El verano cinematográfico está llegando a su fin y son varios los títulos que han obtenido unos resultados en taquilla inferiores a los esperados. Sin embargo, hay dos cintas que sobresalen por encima del resto en este apartado: ‘Valerian y la ciudad de los mil planetas’ (‘Valerian and the City of a Thousand Planets’) y ‘Rey Arturo: La leyenda de Excalibur’ (‘King Arthur: legend of the Sword’).
La casualidad ha querido que ambas se estrenen con apenas siete días de diferencias entre sí en España cuando hubo más de dos meses en el caso de Estados Unidos. Ahora toca centrar nuestra atención en el largometraje dirigido por Guy Ritchie, el cual sufrió una errática campaña promocional que le hizo un flaco favor. Una vez vista, es cierto que su tramo final es peor que lamentable, pero hasta entonces era un blockbuster más que digno y con cierta personalidad.
Se nota que es una película de Guy Ritchie
Sería muy sencillo dejarlo todo en una mezcla ‘El señor de los anillos’, ‘Juego de Tronos’ y el mundo de los videojuegos como los elementos de los que bebe ‘Rey Arturo: La leyenda de Excalibur’, pero también estaríamos cayendo en la misma pereza de la que acusamos a muchas películas. Es cierto que algo de eso hay por ahí -en algunos momentos están muy presentes, en otros es algo meramente accesorio-, pero lo que prima por encima de todo es el intento de Ritchie de ofrecer una visión fresca y con toques modernos de esta mítica historia. Vamos, un poco lo que hizo hace años con ‘Sherlock Holmes’.
De hecho, cuando mejor funciona la película es cuando se centra en la forma de presentarnos la historia, echando mano de ciertos tics visuales y narrativos que ayudan a aligerar el tono del relato sin por ello renunciar a que todo siga el camino deseado y correctamente marcado por el guion de Joby Harold, Lione Wigram y el propio Ritchie. En todo momento queda claro el tipo de propuesta, donde no importan tanto la inteligencia de los diálogos como que ese coqueteo con la comedia funcione sin pasarse de la raya.
Además, también hay varias píldoras de ese espectáculo visual que es por lo único por lo que cierto tipo de espectador está dispuesto a pagar su entrada de cine. Al principio bastante conseguidos, sobre todo en la parte del pasado clave para plantear el escenario actual -eso sí, lástima que Eric Bana haya quedado para papeles de este tipo cuando lo tenía todo para ser una gran estrella-, pero luego la cosa va degenerando hasta que hace acto de presencia uno de los casos más desesperantes de esquizofrenia digital que recuerdo.
De más a mucho menos
Eso es algo que uno ya va percibiendo según pasan los minutos, pero aquí se reserva la mayoría del despliegue visual para su último acto, por lo que aunque llamativo, nunca lo es tan tanto como para que uno desconecte. Además, esa progresión de lo canalla a algo más épico y dramático está dosificada con suficiente naturalidad como para que uno vaya asumiendo la creciente importancia de los aspectos más mitológicos del reparto.
Siendo justos, lo que más llama la atención es que por su forma de ser casi parece más un blockbuster de los años 90, rodado con filigranas visuales que Ritchie viene utilizando desde sus inicios, pero que ha perfilado lo suficiente como para que no sepan a antiguos. Además hay que juguetear con el mito artúrico para que no haga acto de presencia esa sensación de pasado de moda y todo eso es algo que limita a la película. Es honrada exponiéndolo y nunca intenta engañarnos, pero podría haber sido un gran pasatiempo y se queda en algo llevadero y simpático pese a sus inconsistencias.
Por su parte, Charlie Hunnam no está destinado a ser una estrella de cine. Le falta ese punto extra de carisma que en ‘Sons of Anarchy’ quedaba compensado por tener un personaje con mayor profundidad, pero las grandes superproducciones no suelen incidir tanto en este punto y hay que recurrir a otras virtudes como la presencia y el saber estar. Aquí Hunnam cumple -sobre todo cuando ha de mostrar el lado más pícaro de Arturo-, pero la película requería que se luciera y que nos engatusara para obviar esas limitaciones de la película y no lo consigue.
Del resto del reparto ha llegado un punto en el que me he olvidado de casi todos ellos con la excepción de un Jude Law muy cumplidor hasta que el absurdo del tercer acto lastra en demasía su cometido y de Astrid Bergès-Frisbey, pero únicamente por su peculiar acento. El resto pues ahí están, defendiendo con dignidad sus personajes pero sin posibilidad real de aportar nada estimulante.
Una pena en los casos de Aidan Gillen o Djimon Hounsou, porque para algo así casi mejor contratar actores más baratos y evitar esos desequilibrios visuales que van restando credibilidad a ‘Rey Arturo: La leyenda de Excalibur’ hasta ese desastre final, donde todo se hunde sin remisión. No quiero entrar en detalles por eso de los spoilers, aunque sí me gustaría añadir que mucho me quejé de ‘Transformers: El último caballero’, pero aquí se cae a esos niveles o incluso más bajo y se transmite la sensación de haber tirado el dinero. En la de Michael Bay me daba todo igual, pero al menos lucía lo invertido.
En definitiva, Guy Ritchie nos ofrece una visión del mito artúrico ágil y entretenida por mucho que se limite a si misma constantemente hasta que todo se hunde sin remisión en uno de los peores terceros actos que vamos a ver en todo 2017. Lástima que eso suceda y también que su acabado visual es impropio de una cinta que ha costado cerca de 200 millones de dólares, pero al menos es un blockbuster honesto que durante la mayor parte de su metraje cumple con lo que promete. Ojalá fuera suficiente.
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