De la misma manera que le había ocurrido cuando finalizó el rodaje de 'Los duelistas' ('The Duellists', 1977), una vez Ridley Scott hubo abandonado a la Nostromo a su suerte se embarcó en el que a todas luces pretendía que fuera su siguiente proyecto, una ambiciosa puesta en escena del 'Dune' de Frank Herbert, una cinta mastodóntica heredera del proyecto que Alejandro Jodorowsky había tratado de poner en pie desde mediados de la década anterior y en la que en un momento u otro estuvieron implicados nombres como los de Moebius, Giger, Peter Gabriel, Dalí u Orson Welles.
Pero querría el destino que Scott terminara por desentenderse de un proyecto que terminaría firmando en 1984 el sin par David Lynch en favor de otro que llevaba algún tiempo rondando los estudios de Hollywood en busca de un realizador con la suficiente personalidad como para levantarlo. Y otra cosa no, pero si algo ha podido quedar claro con las dos entregas que hasta ahora hemos hecho en este especial sobre el cineasta británico, es que a Ridley Scott siempre le ha sobrado personalidad, y aunque en primera instancia no se mostró muy interesado por una cinta que parecía seguir la misma línea que las aventuras de Ripley y compañía, la insistencia de Hampton Fancher, el guionista novel que se había hecho con los derechos del relato de Philip K.Dick en el que se basa el presente filme, terminó inclinando la balanza y provocando que 'Blade Runner' (id, 1982) se convirtiera en el tercer filme de Scott y, a todas luces, en aquél que serviría para asentar de forma definitiva el nombre del realizador.
Mucho —por no decir todo— de lo que servidor afirmaba la semana pasada en este mismo párrafo de la entrada correspondiente a 'Alien, el 8º pasajero' ('Alien', 1979) es aplicable a 'Blade Runner' con la misma intensidad: considerando que a la hora de descubrir los mil y un detalles que rodearon la producción de la soberbia cinta de Scott los cinéfilos tenemos a nuestra disposición ese 'Future Noir' escrito por Paul M.Sammon —un volumen de cabecera en toda biblioteca cinematográfica que se precie— dedicar aquí esfuerzos a reincidir sobre lo mucho que se deriva de la lectura del citado volumen es una opción que ni siquiera he llegado a considerar como sí hice de cara a la crítica de 'Alien'. En consecuencia, y siguiendo una estructura parecida a la de hace siete días, pasemos a discretizar lo que 'Blade Runner' lleva suponiendo desde hace treinta años para generación tras generación de cinéfilos que caen rendidos ante este filme de tan singular belleza.
Espacios urbanísticos del s.XXI
Determinado por la fuerte voluntad gráfica de Syd Mead, un diseñador e ilustrador sin el que 'Blade Runner' no sería la misma película, el carácter continuista que Scott da con la caracterización de esa Los Ángeles del año 2019 a los espacios abigarrados y llenos de contrastes que la luz rasgaba en los interiores de la Nostromo es tan sólo la evolución lógica de los intereses visuales del cineasta que, como ya hemos dicho —y afirmaremos hasta la saciedad a lo largo de este especial— siempre se ha preocupado más de la belleza estética y la expresividad plástica de las imágenes que componen sus producciones que de otros aspectos tan relevantes para el buen devenir de una cinta como la corrección del guión.
Desde esos primeros y fascinantes planos aéreos en los que la urbe se muestra como una factoría, pasando por todos los que el filme dedica a cimentar el aspecto de una ciudad sucia, en la que nunca parece ser de día, la mirada de Scott, su portentosa forma de separar luz de tinieblas se convierte en principal foco de atención de un metraje que contiene imágenes y más imágenes de una belleza arrebatadora que sólo se entienden desde el conocimiento de los intereses del cineasta y sólo se pueden apreciar, hasta cierto punto, prescindiendo del hecho cinematográfico y pasando al pictórico.
El choque frontal que el diseño provoca entre los edificios hiperfuturistas que aparecen en el metraje —en especial el de la Tyrell Corporation— y aquellos como el Bradbury que, desubicados de su realidad diaria, encuentran nuevas y atractivas perspectivas a las que acomodarse, es el que provoca, junto a todo lo anterior, que 'Blade Runner' sea, sin duda, el filme más fascinante de Scott desde una óptica puramente visual, dejándose la piel tanto el cineasta como el equipo de diseño de producción en plagar cada fotograma de una miríada de detalles que, a la manera de Moebius o el citado Mead, insuflan vida propia a las naturalezas muertas de las calles que pisan los protagonistas.
Sonoridades para un mundo oscuro
Seamos francos. Si bien es algo que hasta cierto punto no podría afirmarse de sus cuatro primeros filmes —y de uno acerca de cierto romano que ya veremos—, la música es un aspecto que Scott nunca ha cuidado con el mismo esmero que las imágenes a las que ésta debe acompañar, y muchos son los títulos de la filmografía del cineasta en los que la banda sonora se limita a servir de mera comparsa al resto de consideraciones artísticas, sin llegar a aportar la necesaria personalidad con la que un buen score es capaz de llegar a caracterizar hasta al más mediocre de los filmes.
