Resulta cuanto menos curioso que una película como ‘Suburra’ (íd., Stefano Sollima, 2015) llegue a nuestras carteleras justo cuando la situación política en España está pasando de la pandereta a lo directamente insultante e irrespetuoso —se lo debemos a los cuatro alegres jinetes del Apocalipsis, incapaces de ponerse de acuerdo—. El film de Sollima muestra la cruel vida en la Italia del 2011, unos días antes de la considerada llegada del Armageddon.
El 12 de noviembre de dicho año dimitió Silvio Berslusconi tras años y años de corrupción. Esa parte de la historia de Italia sirve a Stefano Sollima para construir una ficción con la que juega a reflejar la realidad de un país que ha sufrido también la crisis económica y una desestabilización política considerable, afectando a todos los poderes, incluido el Vaticano. ‘Suburra’ no deja títere con cabeza. Un film casi coral vestido de cine de gánsteres, y que Netflix ha comprado para convertir en serie de televisión el próximo año.
‘Suburra’ propone una estructura piramidal en su relato. En él se habla de políticos corruptos, sicarios, yonquis, putas, cobardes, etc. Ni un sólo personaje moralmente aceptable hace acto de aparición en el film, ni siquiera aquellos que representan a la no tan bien mirada Iglesia católica. Unos ocupan los puestos más altos de la citada pirámide, otros los intermedios, y otros los más bajos. Uno de los aciertos de la película es que los abarca todos, intercambiando continuamente puntos de vista. Sollima se revela con ello como un narrador excelente.
La mierda humana
(From here to the end, Spoilers) La película muestra lo que muchas veces expresamos como la bola de nieve que cae por la ladera de una montaña y se va haciendo más grande. Obviamente, dicha bola no está compuesta de la purificadora nieve, sino de mierda, en un sentido alegórico. Un político llamado Malgradi (Pierfrancesco Savino) tras una velada sexual con dos prostitutas orina desde el balcón del hotel, afuera llueve, y es esa secuencia, directa, con la suficiente mala leche, la que marca toda la película.
En ‘Suburra’, la mierda sale de las alcantarillas apoderándose de la capital italiana. El poder establecido de la Iglesia católica se tambalea cuando la estructura piramidal de poderes se tambalea. Los de más abajo, los que realmente sostienen sobre sus cansados hombros a los de arriba, pueden rebelarse. La persona más insignificante puede marcar la diferencia, jugando simplemente las mismas cartas. En el caso de ‘Suburra’, la sencilla y milenaria venganza. Venganza por amor. Venganza por humillación.
Todo el film es un engranaje que relaciona a todos sus personajes de forma prodigiosa, sin espacio para las situaciones forzadas ni la siempre arriesgada casualidad. Sollima filma con contundencia, seguro de una planificación que sugiere mucho más de lo que muestra. El montaje que alterna diferentes situaciones se eleva, de forma trascendental, gracias al uso de los temas de M83, que parecen compuestos para la película. La unión de imagen y música en esos instantes, evoca, emociona, nos hace sentir. Catarsis de cara al espectador. Descansos necesarios de la dureza de alguna de sus imágenes.
Revólver
El encargo de hacer desaparecer el cuerpo de una prostituta fallecida por una sobredosis, desencadena una serie de acontecimientos que llegan hasta el mismísimo Vaticano donde se realiza una de las amenazas más atrevidas jamás dichas en un film de esta índole. La bola de nieve citada, llena de mierda, arrasa con todo cuanto encuentra a su paso, y como espectador no siento ninguna pena por aquellos a los que se lleva, a pesar de las excelentes interpretaciones de todos y cada uno de ellos. Ahí está la gracia. No queremos empatizar con ninguno, porque reconocemos la miseria humana en cada uno de ellos.
Y antes de que un inevitable final bañe la pantalla, Sollima nos regala set pieces de antología. La mano dura del director, sin concesiones, sin convencionalismos raros y blandengues, se nota. Mucho. Baste citar dos. La extraordinaria secuencia de acción en el centro comercial, lección de cine. O aquella en la que el fascinante personaje de El Samurai —¿homenaje a la mítica cinta de Jean Pierre-Melville?— decide encargarse de un “problema”, secuencia vista desde la perspectiva de una yonqui —prodigiosa Greta Scarano— y que logra revolvernos el estómago, deseando abrazar más que nunca eso que no existe. La esperanza.
La lluvia finalmente caerá, como intentado purgar todos los pecados cometidos, incluso aquellos en nombre de un Dios que hace tiempo nos olvidó. Los más grandes caerán mientras los más pequeños, supervivientes a golpe de violencia, se esconderán antes de que vengan otros a sustituir a aquéllos. Suburra es un barrio italiano que bien podría ser el nuestro. También un término que se utiliza para hablar de lo peor de nosotros. Pero a veces, sólo a veces, entre toda esa miseria humana, se encuentra la fuerza necesaria en quien menos te esperas.
La lluvia cae. Viola (Scarano) desaparece en ella. Stefano Sollima dedica ‘Suburra’ a su padre. Sergio Sollima estaría más que orgulloso.
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