'Sing Street', regreso al pasado

'Sing Street', regreso al pasado

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'Sing Street', regreso al pasado

Una calle de Dublín. Un músico callejero de voz potente y desgarradora interpreta una de sus canciones, mientras una vendedora ambulante de flores se queda prendada, en un sentido musical, de lo que oye y ve. Sueños que se cruzan. John Carney se daba a conocer al mundo con ‘Once’ (íd., 2006), aunque tuviese ya dos películas a sus espaldas. De músico a director de cine, y a demostrar que la mejor pareja artística que existe es el cine y la música. La película ganó un muy merecido Oscar a la mejor canción original.

New York. Los sueños allí son los mismos, pero con enormes luces de neón. Un productor perdido da con una cantante a la que considera genial. Sólo por la portentosa secuencia en la que él imagina las armonías y acompañamientos de una sencilla canción, ya merece la pena. Podría decirse que es Once 2, pero con más pasta y esa excelencia que es Mark Ruffalo. El dirigir a una estrella tan limitada como Keira Knightley le acabó pasando factura. No funcionó. Así que Carney volvió a Dublin.

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‘Sing Street’ podría definirse como Once 3. Un retorno a los lugares y ambientes que mejor conoce. Alejado de la mega ciudad, en la que cualquier brillo es confundido con arte, esta vez Carney opta por el formato scope. Un cambio importante con respecto a las otras dos películas. También se suma a la nostalgia ochentera que nos ha invadido en los últimos dos años. La película se desarrolla a mediados de esa década, haciendo un repaso por la música de aquellos años.

Grupos como The Cure, Ahá, Duran Duran, Motorhëad, entre otros, suenan por el soundtrack de ‘Sing Street’, estableciendo un diálogo entre forma de vivir y pensar. Se nota que Carney fue músico —que lo sigue siendo, eso no se pierde nunca— ya que dota al film de una estructura musical, además de incidir en elementos varios de la vida de cualquier músico o fanático musical. La creación de un grupo, buscar a la gente adecuada, la composición de temas, el primer e ilusionante concierto con público…

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Aquella forma de mirar que perdimos

Hay un instante particularmente genial en el film, aquel en que la banda prepara un concierto en el colegio. Utilizando como puente hacia el pasado la película ‘Regreso al futuro’ (‘Back to the Future’, Robert Zemeckis, 1985) —y que ninguno de los presentes allí ha visto—, se toca un tema con estilo de los años 50. La alegría de la canción traspasa al joven e ilusionado protagonista —muy convincente Ferdia Walsh-Peelo en su única interpretación para el cine— que se imagina la vida perfecta. Ahí el scope es necesario. La idealización tiene en ese momento cuerpo y música.

Si ‘Once’ y ‘Begin Again’ narraban historias de amor, o desamor, desencantadas, con el sabor de la realidad en personajes que ya poseían una edad, ergo una experiencia, en ‘Sing Street’ se filma más o menos la misma situación —las similitudes entre las tres historias son numerosas— con una vital diferencia: los protagonistas son adolescentes. Los sueños, la ilusión, el enamorarse, el querer descubrir el mundo, escribir canciones de amor, o fugarse con la persona amada, no poseen una mayor ilusión que cuando se tienen 16 años.

Es por eso que el final de ‘Sing Street’, con ese mar esperanzador —y un barco grande haciendo de guía—, es enormemente coherente con las intenciones de Carney. El director hurga en nuestros recuerdos. Tal vez no escuchamos las mismas canciones, pero los significados son los mismos. Nos hace recordar aquellos maravillosos años, los que cada uno guarda dentro de sí. Y no sólo gritamos con el hermano su felicidad. En algún rincón de nuestro corazoncito inventamos la oportunidad de aquel chico y chica de Dublin. También de Steve y Gretta.

Por cierto, la banda sonora contiene temas tan cojonudos como éste. Como dice el crítico Nicolás Ruiz —ex-componente importante de la comunidad de Blogdecine—, si hace 'Once 4', la compro.

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