Afortunadamente, no es ese el caso que hoy nos ocupa, y si 'Alien' no puede entenderse en toda su amplitud sin hacer referencia al magnífico trabajo en los pentagramas que llevo a cabo Jerry Goldsmith, otro tanto pasa aquí con lo que Vangelis llegó a desarrollar para una partitura que, mutilada en la sala de montaje, no llegaría a poder escucharse de forma aislada en toda su plenitud hasta casi una década después por expreso deseo del músico griego: derivado de la grandeza del tema de los créditos finales, el más conocido de la banda sonora y uno de los mejores que Vangelis ha compuesto jamás, a la que se une la que dimana del de amor asociado a Deckhard y Rachel, la música de 'Blade Runner' viene a aumentar el halo de ensoñación en el que se arropa toda la proyección, trabajando el compositor con texturas musicales etéreas y una gran cantidad de dispares influencias que funcionan a las mil maravillas en conjunción con el ecléctico mundo imaginado por Scott.
Humanos y replicantes
Interesado como ya hemos dicho más por la vertiente estética de su cine que por cualquier otro aspecto, Ridley Scott siempre ha buscado actores de peso en los que hacer descansar la responsabilidad de sacar adelante los diversos rodajes en los que se ha visto implicado sin tenerlos muy en cuenta, algo que ha le ha generado no pocos encontronazos con sus "estrellas" a lo largo de los años. 'Blade Runner' no fue una excepción en este sentido y muchos fueron los problemas que el cineasta tuvo con un Harrison Ford que con su encarnación de Deckard, ese asesino de replicantes retirado y desencantado del mundo que le rodea, lograba apartar de un plumazo la imagen de bravucón y pendenciero que teníamos de él gracias a sus Han Solo e Indiana Jones.
Concretando uno de los mejores papeles que le hemos visto interpretar Ford es, junto a Rutger Hauer —quien no se emocione con el monólogo final del personaje de Roy Batty es que tiene horchata en las venas— lo mejor que ofrece la cinta de Scott en términos de actuaciones, un aspecto de la cinta que flojea sobremanera en lo que a Daryl Hanna o Sean Young atañe, no generándose entre esta última y Ford la química suficiente para hacer creíble el sesgo amoroso del filme, algo imperdonable considerando la relevancia que tiene tanto en la definición de Deckard como en la conclusión de la trama.
Muchas versiones para una misma película
Vaya por delante que, desde el momento que la ví, hace ya veintidós años, el "Montaje del Director" que Ridley Scott preparó de 'Blade Runner' con motivo de su décimo aniversario me pareció una forma como otra cualquiera de vender el mismo caramelo con diferente envoltorio. Es más, el quitar la voz en off de Deckard, añadir el dichoso sueño del unicornio y eliminar el "happy ending" suponía, para alguien que había visto el original incontables veces durante los ochenta, una afrenta similar a si a Michael Curtiz se le hubiera ocurrido cambiar el final de 'Casablanca' (id, 1942) haciendo que Rick terminara con Ilsa.
Apreciaciones personales al margen, y con ese "montaje final" editado en 2007 reiterando en las mismas propuestas y corrigiendo incontables efectos visuales, creo que el debate que abren las diversas versiones del filme —unas versiones que ya existen desde el momento de su estreno, con un montaje estadounidense sensiblemente diferente al internacional— es de una esterilidad notoria: el hecho de que Deckard pueda o no ser replicante por soñar con unicornios o que el final de la acción sea un fundido a negro tras el cierre de las puertas del ascensor varía muy poco la amplitud del diálogo que puede establecerse con respecto a un filme que ya era lo que era en su encarnación original de 1982, no habiéndose alterado la esencia del mismo con añadidos que se comprenden más desde la óptica de negocio del formato doméstico que desde la voluntad de Scott de perfeccionar una obra que, siendo de la época que es, no ha envejecido ni un ápice —los efectos visuales de Douglas Trumbull siguen siendo magníficos.
Lágrimas sobre el asfalto
Con las muchas disquisiciones de corte religioso y filosófico que podrían llegar a hacerse acerca de los replicantes, en las que no voy a entrar por ser ésta una crítica cinematográfica, no puedo finalizar sin hacer referencia a lo que desde un primer momento, cuando visioné la cinta con ocho o nueve años, más llegó a llamar mi atención sobre la misma, su marcado carácter de filme noir. No es que con esa edad uno supiera que era el cine negro y cuáles eran sus patrones, pero sí que lo que 'Blade Runner' postulaba se alejaba de lo que la ciencia-ficción, un género del que consumía todo lo que se me ponía a tiro, solía ofrecernos por aquellos años.
Jugando con las características clásicas que el género negro había llevado hasta la perfección en la época dorada de Hollywood, en 'Blade Runner' encontramos desde una suerte de femme fatale encarnada en Rachel —aunque muy lejos quede Young de acercarse, qué digo yo, a Veronica Lake— hasta ese héroe Chandleresco que es Deckard, un personaje de cuestionable moral que quedará redimido por el sacrificio de un replicante que, más allá de sus cuestionables métodos, sólo quiere vivir.
Rozando el cielo en esa sublime escena que arranca con "He visto cosas que vosotros no creeriáis...", quizás muchos os estéis preguntando cómo, si no he apuntado casi nada negativo al respecto de la cinta, no he calificado a la misma en similares términos a los que usé la semana pasada para 'Alien': el hecho de no tachar a 'Blade Runner' de Obra Maestra tiene mucho que ver con la firme creencia de que el guión de David Peoples no funciona a las mil maravillas como si lo hacía el de Dan O'Bannon, y el que, por mucho que sea algo que le va al metraje como anillo al dedo, el ritmo de éste decaiga en no pocos momentos. Dichos lastres no comportan una relevancia suma, pero son suficientes como para dejar al tercer filme de Ridley Scott en un sobresaliente más que merecido al que, desafortunadamente, el cineasta tardará en volver a acceder.
En Blogdecine | Algunas magias de 'Blade Runner'
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