Nadie, ni siquiera el propio Shyamalan, podía haber previsto que el siguiente paso que iba a dar dentro de la industria cinematográfica iba a convertirlo casi de la noche a la mañana en el cineasta más alabado y buscado del Hollywood de finales del s.XX y principios del s.XXI. De ser un director que había rodado dos "peliculitas" de muy limitada repercusión artística y de taquilla, Shyamalan pasó a ser el responsable directo del segundo mayor éxito de la taquilla estadounidense de 1999 —por detrás de cierto primer episodio de la saga galáctica más famosa de la historia del cine—, un éxito que después terminarían de subrayar seis nominaciones al Oscar.
Incluyendo entre ellas las de Mejor Película, Director, Guionista y Actor Secundario —una nominación ésta de lo más injusta, como veremos más adelante— lo que 'El sexto sentido' ('The Sixth Sense', 1999) hizo por la carrera de Shyamalan equivaldría, por poner un ejemplo coetáneo con ella, a lo que ese mismo año consiguieron los hermanos Wachowski con la primera parte de 'Matrix' ('The Matrix', 1999), esto es, una cinta que revolucionó en cierto modo la industria, que puso en primera fila unos nombres que no eran conocidos por el gran público y que terminaría por convertirse en el inesperado rasero por el que, aún a día de hoy, se miden las propuestas de los cineastas.
Tanto es así que, como comentaba en el anuncio de este especial dedicado, no creo nada casual que el cineasta haya optado en su último filme por volver al cine de terror y que, además, lo haga con una producción que entronca con la extendida corriente actual del found footage. En otras palabras, que después de haber tenido que soportar durante años a muchas voces exigiéndole que retomara el discurso de su tercer título, al artista no le ha quedado más remedio que claudicar y hacerlo, además, con una producción de presupuesto ridículo —sólo ha costado 5 millones de dólares— que "garantice" que el batacazo, de haberlo, no se convierta en una debacle suma.
Actores para el miedo
Decía Bruce Willis al referirse en su momento al guión que Shyamalan había escrito para 'El sexto sentido' —un guión que el entonces presidente de Walt Disney Studios compraría sin el apoyo corporativo de la compañía y que después sería vendido por la misma a Spyglass— que el libreto de la cinta era "el mejor que he leído en mi vida", dando así una de las tres claves fundamentales en las que descansa esta soberbia y excepcional propuesta que es la historia de Malcom Crowe, un psicólogo infantil de gran éxito y Cole Sear, un niño introvertido y frágil que vive acosado por el miedo y que oculta un secreto imposible de imaginar.
En su seno, en unas páginas comedidas que pocas veces se dejan llevar por las argucias típicas del cine de terror comercial y que, toda vez quedan puestas en escena, nadan a contracorriente para argumentar con razones de peso la extraordinaria personalidad visual de Shyamalan; el guión de 'El sexto sentido' aúna tan dispares referencias que el hecho de que la cinta no termine siendo una amalgama amorfa y arquetípica es ya todo un logro en sí mismo. Como también lo es la delicadeza que desprende el conjunto en todos sus parámetros empezando por la alucinante labor de su trío protagonista.
Con la eterna sombra de John McClane cual espada de Damocles, la radical apuesta que realizó aquí Bruce Willis en la búsqueda de un registro nada usual en su trayectoria se vio recompensada con creces por el que es uno de los mejores y más complicados personajes a los que el actor ha tenido que dar vida en la gran pantalla. Grisáceo y sumido siempre en una melancolía sobre la que sólo el final arroja luz, el Malcolm Crowe de Willis encuentra opuesto en la luminosa interpretación de esa madre soltera que adora a su hijo y que está dispuesta a lo que sea por él a la que da vida una superlativa Toni Collette.
Ahora bien, es entre ellos donde 'El sexto sentido' encuentra su cénit: Haley Joel Osment. Demostrando de nuevo como ya había hecho con 'Los primeros amigos' ('Wide Awake', 1998) que su talento a la hora de sacar lo mejor de los actores infantiles no conoce igual —o no conocía, como ya veremos...—, lo que Shyamalan extrae de Osment encuentra precisa traslación en la inmensa altura de la asombrosa madurez que demuestra el niño de diez años a través de la caleidoscópica composición de un personaje que, tanto o más principal de lo que es el de Willis, deja incontables momentos de esos que nunca podrán borrarse de la memoria cinematográfica.
