Cultivar una patata en un campo árido en el que te han dicho por activa y por pasiva que nada va a poder sembrarse es un milagro. Necesita dedicación, cuidado, minuciosidad, errores, llantos y cruzar los dedos esperando que llegue a buen puerto. 'La tierra prometida' ('Bastarden') es como esa patata: es fría y árida, cuenta ocho películas al mismo tiempo y el ritmo es peliagudo debido a su lentitud buscada.
Pero funciona. Y, al igual que la patata, la película liderada por Mads Mikkelsen brota ante la adversidad dándonos de regalo un festín de buen cine.
Yo quiero Mads, te quiero y quiero Mads
El primer acercamiento a 'La tierra prometida' puede dar pereza. Y es normal. La adaptación de la vida real de un soldado que decidió dedicarse a la siembra de patatas en la península de Jutlandia parece una receta perfecta para echarse la siesta, pero la película no te lo permite gracias a un guion que desgrana muy poco a poco -principalmente mediante gestos y reacciones- a un personaje inexpresivo, duro, acostumbrado al sufrimiento, que sabe moverse como nadie entre la adversidad.
Puede que la película transcurra en el siglo XVIII, pero su discurso de clase es perfectamente extrapolable a la actualidad, teniendo más en común con el moderno "eat the rich" que con el cine de tacitas.
Ludvig lucha, llora, suda y sufre por sacar adelante su sueño frente a las zancadillas de un villano algo desdibujado, casi sacado de un dibujo animado infantil (o, para qué negarlo, del Ramsay Bolton de 'Juego de tronos') con planes absurdamente sádicos para su propio deleite y que, por mucho que disfrutemos odiando, se convierte en una pieza innecesariamente histriónica algo extraña dentro de una cinta que disfruta con su sobriedad.
'La tierra prometida' es, de un primer vistazo, gélida e inexpresiva, igual que su protagonista. Pero al igual que este, siempre tiene capacidad de sorpresa. Los personajes tridimensionales y perfectamente definidos elevan cada una de las escenas, a los que se suma una dirección pausada y un guion medido que se niega a funcionar a base de golpes de efecto, sino aumentando de manera progresiva el rencor y las ansias de venganza, que hacen que sea inmensamente satisfactoria.
Al final, cuando estabas a punto de dejarte mecer por el pasar de los minutos entre vistas espectaculares y personajes rotos, nace una patata cinematográfica. Y se desata el infierno.
Vas tarden
Comentaba al inicio que 'La tierra prometida' quería ser muchas películas en una. Y es cierto. Pero, al contrario que la mayoría de cintas que tratan de alcanzar esta meta y se hunden por el camino, consigue su objetivo uniendo todas las piezas a la perfección en un baile acompasado que estaría desaconsejado por cualquier algoritmo moderno pero que funciona constantemente. Es una pieza de orfebrería manufacturada de un tipo de cine que "ya no se hace". Salvo que, por suerte, sí que se hace. Y de qué manera.
La película dirigida por Nikolaj Arcel es un drama de época, pero también una historia de amor, un retrato histórico, una lucha de clases moderna, una epopeya de reyes y súbditos, un noir vengativo y el retrato de un personaje cuyas convicciones se caen a medida que pasan los días.
Y, además, todo ello envuelto en una épica confrontación clásica de buenos contra malos, ingenuidad contra maldad pura, poderosos contra vasallos, patatas contra la sinrazón. Podría ser una plasta incomestible, pero acaba convirtiéndose en una obra única que acaba por leerse, casi, como un folletín de capa y espada.
Ayuda a ello un Mads Mikkelsen espectacular que llena la pantalla y controla cada minuto de la cinta con la mirada penetrante de quien quiere seguir luchando a pesar de que su cuerpo le pida rendirse. Es uno de los mejores actores de nuestro tiempo (desde 'Otra ronda' hasta 'Hannibal') y sin él, quizá, 'La tierra prometida' no habría adquirido nunca el tono perfecto y necesario para funcionar.
Su impasibilidad es capaz de dejar intuir, mediante sutiles gestos, unos sentimientos vividos en silencio que convierten sus estoicos ataques de violencia en necesarias vías de escape contra la continua frustración.
'La tierra prometida' es violenta, agobiante y da esperanza a algunos de los personajes más profundamente rotos y tristes que el cine nos ha regalado en los últimos años. Como su protagonista, trata de ser fría e inamovible, pero no puede evitar ir cada vez a más hasta explotar por completo con un final no por predecible (y, no lo negaré, repetitivo) menos satisfactorio.
Su intrigante fotografía, sus colores ocres y un guion que mide a la perfección el sutil incremento continuo de velocidad en el acelerador, hacen que la cinta sea una rareza casi venida de otro tiempo, tan fantástica en intenciones como en resultado, que culmina coronando a un Mads Mikkelsen en estado de gracia. Para atesorar.
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