'Todos los días de mi vida', recuérdame

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Paige (Rachel McAdams) cae en un coma tras sufrir un accidente de coche junto a su marido Leo (Channing Tatum). Al despertar, ha perdido toda su memoria reciente y no recuerda nada de su historia de amor. Él deberá luchar por salvar su romance, sus vidas.

Aunque existan ejemplos previos, con 'El diario de Noa' (The Notebook, 2004) el dramón romántico, provocador de lloreras, había vuelto al mainstream hollywoodiense, con el aliciente de contar con un grupo de actores jóvenes con vocación para ese tipo de estrellato algo perdido durante los últimos años.

En 'Todos los días de mi vida' (The Vow, 2012) todo sale mal, incluyendo y, especialmente, el drama, que resulta tan inverosímil que provoca que la película sea casi mala, pero, en realidad, buenísima pues todos los actores interpretan un personaje hiper-convencional de una manera harto entregada y, aunque resulte imposible derramar una sola lágrima, el cachondeo está servido. Es una versión hiper-chiflada y juvenil de Noa o la variación melodramática de '50 primeras citas' (50 first dates, 2004) que nunca quisiste ver, pero eso da igual, porque el destino de Hollywood es hacerte creer que sí.

Además, aparece la radiante belleza de Rachel McAdams, probando que es una actriz indestructible, pues su sola presencia eleva este drama a la categoría de muy aceptable. La película sitúa una tragedia basada en hechos reales, pero nunca un accidente de tráfico había sido rodado de una manera tan efectista y harto inverosímil, incluso lenta, empezando el relato del modo menos dramático posible, aunque no sean esas sus intenciones.

Después, un flashback. Allí el personaje y el estilo interpretativo de Channing Tatum, patentando el estilo canallita-pero-cercano-baby que tan bien ha demostrado en su carrera, alcanza cimas. Esa primera cita con post-its amarillos, fotito de guitarra y, sorpresa, lencería cara forma parte de las escenas de ciencia ficción-cachondeo involuntarios más enormes que he visto en el cine reciente. Teniendo en cuenta que son guapos, que él es un canallita intimista y ella es creativa, adorable y no menos bella la mayor parte del tiempo ¿cómo no podemos pensar que son la pareja perfecta? De hecho, rodada de un modo convencional está la escena en la que McAdams, tocando el cielo del sublime viril heterosexual, perdona el cuesco temprano de Tatum en el coche.: si eso nos prueba de matrimonio ¿qué puede serlo?

Porque Rachel McAdams no recuerda ser una hipster renovada, una artista que logra grandes trabajos, y está todavía en esa-fase-en-la-que-se-quiere-licenciar-en-la-escuela-de-Derecho. Su padre, Sam Neill dándolo todo con UN gesto, su antiguo prometido Jeremy, encarnado por un perfecto Scott Sppedman. Lo gracioso de Speedman es que interpreta el papel de carroñero y maquiavélico ex-novio sin ironía alguna, lo cual hace que todo funcione más.

Por supuesto, esto solamente puede acabar de una manera, pero los giros son tan absurdos, la manera que tiene la película de ser previsible a través de un drama que no es tal es tan exagerada y a la vez marciana, que resulta muy complicado poner pegas al conjunto final. Y es que ¿quién puede enfadarse con un vehículo tan diseñado para el lucimiento de sus estrellas pero que no abusa de trucos melodramáticos más que en sus tres actos de rigor?

Aunque lo más inverosímil es que este festival de lugares comunes, esta aplicación casi autista de los giros dramáticos tenga ¡tres! guionistas. Abby Kohn, Marc Silverstein y Jason Katims son los acreditados por las labores de escritura. Por supuesto, la historia original es mucho más difícil y compleja y hubiera dado para un drama bastante matizado, sobre el papel del matrimonio, la rutina y las aceptaciones tácticas que hay en su contrato, pero lo que aquí hay es una historia hollywoodiense en la que el espectador sabe de primera mano quien va a ganar y por qué abstractas razones lo hará. Es decir, el marido va a ganar porque es Tatum jugando su baza de canallita intimista, no porque sea un personaje de definición humana: pero admito que la falta de profundidad juega, inusualmente, a favor de esta película.

Michael Sucsy realiza una labor bastante capaz, al menos si somos justos con el material de partida y tenemos en cuenta que saca brillo de genuinas estrellas a sus dos protagonistas, en estado infinito de gracia. Rogier Stoffers hace un trabajo correcto, nada destacable, de fotografía, capturando ambientes urbanos de la ciudad de Chicago y Rachel Portman y Michael Brooks cumplen su tarea de dar banda sonora al drama romántico.

Y es que esta película es un clásico para primeras citas, un ejemplo claro de camp puro e inalterable y una fuente tremenda de entretenimiento tan calculado como irresistible. El tiempo será generoso con su condición de camp y con sus actuaciones.

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