No estamos solos
Dejando aparte el ultra-parodiado instante de la confesión del secreto de Cole, y destacando en términos generales el verismo y la honestidad que desprende durante todo el metraje el trabajo del chaval, si hay algo que se asocia al personaje y que es fundamental a la hora de apreciar 'El sexto sentido' como algo más que un mero filme de terror —que lo es y de qué manera— eso es el discurso de fondo que el guión de Shyamalan propone acerca de la necesidad de comunicación como el principio básico sobre el que debe establecerse cualquier relación, sea de la índole que sea.
De forma muy inteligente, el director y guionista elige a un psicólogo para poner en juego dicha reflexión a través de una profesión que no podría existir sin el diálogo. Y es a través de las muchas situaciones que la ausencia o mala calidad del mismo genera a lo largo del metraje que Shyamalan diserta a placer sobre las dramáticas consecuencias a las que puede derivar la incapacidad para comunicarnos con los seres que, queridos o no, forman parte diaria de nuestra existencia. Por no poder hablar, por el miedo a que lo que diga no podrá ser aceptado, Cole está paralizado, se considera a sí mismo un "pirado" y es objeto de miradas esquivas por adultos y compañeros.
Pero eso comienza a cambiar cuando poco a poco se abre a Malcolm y el adulto se gana su confianza. "Estoy preparado para contarle mi secreto". Arranca así el momento clave de la relación que se establece entre los protagonistas y, por extensión, de la cinta. Pocas veces se ha dicho más con menos palabras. "Veo muertos" afirma el atemorizado niño mientras la cámara se acerca, elocuente —demasiado elocuente, temía Shyamalan—, al rostro asombrado de Bruce Willis. La efectividad del instante descansa sobre la sinceridad en el uso exclusivo del primer plano y la sencillez del montaje plano-contraplano de toda la secuencia.
'El sexto sentido', depuración de formas
La secuencia anterior no sólo es uno de los mejores ejemplos de lo que dos de los tres pilares básicos en los que se sustenta 'El sexto sentido' —actores y guión— llegan a ofrecer en los ciento siete minutos de metraje, sino que viene a hablarnos de un sesgo de la dirección de Shyamalan, el de la sencillez y la elegancia que, maridado con una constante inventiva visual que seguirá evolucionando en sucesivas producciones, nos deja instantáneas y momentos que quedan grabados en la retina a perpetuidad.
Jugando aquí por primera vez con el color como elemento de transmisión muda de mensajes —algo que seguirá explorando en su cine posterior— y recalando de nuevo en esa constante inamovible de sus filmes que es el amor, el juego narrativo de Shyamalan, con sus trampas, es de una genialidad supina: la forma en la que el cineasta genera el desasosiego desde los elementos cotidianos y la huida consciente en la mayor parte del metraje de los golpes de efecto —ínfimas son las concesiones a la galería en este último sentido— se unen al asombroso y conciso funcionamiento de la partitura de James Newton Howard para, como decía, concretar instantes de genio.
Entre ellos, no cabe duda, el prólogo en casa de Malcom, el juego de tira y afloja entre éste y Cole en el salón de la casa del niño, todo lo que sigue a la escena de la revelación cuando el chaval llega esa misma noche a su casa y se suceden las "visitas" —lo del ama de casa suicida sigue poniendo a prueba mi tolerancia al miedo—, la reproducción de la cinta de Vincent, la visita al hogar de Kira, la suma emotividad del encuentro entre madre e hijo y, por supuesto, el final, ese giro que dejó atónito a medio mundo hace dieciséis años y que, por mucho que se sepa, sigue sorprendiendo por su audacia y valentía.
Reducir 'El sexto sentido' a ese revelador momento, como muchos han intentado a lo largo de los años, es un ejercicio que denota ante todo la incapacidad para asumir que antes de que se resuelva la trama de Malcom hemos asistido a un recital antológico de cine con mayúsculas. El final sólo es la guinda de un pastel perfectamente diseñado y cocinado; una guinda necesaria que insiste en los dos mensajes clave del guión, pero una guinda al fin y al cabo. Sin ella ya estamos hablando de un filme sobresaliente. Con ella, de uno que roza lo magistral.
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