En el 2007 Jaume Balagueró y Paco Plaza alcanzaron la cima de sus carreras con un relato de horror narrado en primera persona, cámara en mano, con un buen puñado de sustos muy bien metidos, una gran tensión y cierta reinvención del subgénero de zombies, que desde que el sobrevalorado Danny Boyle metió la mano en el asunto, ahora se les llama infectados.
La costumbre de los norteamericanos desde hace décadas es hacer suya toda película no estadounidense de cierto prestigio, y ‘[Rec]’ fue objeto de un remake escrito y dirigido por John Erick Dowdle, ‘Quarantine’ (2008) que evidentemente por estos lares pasó con más pena que gloria. Dio lugar a una segunda entrega, ‘Quarantine 2. Terminal’ (id, John Pogue, 2011) que nada tiene que ver con la secuela del film español, siguiendo la historia por otro sendero totalmente distinto.
‘Quarantine’, copia y pega
Jaume Balagueró declaró hace tiempo en una entrevista que no había visto el remake americano de su film más exitoso, que le parecía algo muy raro y no le interesaba. Tenía más razón que un santo. ‘Quarantine’ no es simplemente un remake, ojalá fuera sólo eso, es uno de esos copia y pega que acostumbran a hacer de vez en cuando sabe Dios por qué motivo. La demostración palpable de que la misma historia en manos de directores distintos dará como resultado películas distintas, pero en este caso resulta realmente alarmante, pues la copia llega a unos límites vergonzosos de falta de ideas y originalidad.
(From here to the End, Spoilers) John Erick Dowdle intenta por todos los medios dotar de la misma frescura del film original a esta película. Ambientada en Los Angeles sigue los mismos derroteros que el film español, una reportera que cubre un turno nocturno de una estación de bomberos y se verá metida en una situación drástica y de proporciones mortales. Sin saber por qué, todos los residentes de un edificio, a los que hay que sumar la reportera, el cámara, algunos bomberos y policías, quedarán encerrados en el mismo, en el que la gente muerta despierta con un hambre feroz y las causas son totalmente desconocidas. El que haya visto el film de Balagueró y Plaza se sabrá de sobra el orden en el que irán cayendo los personajes, y un final cacareado en todos lados, puesto que sale hasta en el cartel del film y en la portada de los Bluray, lo cual es ya el colmo.
Jennifer Carpenter coge el testigo de Manuela Valasco y hay que decir que convierte a la actriz española en una de las mejores de su generación. Dado que el personaje no tiene la más mínima sustancia —se trata de un monigote molestando con sus chillidos— el trabajo de la bastante limitada actriz sobresale como uno de los peores de la película, con un reparto que cumple sin más. Por otro lado Dowdle no se ha molestado en añadir elementos nuevos a la historia, y fracasa por completo al mover la cámara de forma muy confusa, y con un montaje muy atropellado intentado tal vez reproducir cierto desasosiego y tensión, pero obteniendo con ello una narración un tanto caótica.
Uno de esos ejercicios inútiles que termina siendo una pérdida de tiempo. Por supuesto, la película no la vio casi nadie al menos por estos lares.
‘Quarantine 2. Terminal’, zombies en el avión
A nadie le pilló por sorpresa que en el cine estadounidense se hiciese un remake calcado de un película española y además dentro de un género como el del terror. Lo que ya parece un despropósito es que dicho remake diese lugar a una secuela que no es una reescritura de ‘[Rec 2]’ (Jaume Balagueró, Paco Plaza, 2009), sino que sigue otra línea narrativa ambientada en el interior de un avión en su primera parte y en una zona de trabajo de un aeropuerto en la segunda. Esta vez el encargado de la puesta en escena y el guión es John Pogue, en cuyo currículum como escritor encontramos la saga ‘The Skulls’, ‘U.S. Marshals’ (id, Stuart Baird, 1998) y ‘Rollerball’ (id, John McTiernan, 2002), suficiente para desconfiar.
Los hechos de ‘Quarantine 2. Terminal’ suceden a la par que los vistos en el film anterior. Varios personajes —interpretados por un elenco muy, muy justito— se suben a un avión y enseguida empezamos a ver los mismos síntomas en los mismos. Una jaula con un hamster que muerde a uno de los pasajeros, un piloto que no se encuentra bien, un poco de sangre y zas, primer infectado que hace acto de presencia. Cuando el avión aterriza sus ocupantes son puestos en cuarentena en una zona del aeropuerto. Esto es, el mismo esquema argumental que el film previo, ampliando un poco el campo de acción.
Afortunadamente ahora el estilo no es el de cámara en mano —hay que reconocer que cuando está mal utilizada, ese estilo puede llegar a ser muy molesto— pero el cambio es lo de menos. Pogue mueve a ratos la cámara en plan documental, pero sin intención alguna consiguiendo una puesta en escena muy rutinaria, casi de telefilm y que lamentablemente no aprovecha los momentos fuertes del relato, aquellos en los que los infectados hacen de las suyas. Por supuesto todos los personajes irán cayendo uno a uno sin importarnos demasiado. El final del film —que copia una idea vista en cierto instante de la secuela de Balagueró y Plaza, todo hay que decirlo— es abierto. Y a partir de ahí las posibilidades son tantas como secuelas quieran hacer. Será otra pérdida de tiempo.
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