Cuando Debbie (Leslie Mann) cumple cuarenta años, su marido Pete (Paul Rudd) se ve envuelto en una encrucijada profesional que no desea perdonarle y su vida amorosa se ve resentida por sus labores como progenitores de dos niñas (Maud e Iris Apatow).
Mucho se ha comentado que 'Si fuera fácil' (This is 40, 2012), la cuarta película del productor, escritor y director Judd Apatow, es en exceso autobiográfica y, además, endogámica. Se dice porque hay, al menos, tres de sus más cercanos allegados en la película. La esposa del film es la misma, Leslie Mann, y sus hijas interpretan a las revoltosas descendientes del protagonista, encarnado por Paul Rudd.
Me sorprende dicha crítica. Puede uno rodar su vida, tantas veces como pretenda, pero difícilmente será bueno observando su vida, viéndola desde fuera. El mérito de Apatow es tremendo: no importa cuan autobiográfica sea o pretenda ser su película, sino como de lúcida y penetrante es su mirada. No está justificando su vida, ni usando excusas para la endogamia: está penetrando en ella, trabajando a través de sus capas.
Esta es, por si hace falta decirlo ya, la mejor película norteamericana más o menos comercial, o de fácil acceso en salas, rodada en 2012 y una de las mejores de este año que acaba de empezar. Difícilmente vamos a encontrar otra película así: tan bien dirigida, pero con sutileza, tan bien hablada, y usando en este caso el idioma inglés y su slang, y tan absolutamente libérrima, renunciando a una estructura convencional de tres actos.
Porque la película no termina. Examinamos las relaciones privadas de sus protagonistas, con dos padres disfuncionales presidiendo la acción. El padre de él (Albert Brooks) es irresponsable y tiene una relación de dependencia absoluta con su hijo, económica y emocional. El de ella (John Lightow) es frío, distante y no parece capaz de comunicarse. El personaje está agrandado por la cualidad tremenda y señorial de un Lightow que no ha dejado nunca de ser un actor solvente, pero que al fin encuentra un guión que le permita desplegar sus aptitudes.
Y el conflicto laboral de ella lo representa una chica joven (encarnada por una sorprendente y divertidísima Megan Fox). Entre estos personajes, Paul Rudd y Leslie Mann se odian, se aman, y se dan un mutuo asco causado por el exceso de rutina. La película termina de manera conmovedora, a los sones de Ryan Adams, en un punto que no conviene desvelar pero que intuyo agridulce para la gran mayoría de espectadores.
Aprovechando su pasado como gran escritor de comedia, Apatow es capaz de colar chistes brillantes de todo tipo, siendo los que hace a costa de dos series televisivas los más hilarantes y seguramente, los más anacrónicos dentro de un tiempo. Pero de estos chistes, no depende el efecto dramático principal de la película.
Judd Apatow, un cineasta sensible y valioso, no quiere comprar nuestras emociones, no a costa de la promesa de que los problemas se van a resolver si aligeramos (Dramáticamente) sus consecuencias. Ese no es el tipo de ficciones, las tópicas y las convencionales, que interesan a este cineasta vibrante. Apatow está más preocupado sobre lo posible, sobre lo que sucede tras la convivencia, sobre las expectativas y los deseos frente a la realidad.
Y por eso su historia no termina, porque no termina el matrimonio si no es con un divorcio o con un fallecimiento, sino que queda en suspenso, porque todo cuantos nos quería contar es un momento concreto de unas vidas no menos particulares. Hacía mucho tiempo que no veía una película tan libre y tan sensacional y este viernes se estrena.
Su tema lo canta, como he dicho ya, Ryan Adams: "No recuerdo cuando éramos salvajes y jóvenes / todo se ha disuelto en la memoria / me siento como alguien a quien no conozco". Madura, triste, exquisitamente iluminada y dirigida, este es el cine íntimo que tanto parece haber sido desecado de la cartelera.
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