Voy a poner un precio tan alto a tu cabeza… que cuando te mires espejo, tu reflejo va a intentar dispararte a la cara.(Dean)
El inglés Jason Statham sustituye al estadounidense Charles Bronson en este moderno y libre remake de ‘Fríamente… sin motivos personales’ (‘The Mechanic’, 1972), que esta vez conserva en nuestro país su título original, quizá para darle un aire más serio al film, o porque traducirlo por ‘El mecánico’ podría llegar a confundir al público (pese a que en el cartel aparece el protagonista empuñando una pistola). De la puesta en escena se ha encargado el también inglés Simon West, pero podía haber ser cualquier otro, cualquiera de todos esos incapaces realizadores que contribuyen al menosprecio del cine de acción. Porque ellos mismos no respetan el género. Son directores que creen que el ritmo consiste en acelerar y multiplicar los cortes de cada escena, y que despachan la necesidad de espectáculo con grandes explosiones y peleas o persecuciones tan cercanas a la cámara que el espectador apenas puede intuir lo que ocurre. Por desgracia, son mayoría.
La propuesta de ‘The Mechanic’ (2011) es de lo más sencilla, y es lógico, pues responde a demandas sencillas. Statham encarna a un asesino a sueldo, un “mecánico” que arregla complicados entuertos de manera limpia y eficiente por elevadas sumas de dinero (esta comparación no es del todo desacertada), cuya rutina se ve alterada tras un encargo que le afecta personalmente, y desde entonces debe aceptar la compañía de un colega de faenas. El guion de esta nueva versión, escrito por Richard Wenk y Lewis John Carlino, sigue el argumento original pero se toma bastantes licencias, la molestia de limar las asperezas del film protagonizado por Bronson para construir un relato más acorde a nuestros tiempos, lo que por desgracia, en este caso no es algo positivo. Se dota al relato de mayor velocidad y se le resta crudeza, buscando la simpatía con los protagonistas, lo que inevitablemente lleva a un thriller descafeinado, inofensivo y convencional.
La trama gira en torno a Arthur Bishop (Statham), un habilidoso asesino cuya particularidad es que siempre consigue que sus crímenes parezcan suicidios o accidentes. Nunca ha tenido problemas para cumplir sus misiones, hasta que la oscura compañía que le contrata le pide que liquide a un viejo amigo (Donald Sutherland). Tras quedar convencido de que el hombre había traicionado a otros compañeros de profesión para poder superar sus problemas financieros, Arthur cumple su tarea, simulando un robo que acabó en tragedia. Sin embargo, se siente culpable y se hace cargo del problemático hijo de su víctima. Steve McKenna (Ben Foster) quiere aprender el oficio de “mecánico” y se convierte en el aprendiz de Arthur. Juntos forman un equipo que no resulta tan limpio ni eficaz, pero Arthur por fin tiene a alguien a su lado, aparte de la prostituta (Mini Anden) con la que pasaba alguna noche. Todo dará un giro cuando descubra que su empleador le engañó para que matara al padre de Steve.
Como decía, este tipo de propuestas no necesitan de intrincados argumentos ni de elaborados mecanismos para satisfacer por completo al público, ni siquiera de inspiradas actuaciones, la acción pura y dura es su razón de ser, y es fácil activarla. Pero el relato tiene que funcionar, el espectador debe sentirse atrapado por el huracán de imágenes de principio a fin, sin arritmias ni vacilaciones, y ahí reside la complicación. A estas alturas, es obvio que Simon West (‘Con Air’, ‘Tomb Raider’, ‘Cuando llama un extraño’) no tiene ni idea de cómo lograr algo semejante, y lo vuelve a demostrar en ‘The Mechanic’, ya desde los primeros minutos; con un encadenado de planos que no resisten en pantalla más de un segundo, el realizador sigue a un capo mafioso que vuelve a casa, donde se sumerge en las aguas de su piscina, tan oscuras que no le permiten ver que había alguien esperándole en las profundidades. Tras esta bochornosa secuencia, la película remonta un poco el vuelo, aunque solo sea por la aparición de Sutherland (muy breve) y de Foster, que casi salva los muebles.
No creo que esté lejos el día en el que Ben Foster empiece a ser considerado como uno de los mejores intérpretes del cine norteamericano. Es un actor carismático y versátil, con la rara cualidad de resultar espontáneo y libre incluso en productos tan descaradamente industriales como el que nos ocupa (capaz de ahogar la música de Mark Isham); solo el propio Foster podría arruinar su prometedor futuro. Por su parte, Jason Statham parece tener muy claras sus limitaciones y no se está complicando con los trabajos que acepta, lo que siempre conlleva el riesgo de agotar al espectador, al menos el que llena las salas, y acabar convertido en el enésimo “action man” de videoclub. Es un tipo que cae bien, se le ve cercano y honesto, pero no debería relajarse y le sería muy útil fijarse en alguien como Bruce Willis, con quien se le ha comparado a menudo, que entendió pronto la importancia del sentido del humor. El nuevo Arthur Bishop necesitaba eso, y el inglés se ve incapaz. Necesita buscar más esa faceta (como cuando ha trabajado con Guy Ritchie) para complementar la calva y los abdominales, o pronto se quedará sin sitio.
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