Aparecida en 2022 en el circuito de festivales, ‘Skinamarink’ fue una de las sensaciones inesperadas del Festival Fantasia, una película totalmente autogestionada y rodada con solo 15.000 dólares que ha conquistado las redes, haciéndose viral en una inusual cronología que incluye filtraciones, piratería, desafíos de TikTok y una tradición desconocida por las generaciones más veteranas menos familiarizada con la estética creepypasta, o conceptos acuñados en youtube y los foros de internet, como el terror liminal.
En noviembre de 2022 aparecía en las redes un tráiler que ya ponía los pelos de punta. Anunciaba una pequeña película que solo tardó en rodarse siete días, usando equipo prestado de la Sociedad de Artes de Cine y Video de Alberta, una organización sin fines de lucro con sede en Edmonton, Canadá, levantando la curiosidad de las redes al mismo tiempo de su presentación en la sección online del festival de Molins en Filmin. Sin embargo, la película se eliminaba del catálogo pocas horas tras su estreno, una filtración indeseada hizo que acabara con rapidez en páginas de descargas, creando una sinergia inesperada.
Terror de duermevela
Pocos podrían imaginar las consecuencias de esa torpeza. Los clips comenzaron a circular en redes y finalmente se volvieron virales en TikTok. Hagstags de gente aterrada y usuarios de youtube aficionados al fenómeno analog horror, encabezado por obras como 'The Mandela Catalogue' (2021) haciendo una bola imparable. Todo el mundo tenía que ver 'Skinamarink' y comprobar si realmente es tan terrorífica como decía el de al lado, como si fuera algún challenge más. Sin embargo, aunque alguna cuenta de cine de terror se aventuró a colocarla entre lo mejor de ese año, lo cierto es que su estreno oficial y comercial no fue hasta 2023.
Fue desde enero cuando su creador Kyle Edward Ball empezó a ver algún dólar tras observar cómo su película se viralizaba sin poder rentabilizarla y con miedo a perder su contrato con Shudder. Afortunadamente, el fenómeno creció y empezó a recibir la atención de medios generalistas. Había algo nuevo en el género y hasta en las páginas más intelectuales querían un pedazo de esta propuesta extrema y sin ningún tipo de posibilidad comercial más allá del interés por ella como pieza de videoarte, con lo que se estrenó de forma limitada.
Skinamarink se desarrolló a partir de un cortometraje previo de Ball, Heck, ubicado en su canal Bitesized Nightmares, una serie de cortos de terror basados en malos sueños que los espectadores recordaban de su infancia. Entre las ideas que generaron sus 39 videos durante cuatro años había una recurrente: niños sin sus padres en casa y un monstruo. Este fue el punto de partida del desarrollo de la premisa con dos hermanos que se despiertan en medio de la noche y descubren que tanto sus progenitores, como las ventanas y puertas de su casa han desaparecido, mientras algo desconocido les observa desde la oscuridad.
Propuesta experimental
El título proviene de una canción infantil que Ball escuchó cantada en una vieja película de Elizabeth Taylor y se le quedó grabada en la cabeza. La usó como título provisional, pero se quedó porque nunca se le ocurrió nada mejor. El nombre solo crea más enigmas en una experiencia de miedo puro concebida con mínimos elementos, cuyas primeras reacciones, o bien explicaban que no te deja dormir si la ves de noche, o la despreciaban como un vídeo interminable de rincones y pasillos mal iluminados. La controversia no hizo más que aumentar la bola.
Lo cierto es que el largometraje no lo pone fácil. Su metraje completo de 100 minutos solo incluye personas en la pantalla durante poco más de 10 minutos. El director pone toda su fe en el espectador acumulando ángulos extraños, planos con cámara colocada cerca del suelo o en lo alto de la esquina de una habitación, tomas estáticas de paredes y pisos. El efecto es un hechizo hipnótico que provoca la entrada en un estado de ánimo en el que prima la espera sobre los eventos. El objetivo es convertir un lugar cotidiano en un lugar inexplicable, salvando la larga distancia, como “la zona” de ‘Stalker’.
