Eso es muy cruel, Oskar. Les estás dando esperanza. No deberías hacerlo. Eso es muy cruel.- Among Goeth
Después de ese tríptico terrible conformado por ‘Always’, ‘Hook’ y ‘Parque Jurásico’ (la primera muy cuestionable, la segunda lamentable, y la tercera flojísima), que tanto ha contribuido, en mi opinión, a rebajar la altura artística de la carrera de Steven Spielberg, llega un título clave en su filmografía, que él no tiene reparo en afirmar que es la más importante de todas las que ha hecho, mientras que por ejemplo considera ‘E.T.’ como la más personal.
Yo no estoy por la labor de llevarle la contraria. Quizá sea la más importante que ha hecho, aunque puede que también por razones que a lo mejor él no considera, como redimirle de varios años muy poco interesantes. No creo que ‘La lista de Schindler’ sea, ni mucho menos, esa obra grandiosa que muchos han proclamado, aunque está claro que es una película formidable a la que algunos defectos absurdos (y que además, convierten la práctica de la crítica cinematográfica en un ejercicio arduo de llevar a cabo) impiden una perfección absoluta que se insinúa en muchos momentos.
Un proyecto complicado
Y lo cierto es que es un proyecto que pasó por bastantes manos antes de llegar definitivamente a las suyas. Cineastas del calibre de Roman Polanski, Martin Scorsese o Billy Wilder, nada menos, pudieron haberla dirigido antes que él. El primero lo rechazó por motivos personales, el segundo intercambió proyecto con Spielberg (que iba a dirigir el remake de ‘El cabo del miedo’...), y el tercero intentó hacerse con los derechos, pero en el último momento los perdió en favor de Spielberg, cuando podría haberse convertido en el testamento del maestro austríaco, cuya madre fue asesinada en Auschwitz.
En cualquier caso, resulta apasionante la identificación que Spielberg experimenta por su protagonista, Schindler, y por el interpretado por Ben Kingsley, el contable Itzhak Stern. La notoria y en cierto modo célebre (aunque no fue la única de estas características, por supuesto, y hubo otros casos en los que se salvaron a un mayor número de judíos) historia del controvertido hombre de negocios Oskar Schindler, fue descrita de manera admirable en la novela homónima de Thomas Keneally, que Steven Zaillian, un consumado guionista, convirtió en un libreto también admirable, quizá el mejor que ha tenido Spielberg en muchos años.
El cineasta tomó la decisión, incontrovertible, de filmar en blanco y negro (exceptuando su prólogo y su epílogo), decisión que como se puede apreciar por su imagen, es acertadísima, aunque muchos temían que se pudiera acusar al director de pretencioso por ello. Pero es inimaginable esta película filmada en color, aunque se le hubiese aplicado algún tipo de decolorado, o hubieran decidido emplear una luz fría y siniestra. El blanco y negro era obligado, y en su primera colaboración con su ahora operador habitual Janusz Kaminsky (que aquí firma, de lejos, el mejor trabajo de su vida), consigue una fusión creativa total, para una imagen en verdad sublime.
Para el papel de Schindler, Spielberg contrató a Liam Neeson, y podemos afirmar que la decisión fue acertadísima. Neeson encarna al moralmente equívoco Schindler con una fuerza y una verosimilitud en verdad impresionantes y conmovedoras. Pero todo el reparto está a la misma altura. Fiennes interpreta al despiadado Amon Goeth con similar perfección. Kingsley, uno de los actores más completos de su generación, borda a su contable judío sin apenas mover una ceja. Y así todos y cada uno de los muchos intérpretes, protagonistas o episódicos. Cuando se supo que Spielberg había comenzado a filmar la película, muchas fueron las voces que demostraron su escepticismo. Supongo que muchas de ellas se acallaron cuando, al ver finalmente la película, observaron solamente el esfuerzo de Spielberg en la dirección de actores. Pero claro, hay muchos detalles más que señalar.
Complejo y contradictorio antihéroe
El tema de este relato, con el trasfondo del genocidio nazi, es por supuesto el viaje de Schindler desde el cinismo ilimitado de un hombre de negocios implacable y astuto, hasta la compasión absoluta experimentada como catarsis y transformación final. Y este largo viaje es entendido por Spielberg como una peripecia de redención a través de un dolor brutal, sin apenas esperanza. El horror visto muchas veces de frente, con la mirada limpia de un niño asombrado por la capacidad de destrucción y crueldad del ser humano. ¿Y como presenta a este anti-héroe? Es interesante observar que primero vemos sus manos, como hiciera con Indiana Jones, para después armar una magnífica secuencia en la que nos percatamos del poder de persuasión de este arribista sin escrúpulos.
En esta larga secuencia, filmada con maestría, se describe con qué habilidad Oskar se hace amigo de los principales mandos nazis para conseguir lo que se propone: salir de la ruina y forrarse con la guerra. Los azules ojos de Neeson son la viva imagen de la ambición, y en su relación con los hombres de negocios judíos (comiunidad a la que Spielberg no se resiste a criticar por su ánimo de lucro y la cobardía de algunos de ellos) comienza a gestarse su futuro destino.
