Telecinco está con 'Sálvame', por ponerlo en términos de ruptura real, en ese momento en el que se ha apuntado al gimnasio y se ha descargado Tinder tratando de demostrar que está muy bien sin su ex. Pero no lo está.
Ana Rosa Quintana se ha quedado estancada con una fracción de la audiencia del programa del corazón y, mientras tanto, sus protagonistas han estrenado en Netflix la segunda parte de '¡Sálvese quien pueda!', como si fueran unas vacaciones a todo lujo que se han pegado para impresionar a su ex en Instagram. El problema es que la sonrisa se nota, por así decirlo, fingida.
México lindo y querido
Netflix aprendió de sus errores con la primera temporada de 'Sálvese quien pueda', donde los mejores momentos fueron aquellos en los que les dejaban hablar y discutir con libre albedrío, sin estar sujetos a obligaciones de guion. La clave para que este grupo funcione no es ponerles pruebas al estilo 'The Amazing Race' o, más bien, 'An Idiot Abroad', sino sentarles en torno a una mesa y dejar que las rencillas empiecen a abrirse camino. Puede que sobre el papel estén de vacaciones, pero no pueden nunca dejar de estar en modo 'Sálvame'.
El público también ha notado esta extraña dicotomía porque se ha hundido en audiencias. De hecho, se estrenó directamente en el sexto puesto semanal de las series más vistas en nuestro país tras 'Griselda', 'Berlín' o 'Engaños', entre otras. Un desastre en toda regla que hace peligrar su futuro en el streaming. Haberse quedado a medias entre el público de 'Sálvame' y el de Netflix ha hecho que se quede también a medio gas. Y, sin embargo, quizá merecía un poquito más. Ha faltado entender su concepto.
La segunda temporada de '¡Sálvese quien pueda!' no pierde de vista su excusa argumental, ir a otro país a buscar trabajo, pero la convierte en una parte muy secundaria del reality en sí mismo. No es que las partes guionizadas sean poco divertidas (los diez minutos con la chamán son oro cómico), pero se nota que están tratando de forzar y encasillar a gente acostumbrada a la improvisación absoluta. Se entiende que en Netflix tuvieran miedo de que fuera de un plató no dieran contenido, pero esa era la clave: funciona mejor cuanta más libertad tienen para charlar.
No soy yo precisamente culpable de haber estado interesado jamás por la prensa del corazón -obligaciones laborales aparte-, pero reconozco que me lo he pasado bien durante este experimento. Momentos como los de Lydia Lozano llorando porque se ha equivocado con el dinero que cuesta un billete de lotería o Kiko Hernández mirando a la nada mientras todos se divierten cantando 'Sandovalízate' me hicieron estallar en carcajadas sin complejos de ningún tipo. Y es que, cortados y montados en tres episodios de cuarenta minutos cada uno, es la mejor manera de descubrir el sentimiento tras el artificio diario: fuera de los gritos y el artificio hay un grupo de personas que se quiere. A su manera, eso sí.
Ven volando a mí
Al final, estas vacaciones en México funcionan como viaje de despedida de unos amigos que solo quieren asegurarse de que seguirán siéndolo en el futuro, y comprobar que su amistad no funciona simplemente por inercia diaria. Pudiendo hablar de dimes y diretes, la mayor parte de las conversaciones de '¡Sálvese quien pueda!' giran en torno a ellos mismos, sus secretos, confesiones y cariño guardado a lo largo de los años. Ninguno quiere sentirse fuera, nadie quiere creer que no ha significado nada para el resto. Es, sin quererlo, enternecedor.
Las pruebas a las que les enfrentan, eso sí, carecen del más mínimo interés, desde comer comida picante hasta que un canario les dé una predicción o cantar en lo alto de un escenario. Los guionistas del programa les tratan con un respeto que el montaje evita: al no atreverse a ir más allá, la mayor parte del programa queda aguado. Ojalá las pruebas fueran un poco más similares a las que Ricky Gervais empujaba a Karl Pilkington su día, explorando de paso el folklore del lugar. Lo que nos ha quedado se podría haber rodado en Madrid sin mucho problema ni perder una pizca de comedia.
De hecho, es posible que hubiera sido un programa mejor. Y es que tristemente, por mucho juego que pudiera dar México, el entorno no se utiliza para nada más que juntarse en una mesa de bar, hacer presencia en un par de platós o hacer castings y realizar pruebas a puerta cerrada. Al final, da lo mismo que estén en Latinoamérica, en Suecia o en España: ellos son la supernova que opaca todo lo demás que pueda ocurrir a su lado, y el truco para ponerles delante de una cámara nunca termina de funcionar.
Uno nuevo en el equipo
En esta segunda temporada, el equipo de '¡Sálvese quien pueda!' se agranda con la presencia de Germán González, que claramente no forma parte del grupo original y no termina de aportar nada más que su mera presencia. Él hace su propio reality, pero no termina de hacerse un hueco entre pesos pesados del corazón hispano como Belén Esteban o Kiko Matamoros. Frente al cariño del grupo original, González se queda a medio gas sin ser nunca disruptivo, como un forastero introducido a la fuerza en un grupo de amigos consolidado.
La segunda temporada del reality se puede resumir muy fácilmente: si te gustó la primera y no te perdías el programa vespertino, tienes que verla. Si no te acercarías ni con un palo a nada remotamente cercano y crees que esto "atonta" (no como la mitad de las series que estrenan cada semana), no te molestes. Porque no trata de reinventar la rueda ni hace un giro mágico convirtiendo 'Sálvame' y a sus decanos en un lugar repleto de inteligencia y cultura: ellos han viajado a México como podrían viajar a Alpedrete, representando las máquinas de dar contenido que son. Y ahí lo bordan.
Por mucho cliffhanger al final que Netflix quiera dejar en el aire, y por muchas cosas que claramente el montaje nos haya ocultado (como Belén Esteban yendo seriamente perjudicada durante el combate de lucha libre), al final lo que se queda con nosotros de este show que trata de marcar distancia con Telecinco mientras dice "Puedo jugar en tu misma liga" es el cariño de unas personas que, poco a poco, van dándose cuenta de que su modo de vida ha terminado y ahora toca reinventarse de verdad.
En ningún momento siquiera pretenden creerse el guion irrisorio de Netflix sobre que van a encontrar trabajo en el extranjero, pero sí cala la idea de su inminente separación. Y solo quedan conversaciones sobre la amistad (o la falta de ella), el cariño y el recuerdo. Todo lo demás, es (mucho) ruido de fondo.
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