En el 2019 los derechos de Terminator volverán a James Cameron, el responsable de crear la saga en un ya lejano 1984 en una de sus mejores películas. Desconociendo si el director añadirá algo a su ya excelente universo, la Paramount se ha apresurado a anunciar una nueva trilogía, despachando sin problemas la tercera entrega de Jonathan Mostow –una floja película con una persecución excelente− y aquel engendro de McG. Teniendo en cuenta las cifras de taquilla, por debajo de lo esperado, no sabemos si la trilogía se completará.
El tiempo, con el que se juega a placer ya desde el primer título, parece demostrar que las operaciones realizadas fuera del alcance de Cameron no tienen la aceptación popular, ni siquiera crítica, que han tenido los dos primeros títulos. No me extrañaría nada ver esta entrega como otro intento aislado de resucitarla sin su creador, por mucho que éste haya apoyado la promoción del film asegurando que ésta es verdaderamente la tercera entrega de la saga. Estoy de acuerdo con él, aunque eso no signifique que estemos ante una gran película, ni siquiera buena.
Regreso al pasado
(From here to the end, Spoilers) Sin duda lo mejor de esta entrega dirigida por el televisivo Alan Taylor –firmante de episodios de grandes series de la HBO, y también de una de las peores películas Marvel, que ya es decir, vistas hasta la fecha− es la operación realizada por los guionistas Patrick Lussier, y sobre todo, Laeta Kalodrigis, similar a la de ‘Regreso al futuro II’ (‘Back to the Future 2’, Robert Zemeckis, 1989), en la que se reescribía la primera entrega jugueteando con los viajes en el tiempo hasta límites insospechados y valientes.
Así pues el primer tercio de ‘Terminator Génesis’ es casi una declaración de amor al film original –también al segundo−, repitiendo secuencias casi completas, incluidas la planificación y el acting de los actores, actualizándose de paso algunas cosas con ello; por ejemplo, los tres gamberros con los que se encuentra el T-800 en 1984 –uno es el mítico Bill Paxton en la película original− eran gilipollas, y ahora lo parecen aún más, casi cayendo en la parodia, tono al que la película se aboca peligrosamente. O ese plano digitalizado de Arnold Schwarzenegger joven, del mismo modo que hicieron en el bodrio de McG.
La pirueta argumental en ese tramo, dejando guiños a un lado, se enriquece al proporcionar situaciones a las ya originales, que derivan hacia otro lado, mientras el ¿suspense? –uno de los elementos mejor tratados en el film de 1984− se adueña de la función, pero cuando el excelente Jason Clarke hace su re-aparición con un John Connor convertido en personaje imposible, todo se va al traste, la filigrana se hace con el producto, y debemos soportar secuencias tan lamentablemente filmadas como la de los dos helicópteros persiguiéndose.
Schwarzenegger en su salsa
Con todo, algunas de las secuencias de acción poseen cierta personalidad, la que imagino debemos adjudicar a Alexander Witt, director de dichas secuencias, y que ofrece momentos inspirados como los del Golden Gate, que chocan estéticamente con lo que Taylor hace en las secuencias más reposadas, como todas las que convierten una atemporal historia de amor en una ñoñería salpicada con el zafio humor que hoy gusta tanto. Los jóvenes Emilia Clarke y Jai Courtney no resisten la comparación con los jóvenes Michael Biehn y Linda Hamilton. El universo alternativo ha debido enviar el feeling necesario a perderse en otras realidades.
Afortunadamente al lado de los dos sosos tenemos a un Arnold Schwarzenegger totalmente entregado a su personaje más conocido, siendo consciente del paso del tiempo, y riéndose de sí mismo y sus aptitudes como actor. Coincido con Josep Parera en que el actor austríaco realiza la mejor interpretación de cuantas ha hecho del T-800, realizando bromas con su capacidad para sonreír y empatizar con el resto, amén de las insinuaciones sobre lo viejo y lo obsoleto, detalles ingeniosos en el guion. Lo de que Sarah Connor le llame “abuelo” es algo que prefiero olvidar —así consta al menos en el subtítulo de las copias en versión original, el término correcto sería "papi"—.
El fornido actor destaca sobremanera en todo el producto al lado de detalles de guion que plantean situaciones interesantes acerca de lo inevitable, de la necesidad del amor, y de la familia. Pero si ya los dos primeros films volvían loco en su planteamiento de viajes en el tiempo, con la sorpresa de que Kyle Reese es el padre de John Connor, y sobre los que era mejor no pensar, simplemente aceptarlo, aquí lo complican aún más con ese Skynet reconvertido en un cuasi fantasma digital –Matt Smith en un elección de casting que también parece un juego, teniendo en cuenta a quién ha interpretado el actor inglés− adhiriéndose así a los nuevos tiempos formales del séptimo arte.
El día del juicio final ha cambiado. Y volverá a hacerlo.
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