Pero lo que va a vertebrar este relato son dos relaciones apasionantes, las que unen a Oskar con Itzhak Stern y Amon Goeth, respectivamente la luz y la oscuridad, que curiosamente van a extraer de Oskar lo opuesto a lo que representan. Oskar actúa como un espejo invertido ante ellos: la natural bondad del contable provoca mezquindad y displicencia en Schindler, mientras que la suprema abyección de Goeth (posiblemente uno de los personajes más repulsivos y repugnantes de la entera historia del cine) termina por sacar el lado más compasivo de este hombre tan fascinante y dual.
Schindler, poco a poco, va comprendiendo el momento histórico en el que vive, y la capacidad de ayudar de los judíos de la que goza por su privilegiada posición. Será capaz, por tanto, de pactar con el diablo (porque Goeth es el Mal Supremo), infinidad de veces, sacando partido de él, aprovechándose de su amistad, y aprendiendo a la vez a respetar el estoicismo y la serenidad de Stern.
Rasgos estilísticos
Después de tres películas de las que extraer rasgos estilísticos supone un dolor de cabeza, quizá porque no existían, ‘La lista de Schindler’ ofrece material abundante sobre el que escribir. Sin extendernos demasiado, para no hacer este capítulo demasiado largo, primero: decir que es evidente la gran autoexigencia que Spielberg demuestra durante toda la película. Y segundo: que esta historia es, incontestablemente, un verdadero “jardín”. Es decir, que el director se la juega, y de qué forma, llevando a cabo este proyecto.
Ahora bien, y después de dejar claro lo que opino de estos puntos, ‘La lista de Schindler’ queda, bajo mi punto de vista, por debajo de maravillas como ‘Shoah’ o ‘El pianista’. Por la sencilla razón de que el camino que se traza a sí mismo, Spielberg no es capaz de seguirlo durante toda la película. Me explico. Influenciado o inspirado de manera directa por las imágenes de la época y por películas como ‘Alemania, año cero’ (Roberto Rossellini, 1948), muy superior también a ésta, el director navega tanto por las aguas del melodrama histórico como por las del drama realista, y en ocasiones su barco zozobra, aunque nunca llegue a naufragar.
Visualmente alterna de manera brillante una narración cercana al documental de época (reforzado por un empleo soberbio de la cámara en mano), con una puesta en escena más clásica, aunque igualmente fluida, con un gran sentido de la atmósfera y un ritmo que no decae jamás. Y no le tiembla el pulso, narrando con una convicción inusitada esta progresión de atrocidades. Sin embargo, a medida que avanza el relato, estilísticamente sufre incoherencias y su mirada se resiente de ello. Para entendernos: esta historia nos acerca a las vidas de Schindler y sus empleados judíos, salpicada por momentos de horror, pero no siempre Spielberg está a la altura moral y estética de lo que narra.
Un ejemplo: un judío manco de avanzada edad es ejecutado por los nazis, y poco después de ello, Spielberg regresa al cadáver, aún con los ojos abiertos, y su cámara se aleja junto con la sangre. Es innecesario, tendencioso, y manipulador en extremo, tomando esa decisión. Sin embargo, muy poco después, Goeth manda ejecutar a la capataz judía que avisa de los malos cimientos de un futuro edificio. Ahí Spielberg es frío y despiadado, no hay un plano contemplativo o especulativo, sino la pura verdad, un balazo despiadado que nos pone la carne de gallina.
Más ejemplos: en la larga y escalofriante matanza del gueto, Spielberg alterna lo sublime (el plano de la anciana caminando por calle, adelantada por un grupo de furiosos nazis; el rosselliniano momento de la ingesta de objetos de valor) con lo vulgar y facilón (el nazi pianista tocando, mientras suenan los disparos y se ilumina el edificio con intermitencia). Y en cuanto al famoso y polémico momento de la niña vestida de rojo, creo que es una figura burda con la que Spielberg quería construir una metáfora entrañable del genocidio (el rojo quizá simbolizando la sangre derramada, como si fuera necesario simbolizar nada, el rostro espantado de una niña por cierto preciosa simbolizando la pérdida total de humanidad de los nazis) pero que resulta ñoño y tosco, y que rebaja la altura de esta escena.
Dos secuencias, eso sí, en las que Spielberg enseña el horror sin falsas componendas: la cremación de los cadáveres exhumados, y el paseo de las mujeres por el infierno en la tierra que fue Auschwitz. Ambos pueden ser los dos mejores y más escalofriantes momentos filmados jamás por Spielberg. Es conmocionador observar al nazi disparando a la pira de cadáveres (uno de los planos más desoladores que recuerdo haber visto en un cine), y es terrorífica la recreación del más famoso y siniestro lugar del siglo XX. Pero no siempre Spielberg mira al horror con semejante aplomo. Y el epílogo me parece, de nuevo innecesario, así como la caída en el sentimentalismo de ver llorar a Schindler en su despedida a sus empleados.
Conclusión
Una gran película, que roza con los dedos muchas veces la maestría, pero que no la atrapa a manos llenas. Spielberg recupera el talento perdido, o aguado, de sus realizaciones previas, y filma, junto con ‘Tiburón’, ‘E.T.’, y ‘La última cruzada’, una de sus películas más completas y conmovedoras. Se echa en falta, eso sí, una mayor cohesión estilística. Spielberg no es Rossellini, Polanski o Lanzmann, pero vuelve a ser Spielberg. La colección de barbaridades nazis en ocasiones es manipuladora, pero también en otras respira una verdad incontrovertible.
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