'Saltburn' es una sensual sublimación del "Eat the rich" en Amazon Prime Video que es gustosa, pero menos inteligente de lo que se cree

'Saltburn' es una sensual sublimación del "Eat the rich" en Amazon Prime Video que es gustosa, pero menos inteligente de lo que se cree

Jacob Elordi se lleva a su terreno la nueva película de la directora de 'Una joven prometedora' que nos hará tener miedo antes de volver a meternos en una bañera

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Saltburn

Hay veces que el mundo del cine se rompe en mil pedazos gracias a una película inesperada que, de repente, cambia las reglas del juego. Es -más o menos- lo que pasó hace tres años con 'Una joven prometedora', que nos pilló a todos de improviso: una visión contemporánea del rape and revenge que causó polémica allá por donde pasó y tuvo tantos amores exacerbados como odios encarnados. Desde entonces todos los ojos estaban puestos en Emerald Fennell y su siguiente proyecto, en el que ha vuelto a jugárselo todo para bien y para mal: 'Saltburn'.

Hay que comerse a los ricos

Últimamente, a Hollywood le apetece (y de qué manera) practicar la hipocresía subrayando que los ricos son lo peor que hay sobre el planeta. Desde Ruben Östlund con 'El triángulo de la tristeza' hasta Rian Johnson con la casi predictiva 'Puñales por la espalda: el misterio de Glass Onion', son pocos los que no han llevado, de maneras más o menos sutiles, el "Eat the rich" a la pantalla, sabiendo que el público está más que cansado de la distribución de la riqueza y clama venganza.

'Saltburn' da una nueva vuelta de campana en la que Fennell juega con nuestros prejuicios para ilustrar no ya la lucha de clases eterna, sino la miseria mental que habita en cada uno de nosotros. Y para ello se aprovecha de Oliver Quick, un muchacho de clase baja con pasado trágico cuya progresión dramática le va convirtiendo, ante nuestros ojos, en poco menos que un parásito pegado a la espalda millonaria de su único amigo y una familia que le da el verano con el que soñará el resto de su vida, pero que tiene una doble cara tan fortuita como inesperada que hace que la suspensión de la realidad se tambalee.

Saltburn 2

El problema que tiene Fennell es que en su cóctel de sensualidad, maldad y mentiras deja entrever muy pronto qué es lo que realmente está pasando, por lo que el giro final carece de interés. Es como si en una película de 'Scream' el asesino fuera el amigo que aparece con sangre en las manos y un cuchillo en su mochila en la segunda escena: plantear la película como un misterio de más de dos horas no funciona, y 'Saltburn' acierta más cuando es un retrato de la psicopatía de un personaje absolutamente demente.

Saltburn al soldado Ryan

Al terminar 'Saltburn', que incomprensiblemente se ha saltado los cines y se estrena directamente en Amazon Prime Video (podéis verla aquí), solo podrás hablar de dos cosas (y con razón). La primera, la escena de la bañera, una de las más asquerosas y extrañamente sensuales del cine reciente, pura grima en formato audiovisual que claramente se ha introducido en el metraje para enfrentar cara a cara al espectador más vago y llamar su atención de manera desesperada, al igual que ocurre con otra que hay más adelante y que es el plano más grotesco de 2023. Tiene mérito en el año de 'Skinamarink'.

Saltburn 3

La segunda, la revelación interpretativa de Jacob Elordi, el único capaz de otorgar realidad y tridimensionalidad a su personaje más allá de la sátira esquizofrénica, un niño rico con un lado oscuro, sí, pero también con algo que el cine reciente suele negar a las clases altas: dignidad, compasión y carisma. El actor deja atrás su etapa de 'Mi primer beso' de manera definitiva y demuestra que es mucho más que una cara bonita. Barry Keoghan y Rosamund Pike también salen airosos, pero el guion excesivamente caricaturesco hace que a veces su actuación parezca, en ocasiones, paródica.

Forma parte del extraño río de géneros y referencias en el que se mueve la película, entre la parodia de clase, 'Parásitos' o 'Élite', a medio camino entre el drama, la comedia, el erotismo de canal local a medianoche y el misterio. Tristemente, nunca termina de afinar del todo el tiro y se queda un poco a medias, destacando en su uso del sexo como sustituto de la comunicación y manera de ascender en el escalafón descendiendo paralelamente a los infiernos. 'Saltburn' no se corta: aquí tenemos las escenas lúbricas más guarras imaginables (bajo el paradigma del cine mainstream actual, al menos) que van pasando por delante de nuestros ojos, desde sexo oral vampírico hasta bañeras que quedan bien limpias. Sabe a poco y, al mismo tiempo, es demasiado para lo que estamos acostumbrados.

Le encanta llamar la atención

La película tiene sus carencias, qué duda cabe, pero sí es excelsa a la hora de preparar un ejercicio maestro que muestra la importancia del dominio del relato. En 'Saltburn' se erige la idea de que un buen relato es mejor que cualquier verdad. De hecho, puede incluso sobrevivir a la mentira desvelada si es lo suficientemente potente: lecciones vitales para un mundo moderno en el que una potente narratividad construye verdades alternativas mucho más atrayentes que cualquier juicio con pruebas.

Fennell demuestra aquí algo que ya nos olíamos en 'Una joven prometedora': es una estupenda directora capaz de crear planos plásticamente bellos sin que eso dañe a la historia. No pretende ser la estrella desviando la atención de lo que se cuenta, sino apoyar un guion cuya rareza se engrandece gracias a unas imágenes en las que la directora cuenta con una dirección de fotografía increíble y un trabajo de iluminación tangible, que convierten lo que podría ser un desastre en algo táctil, real y posible.

Y sin embargo, hay algo en 'Saltburn' que no acaba de funcionar. La mezcolanza de géneros no está todo lo bien unida que le gustaría a Fennell, hay personajes de los que se olvida a medio metraje y nos topamos con momentos en los que la película se cree muy lista, pero, de manera inconsciente, no es capaz de ver que el espectador va varios metros por delante por culpa de una falta de sutileza machacona.

La película es un atrevimiento constante, sí, pero irregular: llama la atención como un niño tocando una cacerola utilizando escenas de alto voltaje que provocan el más absoluto de los desconciertos. Pero, tristemente, por el camino se olvida de que los personajes no pueden ir dando bandazos en su personalidad según le apetezca a la historia. Una oportunidad fallida con muy buenas intenciones por culpa de la que no podremos ver las bañeras de la misma manera nunca más. Esa huella, al menos, la ha dejado.

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