El año que acaba de terminar, con su crisis global sanitaria y económica, sus confinamientos y sus tensiones sociopolíticas y raciales no ha hecho más que aseverar una atmósfera casi irrespirable que, en última instancia, se está viendo reflejada a pie de calle. La polarización entre la población es cada vez más extrema, la crispación está a la orden del día, y buena parte de la gente que nos cruzamos por la calle está deseando tener una excusa para poder liberar sus tensiones y frustraciones acumuladas.
Bajo este panorama, y esto no es nada nuevo, el cine se eleva como una herramienta catártica perfecta. Una vía de escape con la que evadirnos de la realidad durante un par de horas en las que los problemas y el sufrimiento son de otros y que, en según qué tipo de producciones, nos permite saciar nuestros instintos más bajos y primitivos mediante una buena dosis de adrenalina y mala leche.
'Salvaje', el nuevo trabajo de Derrick Borte, es un claro representante de este tipo de largometrajes casi terapéuticos. Un thriller de acción delirante, deliciosamente desvergonzado y rebosante de excesos de todo tipo que exprime hasta la última gota de su autoconsciente espíritu de serie B a lo largo de 90 minutos tensos, brutales, y tan ridículamente violentos como retorcidamente divertidos.
Salvajadas sobre ruedas
He de reconocer que, teniendo presente que la campaña promocional de 'Salvaje' invita a pensar en una suerte de híbrido entre las espléndidas 'El diablo sobre ruedas' de Steven Spielberg y 'Un día de furia' de Joel Schumacher, mis expectativas frente a ella no estaban demasiado altas; pero una vez superados su rutinario primer acto —casi un trámite para aportar algo de fondo a la protagonista— y una desconcertante escena introductoria, he terminado gozando y pasándolo tremendamente bien frente a la pantalla.
Para poder llegar a este punto de disfrute pleno es estrictamente necesario perdonar las no pocas incongruencias y atajos que toma el guión de Carl Ellsworth para poder desarrollar el relato con el ritmo tan óptimo del que hace gala. Afortunadamente, hacer estas concesiones no es una tarea excesivamente complicada; Borte es plenamente consciente del material que tiene entre manos, y su estrategia para suscitar la suspensión de la incredulidad en el espectador es, precisamente, desatando cada vez más la locura en un crescendo de disparates y animaladas que parece no tener fin.
Sin comerlo ni beberlo, me he encontrado aplaudiendo y riendo a carcajadas en no pocas ocasiones, en buena parte por la incredulidad ante los niveles de violencia absurda y destrucción que salpimentan la película; que ganan impacto gracias a un montaje preciso, a una estructura de manual pero sumamente efectiva, y a una realización de lo más solvente que integra stunts reales y efectos prácticos con un CGI mucho más sutil de lo esperado e integrado a la perfección.
Sobre todo esto, como no podría ser de otro modo, un Russell Crowe imponente físicamente se eleva como la gran estrella de la función en su papel de villano retorcido y enfermizo. Su sociópata anónimo se eleva como reclamo principal y, al mismo tiempo, como la mayor tara del filme al no profundizarse en absoluto en los motivos que le incitan a comportarse del modo en que lo hace, más allá de un par de detalles escuetos que lo único que consiguen es despertar aún más curiosidad sobre su trasfondo.
Quien me conozca, sabrá que no soy en absoluto partidario del adjetivo de "placer culpable", así que no puedo más que calificar a 'Salvaje' como un auténtico placer en mayúsculas. Un entretenimiento honesto, directo, sin remilgos ni cortapisas, y tan contundente como un camión descontrolado partiendo un utilitario por la mitad en medio de una autopista. Una de esas cintas capaces de convertir en una auténtica fiesta una sala de cine repleta de gente con ganas de pasarlo bien para dejar de pensar durante un rato en la que nos está cayendo encima.
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