Después de la dura experiencia que había supuesto levantar 'Timeline' (id, 2003) para verla caer estrepitosamente en taquilla, Richard Donner estaba exhausto y sus ganas de seguir dirigiendo mermadas hasta tal punto que iba a hacer falta un guión realmente interesante para atraer de nuevo al cineasta al otro lado del objetivo. Considerando su edad por aquél entonces, 8474-75 años, el que ese guión terminara siendo '16 calles' ('16 blocks', 2006) se antoja hoy, visto en retrospectiva, una decisión tan lógica como adecuada si queremos creer que el director de 'Superman' (id, 1978) tenía ya en mente su más que posible retiro.
Thriller de acción marcado de un tono crepuscular muy adecuado a la avanzada edad del cineasta, el guión de '16 calles' es obra de Richard Wenk y gira en torno a dos personajes que, en cierto modo, no dejan de ser versiones mutadas de los Riggs y Murtaugh con los que Donner había disfrutado tantísimo en la saga de 'Arma letal' ('Lethal weapon', 1987), no siendo extraño que el cineasta se mostrara tan entusiasmado con la idea de rodar la cinta.
Tras dos años puliendo un libreto que Donner quería perfectamente hilvanado, y pretendiendo alejarse de los grandes estudios para evitar injerencias en el producto final —muchas y muy variadas son las experiencias que Donner había tenido que soportar en este sentido a lo largo de su carrera, como hemos podido ver en este especial—, el cineasta neoyorquino contrataría a Bruce Willis intentando garantizarse el interés de productoras independientes que vieran en la estrella una apuesta segura. Y efectivamente, así fue para Alcon Entertaiment, Millenium Filmes y Nu Image, aunque no pocas fueron las voces que, entre los inversores, exclamaron sorpresa cuando vieron a Willis con bigote y tripa encarnando a un personaje alejado por completo del estereotipo de héroe que representa su John McClane.
En un principio, Willis recomendaría a Donner contar con la estrella del rap Ludacris para interpretar el papel de su partenaire en la cinta, pero Donner prefirió optar por Mos Def, completándose el reparto principal de la cinta con David Morse, un actor que se reunía con el director que le había dado su primer papel importante en el séptimo arte veinticinco años antes en 'Max's bar' ('Inside Moves', 1980). Y ya que esta es la última entrada que dedicamos a Dick, cabría destacar aquí la presencia de Steve Kahan, primo del director con el que éste contó en hasta catorce ocasiones, siendo la más recordada la del actor como el Capitán Murphy de 'Arma letal'.
Tal y como había previsto, el rodaje y post-producción de la cinta transcurrió en la más absoluta de las calmas para un director que volvía a su Nueva York natal y que estaba encantado de trabajar en las calles que lo vieron crecer y comenzar a trabajar tantos años atrás. No es de extrañar pues que la cinta quedara impregnada de cierto tono de nostalgia que, mezclado con el carácter de redención de la historia y de las opuestas personalidades de sus dos protagonistas, termina ofreciendo un variopinto cóctel que deja un más que correcto sabor de boca al espectador.
En lo que respecta a los personajes, de una parte tenemos a Jack Mosley, un policía de Nueva York amargado y hastiado de la vida que pasa los días semi alcoholizado. De la otra está Eddie Bunker, un delincuente de medio pelo con una verborrea incontenible al que el primero tiene que acompañar a los juzgados para que testifique en un importantísimo caso de corrupción policial. El primero no cree en la posibilidad de que alguien pueda cambiar. El segundo, de un optimismo incontenible, se aferra a la redención como vía de escape a las equivocadas decisiones que ha tomado en su vida. Y entre la comisaria y la casa de la justicia, dieciséis manzanas en las que ambos tendrán que vérselas con los varios agentes de la ley dispuestos a hacer lo que haga falta por que tan peligroso testigo cumpla con su deber.
Con un estilo visual algo alejado de lo que nos tenía habituados y que parece querer intentar transmitir las sensaciones de claustrofobia y tensión por las que pasan los personajes —brillante es, en este sentido, la escena en el bar— Donner consigue acercar la cinta a ciertos postulados del cine noir que se alejan de la ligereza con la que había caracterizado su filmes de acción hasta entonces. El resultado es una cinta que centra mucho más su atención en el desarrollo de personajes —espléndidos los tres actores principales, con especial atención a Bruce Willis— que en epatantes secuencias con imposibles coreografías de tráfico urbano y especialistas, anclando el director la narración de forma inequívoca al asfalto y los edificios del sur neoyorquino.
Eligiendo de entre los dos finales que rodó el que mejor factor feel-good desprendía, Donner tuvo que soportar una vez más las negligencias de la Warner a la hora de distribuir su cinta correctamente: estrenada el fin de semana de los Oscar de 2006, la campaña publicitaria del filme tampoco fue la que el director hubiera querido, y finalmente la taquilla de la cinta se saldó con unos modestos 37 millones de dólares en Estados Unidos que para nada deben ser representativos de tan notable coda a una carrera como la de Richard Donner.
Por más que nos gustaría cerrar este especial apuntando a la posibilidad casi certera de un regreso tan ilustre nombre a la butaca de director, y aunque durante algún tiempo se especulara acerca de dos proyectos en los que el cineasta estaría implicado —un western con guión de Brian Helgeland y la quinta entrega de cierta saga "letal"— lo cierto es que debemos despedirnos con una nota algo triste porque, con noventa y tresochenta y tres años a sus espaldas, es poco probable que alguna vez volvamos a sentarnos en la butaca de un cine para ver "lo último de Richard Donner", un director que, como decía en alguna entrega de este especial, determinó casi sin saberlo, las filias cinematográficas de al menos dos generaciones de cinéfilos. Y os dejo con una cita del cineasta que, creo, describe a la perfección su gran energía y lo mucho que ha llegado a amar su profesión:
Nunca he experimentado una gran angustia o lucha interna porque siempre me he considerado como el hijo de puta vivo más afortunado por hacer lo que hago.
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