Hace años que el romance dejó de ser tendencia. Casi parece increíble en la ciudad de las estrellas, donde, hasta hace bien poco, prácticamente todas las películas, comedias o melodramas, versaban sobre la relación de pareja. El ejemplo más preclaro de la decadencia del género lo tenemos en las nominadas de los Oscars este año.
De las diez seleccionadas al premio de mejor película, ninguna de ellas es romántica strictu sensu. Hay algunas, como 'Los Fabelman' o 'Top Gun: Maverick', que incluyen historias de amor en su trama, pero el tema principal de la película es un conflicto de orden superior, e incluso, como en la película de Steven Spielberg, la ruptura y el desencanto de ese romance idealizado, que parece obsoleto en las primeras décadas del siglo XXI.
'Sí quiero... o no', una rareza en cartelera
Lo romántico ha quedado relegado al cine para plataformas, que amontona títulos de casi idéntica fórmula sin ninguna ambición más allá de la ligereza del entretenimiento. El cine más ambicioso artísticamente, que casi siempre es el que se estrena en salas comerciales, apenas le presta atención.
Es por ello que una película como 'Sí quiero… o no' ('Maybe I Do') se ve sobre todo como una rareza, un perro verde, un título anacrónico y desfasado, casi representativo de otra época y de otros tiempos, peores o mejores, más amargos o más felices. Otros tiempos, por supuestos, en los que sus protagonistas saboreaban las mieles de la juventud y la belleza normativa.
La novedad aquí es contemplar cómo vuelven a enamorarse y desenamorarse una serie de intérpretes de mediana edad que en el pasado triunfaron en diversas películas de índole romántico, en mayor o menor medida. Del grupo excluimos a William H. Macy, que lo imagino con cara de hombre mayor aun siendo un chaval. Tenemos, eso sí, a Richard Gere, inolvidable en 'Pretty Woman' (1990), 'Novia a la fuga' (1999) u 'Otoño en Nueva York' (2000). A Diane Keaton, inmortalizada por Woody Allen en 'Annie Hall' (1977). Y a Susan Sarandon, menos habitual del género, que explotó su vena romántica en títulos como 'Atlantic City' (1980) -está bien, una película romántica un tanto sui generis- o 'Pasión sin barreras' (1990), un melodrama más convencional.
La película dota a sus perfiles de la arquetípica melancolía de la edad madura, cuando todos ellos andan cansados de sus matrimonios, y están a punto de caer en la tentación de un adulterio que, como en las típicas sitcoms de hace veinte o treinta años, nunca se consuma, por la gracia de Dios. Asimismo, contrapone estos personajes a las dudas y miedos de una pareja de veinteañeros a punto de pasar por el altar, la interpretada por Emma Roberts y Luke Bracey.
Otoño en Nueva Jersey
El director y guionista, Michael Jacobs, fue cocreador de una serie juvenil mítica de finales del siglo pasado, 'Yo y el mundo' (1993). Resulta comprensible que casi tres décadas más tarde su debut en la dirección tenga un tono tan crepuscular y esté centrado en la edad madura. Lo mejor de la película tiene lugar en su primera mitad, antes de descubrirse las claves de un enredo que, a la postre, queda en nada y se desaprovecha.
Pero en sus primeros cuarenta minutos hay secuencias muy valiosas, vivificadas y elevadas por el indiscutible nivel de sus intérpretes. Tiene cierta gracia contemplar el deambular de estos personajes desubicados y desenamorados, algo hastiados de vivir, que buscan la luz en la posibilidad de una cana al aire para escapar al irremisible paso del tiempo.
Queda una película corta, directa y discreta, apenas hora y media, bastante heredera de la última etapa del cineasta Garry Marshall, el mismo que había dirigido a Gere en su título más recordado, 'Pretty woman'. Un vodevil nostálgico, grisáceo, melancólico, algo rancio, algo retrógrado, bienintencionado y honesto, finalmente esperanzador y optimista, entretenido y ligero, entre lo anodino y lo elegante.
William H. Macy está espléndido dando vida a un personaje vulnerable, como la mayoría de los suyos y logrando que su trabajo destaque sobre el resto. Susan Sarandon mantiene con gracia el porte de siempre; está divertida, sensual, coqueta, atractiva y digna. Richard Gere defiende su personaje con pose amarga y no pierde pie al enfrentarse a sus compañeros de reparto. Por su parte, Diane Keaton está graciosa… tal vez éste sea el único título a duras penas salvable de su carrera en diez o veinte años.
En cuanto a la pareja joven, o no tan joven, Emma Roberts se ve obligada a mostrar en cada una de sus dosificadas apariciones que su personaje es tierno, adorable y encantador, lo que produce que acabe cargando un poco, y Luke Bracey podría haber sido exactamente cualquier otro actor. En cualquier caso, los fans del género, famosos y dignos de admiración por sus tragaderas, no quedarán decepcionados y la disfrutarán con una sonrisa abierta, descansada, libre, pasablemente lacónica.
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