El proceso de atomización de los elementos iconográficos de la saga Star Wars ha permitido a Disney plantear una hoja de ruta en la que puedan dedicar los periodos de descanso de la saga principal para hacer proyectos que rescaten, de forma independiente, muestras aisladas de sus distintos aspectos reconocibles. Si 'Han Solo', según la versión oficial, será un western, ‘Rogue One’ explota elementos reconocibles del cine bélico y la aventura naval presentes en la saga.
Como tal, la última película de Gareth Edwards triunfa en los momentos en los que se aclara en cuanto al tipo de película que quiere ser y despliega sus referentes cinéfilos de género, otorgándole un sabor clásico que, más allá de su cuidada ambientación, la conecta con la primera trilogía de forma más legítima que otros intentos posteriores conocidos por todos. Desafortunadamente, esos momentos no son mayoría en su irregular desarrollo.
Banalizando el canon
‘Rogue One’ tiene todo lo que puede buscarse en una historia de guerra dentro del universo bautizado ‘La guerra de las galaxias’. Probablemente, dentro de cocina supusieron que algo con batallas espectaculares, soldados imperiales de todos los colores y un diseño de producción retro nos tenía que gustar sí o sí. ¡Si hasta tenemos a Darth Vader! ¡Y hemos recuperado personajes de la primera película y los hemos sustituido por figuras de cera pixelada que hablan!
Sí, los que se tiran de los pelos por los añadidos digitales de la saga original por George Lucas tienen un par de cosas sobre las que rabiar en esta, pero el gran problema es que todo el virtuosismo, toda la acción desplegada en la última media hora, es un ejercicio desesperado por crear épica a partir de un terreno emocionalmente estéril, una marioneta hecha por el mejor artista cuyo manejo está en manos de un aprendiz. Hay una carencia fundamental: los protagonistas son monigotes.
Cuando el único elemento que hace interactuar al público con el celuloide es un robot sin rasgos, algo no se ha engrasado correctamente. Medias sonrisas nerviosas en la platea con sus divertidas líneas, pero el tiempo va pasando, como en un partido en el que vas perdiendo y la cosa no mejora. Todo el mimo que tiene el trabajo de ambientación, la dirección de arte y la puesta en escena de la acción tiene su reverso tenebroso en el paupérrimo tratamiento de personajes y el pobre armazón argumental del guión.
¿La peor película del sello Star Wars?
‘Rogue One’ no es una mala película, pero está lejos de ser buena. Y no, no es que se eche de menos la fuerza, los Skywalker o las luchas de sables láser. Falta alma, brío y corazón. El conflicto de su protagonista proviene de un retruécano innecesario en el dilema paternofilial más forzado y barato de la saga. Un intento de darle peso a la personalidad del personaje rebelde que se convierte en un lastre de sentimentalismo pocho sobre su sólida estructura de serie B.
Los personajes secundarios siguen el mismo patrón desdibujado. Algunos tienen su momentos de lucimiento, como ese Zatoichi galáctico, pero más que un pelotón de marginados, al estilo de las películas bélicas clásicas que recrea, son meros comparsas durante un interminable periodo de exposición narrativa, de un planeta a otro, hasta el inspirado final, en el que los AT-AT hacen olvidarse del histrionismo de Diego Luna, o del de ese fascímil de nuevo villano a la sombra de los reciclajes del imperio que todo el mundo quiere ver.
Uno de los últimos planos sorprende por su valentía, pero no hace desaparecer la sensación de haber asistido a un remedo adulterado del clímax de ‘El retorno del Jedi’ (Return of the Jedi, 1983) en el que no nos importa quiénes,sino el qué y el cómo y a pesar de ello, las frases solemnes respecto a la fuerza se repiten, sin vida, tanto como la palabra esperanza, recordándonos dolorosamente por qué en aquella funcionaban los resortes que aquí se hacen pasivos.
Son solo algunos detalles que evidencian cómo la nueva entrega de Star Wars se ha planteado como metadona para los geeks, un módulo del juego de rol principal por el que nadie había preguntado. Un artefacto que venera el metraje de la primera como material sagrado pero que no es capaz de encontrar su espacio ni siquiera en la dimensión musical, con una partitura que juega a ser la original con un fláccida permutación de su melodía.
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