Aunque en el repaso de la cinematografía de Ridley Scott ha habido lugar para todo y, en nuestro transitar por él, hemos recalado en algún que otro filme de esos que uno no tendría reaños de recomendar ni a su peor enemigo, tener que terminar el especial dedicado al cineasta británico con dos notas amargas resulta, cuanto menos, desafortunado. Lamentablemente, y aunque sea adelantar por dónde irán los tiros en el cierre de la semana que viene, tanto esta 'El consejero' ('The Counselor', 2013) como 'Exodus. Dioses y reyes' ('Exodus: Gods and Kings', 2014) se alejan —y a qué velocidad— de lo mejor que el realizador ha rodado a lo largo de su carrera.
Considerando que ahí están títulos como la muy olvidable '1492, la conquista del paraíso' ('1492. Conquest of Paradise', 1992), la errática 'La tormenta blanca' ('White Squall', 1996) o la directamente infumable 'La teniente O'Neil' ('G.I.Jane', 1997), que servidor coloque a las dos cintas que nos quedan por repasar a la altura de las grandes naderías de la filmografía de Scott no es más que un indicativo claro de las malas decisiones artísticas que han trufado la actividad del cineasta desde que después de 'Red de mentiras' ('Body of Lies', 2008) comenzara un proceso de descenso de calidad que encontrará en la cinta bíblica sus horas más bajas.
Graves problemas en el guión...
Mucho se cacareó cuando se anunció que el siguiente proyecto de Ridley Scott iba a ser 'El consejero', que el artífice del guión era ni más ni menos que el gran Cormac McCarthy, uno de los escritores estadounidenses contemporáneos más admirados por la crítica que, aunque ya sabía qué era esto del cine por las cuatro adaptaciones que se habían hecho de sendos títulos de su producción escrita —de entre las que me quedo, de lejos, con la desasosegante 'La carretera' ('The Road', John Hillcoat, 2009)—, era la primera vez que se enfrentaba a la puesta en escena directa de un libreto de su autoría.
Si algo terminó generando este hecho eso fue un aumento sustancial de las expectativas que, con todo, siempre terminan rodeando a cualquier producción firmada por Scott. Unas expectativas que, como podrán imaginar, quedan muy lejos de ser cubiertas por mor de dos principales motivos. El primero, que la historia a la que aquí asistimos es tan típica que cabe preguntarse en qué estaba pensando el señor McCarthy cuando la escribió. El segundo, y aún más grave, que pretenda venderla como algo trascendental envolviéndola en unos diálogos que no hay quien se crea.
De hecho, es quizás éste último lo que arruina irremisiblemente una buena parte de la función: por más que se ponga en boca de un reparto asombroso, los cruces de grandilocuentes frases vacías de todo contenido —arropadas de un falso talante filosófico que apesta— que Michael Fassbender cruza con Javier Bardem y Brad Pitt, que Cameron Díaz espeta al segundo o a Goran Visnjic o que son puestas en boca de Bruno Gantz o Rubén Blades al hablar con el primero...rayan directamente en un ridículo que provoca, de forma irremisible y desde la primera escena tras el prólogo, que el espectador desconecte por completo.
...contaminan a la dirección
Desafortunadamente, Scott no intenta —o no puede— suplir las inmensas carencias del libreto de McCarthy y, con un material de partida que se apoya en escena tras escena de diálogos entre dos intérpretes —y sólo dos— a lo que el director se dedica es a eso, a rodar secuencia tras anodina secuencia de careos verbales de la forma más académica posible sin que se note en exceso que hay que llenar como sea dos horas de metraje o, de otra parte, la alarmante ausencia de personalidad de la que hace gala el responsable de esas dos obras maestras que todos conocemos y que siempre salen a colación cuando se quiere hacer referencia a aquello de lo que era capaz el británico.
Jalonadas por tres secuencias de ¿acción? que, colocadas ahí para que el público no caiga preso del aburrimiento, no logran contrarrestar el semblante generalizado de tedio al que queda sometido el filme, resulta muy complicado entresacar algo positivo de la mediocridad en la que raya esta 'El consejero'. Acaso destacaría las interpretaciones de Bardem, Pitt y Díaz —no así las de Fassbender y Cruz, muy irregulares— y esa escena que no viene a cuento de nada —¿alguna lo hace?— en la que el personaje interpretado por el actor español le cuenta al consejero encarnado por el alemán el polvo que la rubia de la sonrisa eterna le echó a su Ferrari.
Único momento en el que uno puede arquear una ceja en señal de sorpresa —por muy truculenta que sea la muerte final de uno de los personajes, se enuncia con tanta antelación que se ve venir a la legua y carece de impacto—, que 'El consejero' es una cinta a olvidar es algo tan obvio como lamentable, y aún así la recomendaría mucho más que aquella con la que, al menos hasta el estreno de 'The Martian' (id, 2015) en noviembre, daremos punto y seguido a este especial sobre un cineasta del que deseamos —cuanto antes— una más que necesaria recuperación del rumbo.
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