Hace 25 años, Warner decidió que sería una buena idea fusionar el talento innato de Michael Jordan, el carisma de Bill Murray y la rotunda perfección de sus personajes animados en una película que, si bien era irregular, al menos tenía una razón para existir. Bueno, tenía esas tres. Ahora es el turno de 'Space Jam: Nuevas leyendas', una secuela que se queda, bueno, en lo de irregular.
Pretemporada desanimada
Durante la primavera de 2018 Steven Spielberg, que todo lo sabe, tropezó un tanto con aquella piedra de Ernest Cline titulada 'Ready Player One'. La película adaptaba una novela que solo tenía una intención nostálgica y que de alguna manera supuso un reto para una industria que no se veía capaz de trasladar semejante armatoste al audiovisual. Pero se hizo. Con mayor o menor fortuna, Spielberg lo consiguió.
A mediados de los 90 no existía nadie en ningún planeta con el poderío y leyenda de Michael Jordan. 'Space Jam' llegaba 8 años después de aquel hito entre imagen real y animación dirigido por Robert Zemeckis protagonizado por un conejo y un detective. Por supuesto, la película de Joe Pytka (su única película, de hecho) estaba a años luz de '¿Quién engañó a Roger Rabbit?', pero era un producto digno con la idea de entretener a los fans de Jordan, de los Looney Tunes y de Bill Murray.
Los tiempos han cambiado, el celuloide ha desaparecido y las latas de película han dejado paso a los almacenamientos digitales y los servidores. Precisamente en uno de esos se desarrolla esta desventura protagonizada por un padre de leyenda y un hijo con un talento que su padre no quiere ver. LeBron James quiere ser algo más que un gran jugador de baloncesto. Ahí está su papel en 'Y de repente tú', curiosamente una de las películas más flojas de Judd Apatow. Su papel en 'Space Jam: Nuevas leyendas' es algo más sencillo, puesto que se interpreta a sí mismo. Y aún así hay momentos en los que no parece estar muy convencido de lo que está haciendo.
Cuando James y su pequeño hijo Dom quedan atrapados en un espacio digital por una IA malvada (Don Cheadle pasándolo peor que el protagonista), la estrella de los Lakers (ahora) deberá hacer equipo con los Looney Tunes y tratar de regresar a su mundo ganando un partido de baloncesto al rival más complicado de su vida.
Es que incluso la sinopsis de la película huele a despacho cerrado. No hay ni una sola decisión en la película que esté en el lugar correcto. Para empezar, los críos que vayan ahora al cine no van a tener ni idea de quién demonios era Michael Jordan, así que, para qué demonios malgastar una bala con un chiste sobre actores con el mismo nombre que probablemente los padres tampoco vayan a entender.
Siguiendo con las decisiones menos acertadas, hablemos del público. Hablemos de la insistencia (o la preferencia) por 'Juego de Tronos' o la franquicia de 'Harry Potter', presencias constantes durante las eternas dos horas de metraje que ocupan la película. Además de un trillón de referencias de la casa (y algunas adopciones), el público "normal" que es "invitado" al partido es demencial. Parece un chiste. Parece un spot una nueva plataforma de contenidos.
Y luego está la edición de la película. Lo que debería ser una secuencia de montaje simpática a la hora de enrolar a los miembros del equipo se convierte en una indigesta sucesión de escenas copiadas y pegadas absolutamente aleatorias que, encima, no tienen un mínimo de continuidad ni sentido. Sí, casi todo está rematadamente mal en una película que debería estar protagonizada por unos dibujos animados que tardan una cuarta parte de la película en aparecer. Y, luego, cuando aparecen, hacen una cosa con Bugs Bunny que nos lleva a pensar en la primera película de Mortadelo y Filemón dirigida por Javier Fesser.
Son ellos, estaba claro, lo mejor de la función. Un par de chistes del pato Lucas, un rap del personaje menos propenso a rapear y poco más. Y es que incluso a los malditos Looney Tunes se les nota algo cohibidos, como si en realidad fueran ellos los más conscientes de la terrible maniobra mercantil en la que están movidos. Maniobra que por desgracia no es la primera ni seguramente la última de una industria que no tiene miedo a ese tipo de jugarreta. Y ahí tienes la última e insoportable película de 'Scooby Doo' para confirmarlo. Falta flagrante.
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