Dirigir a Billy es como ser policía en Times Square tras un apagón. Richard Donner
Viviendo todavía de las rentas de 'Cazafantasmas' ('Ghostbusters', Ivan Reitman, 1984), Bill Murray llevaba cuatro años sabáticos dedicados a criar a sus hijos. Y aun así, todavía se le consideraba como uno de los cómicos más influyentes de la década de los ochenta gracias al fundamental papel que había jugado en su momento en el 'Saturday night live'. Tanta era su fama, que a cada año que pasaba sin volver a la gran pantalla su caché iba subiendo, y Paramount se atrevió a aprovechar la inercia que supondría de cara a la audiencia el volver a ver el nombre del histriónico actor sobre las marquesinas de los cines para ofrecerle 6 millones de dólares una cifra que, en palabras del productor es "...más que lo que recibieron el productor, director y reparto juntos".
El vehículo elegido para su regreso era 'Los fantasmas atacan al jefe', horrible traducción del original 'Scrooged', conversión en verbo —como tanto gustan hacer los angloparlantes con los sustantivos— del apellido del protagonista del 'Cuento de Navidad' de Charles Dickens, Ebenezeer Scrooge, ya que de eso trataría el filme, de una reversión del inmortal relato en clave moderna escrita ex-profeso para Murray por Mitch Glazer y Michael O'Donoghue, antiguo conocido del actor de sus días en la televisión.
La oferta de dirigir un paquete tan cerrado como el que acabamos de describir, puesto en pie con la sola idea de reventar la taquilla por el omnipresente protagonismo de su intérprete principal, le llegaría a Richard Donner de mano de Michael Ovitz, un ejecutivo de inmenso poder en Hollywood que Donner conocía desde una década atrás cuando aquél había atraído a Steve Roth, el agente del cineasta, a su agencia de representación —una agencia que llevaba a nombres como los de Steven Spielberg, Tom Cruise, Madonna o Michael Jackson—.
Usando todas las estratagemas posibles para que el nombre de un director de primera fila respaldara la inversión de 32 millones de dólares, Ovitz llegó a dejar a Bill Murray la dirección de Donner para que, una noche, el actor se plantara sin previo aviso en casa del director y así casi coaccionarlo a aceptar el trabajo —Donner no tenía ni idea de que Ovitz había utilizado, sin conseguir nada, las mismas tácticas de acoso y derribo con Sydney Pollack para que éste fuera el encargado de dirigir el filme—.
Con una pre-producción ya puesta en marcha antes de que él tomara las riendas, Donner quiso contar de nuevo con Stephen Goldblatt en la dirección de fotografía, pero éste ya tenía un compromiso previo y el cineasta dirigió sus miras a Conrad Hall, que tras varios problemas y "una alarmante carencia de sentido del humor" en palabras de Donner, sería finalmente sustituido por Michael Chapman, director de fotografía de cintas como 'Tiburón'('Jaws', Steven Spielberg, 1975) o 'Toro salvaje' ('Raging bull', Martin Scorsese, 1980).
Ahora bien, si algo marcó sobremanera el devenir de un rodaje que transcurrió en medio de un festivo ambiente navideño por las animadas calles de Nueva York, eso fue la complicada relación que se estableció entre Murray y Donner. El cineasta, que en no pocas ocasiones llegaría a preguntarse si para lo que le habían contratado no era dirigir sino controlar a la estrella, animaba a Murray en sus constantes improvisaciones como ya había hecho tantas veces en el pasado con los actores bajo su cargo, pero al mismo tiempo temía que los persistentes desvaríos del cómico en cada una de las escenas terminaran pesando en contra de la identificación del público con su personaje, un tiránico ejecutivo de televisión que, como Scrooge en el cuento original, será visitado por tres fantasmas la noches previas a Navidad.
Implicado en todas las facetas de la producción para asegurarse el éxito que justificara el desproporcionado cheque que Paramount le había extendido, Murray reescribió el guión e incluyó a familiares y colegas del 'Saturday...' en el reparto, provocando en última instancia que la fuerte impronta que Donner estaba acostumbrado a dejar en sus filmes se viera disminuida sobremanera hasta el punto de que cueste ver en el metraje al mismo director de 'Lady halcón' ('Ladyhawke', 1985), 'Los Goonies' ('The Goonies', 1985) o 'Arma letal' ('Lethal weapon', 1987), los tres títulos precedentes al que hoy nos ocupa.
Esto no significa que no se aprecien ciertos apuntes que hacen referencia a su trayectoria y personalidad, ya sea en algunos de los secundarios que aparecen en la cinta, ya en alguna broma personal como la escena en la que la familia del personaje de Murray juega al Trivial y uno de ellos pregunta por el nombre del barco de la 'Isla de Gílligan', icónica serie de los sesenta en la que trabajó el cineasta. Pero más allá de estos pequeños detalles y de que el mensaje último de la cinta acerca del poder redentor del amor entroncara casualmente con el espíritu romántico de Donner, queda claro quién llevó la voz cantante durante todo el proceso de producción.
Tanto es así que el director, sabedor del impresionante talento para los monólogos improvisados de la estrella, dejó que la escena final del filme se rodara sin guión, instando a los actores y los miembros del equipo técnico a que se fueran uniendo a Murray en una secuencia que quedó tal y como se filmó en esa primera y única toma en el montaje final. Un montaje que traería de cabeza a todos los implicados en el mismo hasta tal punto que Donner, irritado por no poder imponer su visión, terminaría prefiriendo quitarse de en medio y dejar atrás los gritos de Murray, Pollack —que finalmente actuó como consultor no acreditado— y el equipo de editores mientras navegaba tranquilamente en su nuevo barco desde Florida a Los Ángeles.
Sátira sobre lo despiadado del mundo de las corporaciones de televisión y lo materialista de la década de los ochenta, 'Los fantasmas atacan al jefe' es una de esas cintas que o bien abrazas en toda su plenitud o bien detestas con todas tus fuerzas dependiendo de lo mucho que logres identificarte con un Bill Murray que, eso sí, se deja la piel en su interpretación de Frank Cross, esforzándose hasta el límite por hacer que termines adorando a tan desagradable personaje.
Más allá del incuestionable tour de force del actor, el problema que personalmente siempre le he encontrado a la cinta es que su intención primigenia de hacer una comedia queda completamente deslavazada en un relato de humor muy negro —algo que la partitura de Danny Elfman se encarga de puntualizar una y otra vez a lo largo del metraje— que, como apuntó en su momento el desaparecido Roger Ebert, "hace más hincapié en el dolor y la ira". Y en última instancia, esta incapacidad de hacer reír es la que termina invalidando los denodados esfuerzos de Murray, quedando el filme como poco más que una correcta vuelta de tuerca al relato dickesiano.
Con el positivo dato que supusieron unos pases previos en los que un 93% de la audiencia opinó que el filme era "muy bueno", el fracaso crítico de la cinta fue un duro golpe para Murray, pero no para un Donner que ya tenía sus miras puestas en su siguiente proyecto: sabedor de que el favor de la crítica obtenido con 'Arma letal' había sido barrido por la marea de 'Los fantasmas atacan al jefe', el cineasta se preparó para volver a ser "letal".
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