El guion de 96 páginas describe meticulosamente cada toma, pero el gran trabajo final se concentró en el proceso de edición, que le llevó cuatro meses en los que aplicó una textura de cine de los 70, tratamientos de grano en donde se desencadena su influencia de Maya Deren y Stan Brakhage y un diseño de sonido inspirado en ‘Eraserhead’ de David Lynch y ‘El proyecto de la Bruja de Blair’, lo que hace que su propuesta sea similar a un found footage, pese a que no sigue un punto de vista subjetivo sino omnisciente y el parecido más evidente es con la estética de vídeo de cámara de seguridad de 'Paranormal Actívity' (2009).
Miedo en texturas
No es extraño el rechazo del espectador promedio, puesto que su desarrollo narrativo es mínimo, pero es refrescante ver cómo un solo cineasta puede proponer un juego radical, de cine en la tradición de ‘Begotten’(1990), en el que el miedo proviene de las formas e ideas que se condensan en la cabeza a partir de las imágenes, aunque no estén ahí, por lo que las sensaciones que provocan son tan subjetivas para cada persona como aquellas imágenes 3D de los 90, en las que podías ver o no la figura oculta. Por ello, es una película que exige que el espectador sintonice activamente con su narrativa impenetrable y quiera quedar atrapado en ella.
‘Skinnamarik’ puede parecer una prueba de fe, mirando espacios y escuchando atentamente el vacío con cascos, hasta que la idea de lo que podría estar en la oscuridad empieza a dejar de ser misteriosa y muta en una traición de los sentidos y la mente que provoca un miedo atávico a todo lo que esta conjura fuera del marco. A veces incluso comienza a engañar a la vista y parece que se pueden distinguir formas dentro de movimientos aparentemente invisibles en la oscuridad, siendo más desconcertante. En última instancia, su colección de planos inclinados e inusuales es un resumen del universo de capas de oscuridad de Ball, de luces de tele de tubo, juguetes y aislamiento.
Es como si la escena de Carol Anne y la televisión el ‘Poltergeist’ se convirtiera en un laberinto de sombras asfixiante y sin salida que busca un terror expresionista y experimental en estructura y estética, para reflejar miedos infantiles a partir de la sensación de vagar de noche por una casa a oscuras frente al ruido blanco crepitante de una pantalla vintage, con inocentes dibujos animados de una época indeterminada que añaden un aura maldita al recuerdo. Los momentos de auténtico miedo aparecen en voces desde el piso de arriba o gritos de los niños, momentos duros que revelan un posible trasfondo de abuso infantil. Su plano final es verdadero combustible de pesadillas.
Un nuevo fenómeno en los márgenes
La película se proyectó en más de 600 cines, una gran cantidad arriesgada para algo tan poco tradicional, consiguiendo con la operación dos millones de dólares, lo que, sin ser un número que respalde el fenómeno en el que se ha convertido, la convierte en una de las más rentables del año, al multiplicar por 133 su presupuesto anecdótico. El director, de 31 años, tiene por delante la difícil prueba del segundo proyecto, probablemente más grande, pero su llegada ya ha definido un nuevo momento para el cine de terror, en un año en el que otras propuestas extremas como ‘Enys men’ o ‘The Outwaters’ llaman a la puerta del cambio.
Sin embargo, ‘Skinamarik’ es la única que se empapa de los nuevos formatos, y los manierismos minimalistas de web series como ‘Local 58’ o ‘Gemini Home Entertainment’, que están tomando el relevo del formato creepypasta para definir un nuevo tipo de terror alrededor de la hoguera basado en tecnologías obsoletas, juegos perdidos y la herencia del falso documental, con un factor interactivo de constante feedback con usuarios de redes sociales de vídeo. Kyle Edward Ball surge junto a nombres de directores queer como Dutch Marich y Robbie Banfitch y sus terrores en el desierto, o películas experimentales como ‘Masking Threshold’ y ‘She's Allergic to Cats’
La tendencia se ha movido hacia los terrores sobre espacios liminales, que se acompaña de títulos como ‘Landlocked’ y supone una vanguardia del género que apenas ha hecho presencia en el mercado de la gran pantalla. Antes de la película de Ball, había ejemplos aislados como ‘Beyond the Walls’ (2016) o la temporada ‘No end house’ de ‘Channel Zero’, pero el nuevo movimiento ha tomado forma en tiktok y youtube, con casos de millones de visitas como ‘The Backrooms’, que ha sido comprado por James Wan para hacer una versión de cine de su webserie, un poco la misma operación de la también relevante ‘Archive 81’, que tratan de abrir al gran público la esencia y estética de historias que han nacido y se perpetúan en los márgenes.
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