experimentadas a lo largo de nuestras vidas.
Los espectadores más entrados en años se sumergirán de forma instantánea en el preciso retrato de la "inocente" España del 91 antes de la apertura al mundo tras las olimpiadas y la Expo de Sevilla del año siguiente. El bar de barrio con sus bocatas de calamares, los jingles publicitarios de la época o las albóndigas servidas en aquellos platos anaranjados translúcidos son algunos de los elementos reconocibles que apelan al sentimiento para, después, utilizarlos en nuestra contra para destrozarnos desde dentro.
Junto a la esencial ambientación, el segundo factor clave que convierte a 'Verónica' en el clásico instantáneo que está destinado no es otro que su quinceañera protagonista. La encantadora adolescente cuyo nombre da título a la película no es más que el reflejo de lo que todos fuimos en su momento en mayor o menor medida: una persona experimentando un despertar de llegada inesperada, y obligada a enfrentarse a los retos y complicaciones de una vida adulta que no había pedido en ningún momento.
Una vez nos ha introducido en su bolsillo a base de cotidianidad y empatía, Paco Plaza libera su potencial creativo y artístico al servicio del horror más puro en el que ouijas, monjas invidentes desfiguradas y entidades demoníacas nos quitan el sueño tomando como base el hecho real conocido como "Caso Vallecas", y elevando a otro nivel el simple carrusel del terror gracias a su sello autoral.
Terror de autor
Si atendemos a las cintas congéneres más celebradas de los últimos años como 'La bruja' o 'Babadook', podemos encontrar en todas ellas un buen número de capas subyacentes que revelan las inquietudes de sus autores reflejadas en sus elaborados subtextos. Esto, que podríamos denominar "terror de autor", también está presente en 'Verónica', transformándola en mucho más que una película de terror al uso.
Lo nuevo de Plaza se esfuerza de igual modo tanto en asustar —de forma más que eficiente— como en remarcar los problemas de su protagónica, dando lugar a un coming of age en el que se aúnan todos los patrones del subgénero: el despertar del cuerpo y la mente, los problemas sociales y familiares que fuerzan a Verónica a ser adulta y responsable antes del devenir natural de los acontecimientos... todo ello representado con un imaginario pesadillesco y una pericia audiovisual totalmente envidiable.
Todo esto funciona en gran parte gracias a Sandra Escacena, su maravillosa y joven actriz principal que, pese a no tener experiencia alguna frente a las cámaras, rebosa encanto, credibilidad y una madurez inusitada. Junto a ella, el trío de sus hermanos en la ficción nos brindan una de las mejores y más orgánicas interpretaciones infantiles vistas en una cinta similar en mucho tiempo —mención especial para Antoñito, frente al que es imposible no caer rendido a sus pies—.
La guinda del pastel la pone un Paco Plaza que, a golpe de oficio y armado con un tono de lo más peculiar y un buen repertorio de temas de Héroes del Silencio —vía de escape del asfixiante mundo que rodea tanto a Verónica como al público—, firma un filme tremendamente personal sin descuidar a un patio de butacas ávido de pasar un mal rato tan divertido como aterrador.
Dicen que aquello de lo que no te despides se queda contigo. Pues bien, sabiendo esto, nos negaremos en rotundo a decir adiós —ni tan siquiera un hasta luego— a Paco Plaza; con un poco de suerte conseguiremos que su genio y buen hacer acompañen a nuestro cine de terror durante mucho, mucho tiempo. Y si es con diamantes en bruto de la talla de 'Verónica', mejor que mejor.
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