Grandes cosas tienen pequeños comienzos.-David (Michael Fassbender)
En 1979 se estrenó ‘Alien: el octavo pasajero’ (‘Alien’, Ridley Scott), rotundo éxito de taquilla —en especial para una producción de 11 millones de dólares— y una de las obras cumbre del cine, referente para títulos posteriores tanto de terror como de ciencia-ficción. Inevitablemente, el film se convirtió en el germen de una serie de secuelas que fueron pasando por las manos de James Cameron, David Fincher y Jean Pierre-Jeunet. La cuarta ya se forzó demasiado, requiriendo la impensable resurrección de la teniente Ripley (Sigourney Weaver), pero lo peor vino después, cuando los responsables de la saga enfrentaron al monstruo con el de ‘Depredador’ (‘Predator’, 1987, John McTiernan), en dos entregas firmadas por Paul W.S. Anderson y los hermanos Strause. La marca seguía resultando rentable pero estaba devaluándose. Y para recuperar el prestigio se convocó al primer cineasta que había explorado el universo Alien. Así nace ‘Prometheus’, en nuestros cines desde este fin de semana.
Como recordaréis, en un principio Scott fue contratado para desarrollar una precuela de ‘Alien’ en formato 3D. Luego se dijo que serían dos, que siempre es más rentable. Y cuando nadie parecía realmente interesado en el proyecto —aparte de los más fieles seguidores de la franquicia—, el realizador inglés, viejo zorro, reorientó la estrategia de puertas para fuera y vendió la idea de que estaban poniendo en marcha una historia “totalmente original“, que solo conservaba rastros de “ADN de Alien“. Esto sí tuvo un poderoso efecto, acompañado del estimulante concepto de la vuelta de Scott al género fantástico tras marcarlo profundamente con ‘Alien’ y ‘Blade Runner’ (1982). Las incorporaciones de intérpretes tan magnéticos como Charlize Theron y Michael Fassbender, un efectivo cartel y un brillante tráiler pusieron la guinda, convirtiendo a ‘Prometheus’ en uno de los estrenos más esperados de 2012.
Y se sienta uno con gran curiosidad a ver ‘Prometheus’ y lo primero que recibe es una bofetada. Tras un hermoso vistazo al paisaje de lo que cabe suponer que es la Tierra —aunque hay otras teorías— aparece un pálido culturista en pañales. Alienígena, claro. Bebe algo y cae por unas cataratas mientras se desintegra. Vemos incluso el interior de su cuerpo, cómo una sustancia oscura lo va destruyendo. De todas las posibles formas de empezar la película, los guionistas (Damon Lindelof y Jon Spaihts) optaron por una de las más lamentables. La secuencia, además de ridícula, no aporta nada; peor aún, revela a un ser que los protagonistas descubrirán más adelante —el espectador no podrá compartir el asombro—. Pero, calma, solo es el inicio, el prólogo. Acto seguido conocemos a la pareja de arqueólogos formada por Elizabeth (Noomi Rapace) y Charlie (Logan Marshall-Green), quienes descubren unas antiguas pinturas murales —milagrosamente intactas, como recién hechas— en una cueva de poca profundidad. Se nos hace ver que han hallado algo extraordinario. Y entonces, al fin, arranca realmente la película, en el espacio exterior, en el año 2093. Con una nave que se dirige a un planeta donde, al parecer, hay vida extraterrestre…
El paseo por las entrañas de la Prometheus —más pulcra, avanzada y espaciosa que la mastodóntica, destartalada y siniestra Nostromo— y el descubrimiento de la cámara de hipersueño genera los primeros ecos de ‘Alien’. Intensificados con la presentación del único personaje despierto, David (Michael Fassbender), quien nos trae también a la memoria el otro trabajo de Ridley Scott dentro del género —inevitable asimismo el recuerdo de ’2001: una odisea del espacio’ (‘2001: A Space Odyssey’, Stanley Kubrick, 1968)— aunque el cineasta distrae la atención con un delicioso homenaje a ‘Lawrence de Arabia’ (‘Lawrence of Arabia’, David Lean, 1962) con el que empieza a desvelar el complejo carácter del androide rubio, el personaje más interesante del film, y que a diferencia del que encarnaba Ian Holm no esconde su naturaleza. De hecho, Scott no tiene reparo en despejar toda sospecha mostrando abiertamente las intenciones de David —cuyo desenlace, por cierto, resulta torpemente similar al de Ash—. Las conexiones con el film de 1979 son tan numerosas —el (prescindible) epílogo termina de conectar ambas historias— que ‘Prometheus’ llega a parecer una versión moderna de ‘Alien’, otro punto de partida con el que seguir exprimiendo al xenomorfo.
La comparación de las naves vale en cierto modo para las películas; ojo a cómo se resuelve en cada una el conflictivo regreso de uno de los miembros de la expedición, víctima del organismo extraterrestre. Mientras ‘Alien’ apostaba por la atmósfera —los decorados tenebrosos, claustrofóbicos…—, la tensión, por sugerir más que mostrar —dejando aspectos sin explorar, misterios…—, sumergiendo al espectador en una pesadilla —donde las preguntas van orientadas a la supervivencia—, ‘Prometheus’ se decanta por el espectáculo, por el lucimiento del fastuoso diseño de producción y los efectos visuales —el 3D aporta profundidad y un mayor disfrute de la imagen, merece la pena—, los dilemas existenciales de baratillo y las constantes aclaraciones verbales, dar todo mascado al público —increíble que un personaje resuma en una sola frase el objetivo del asentamiento alienígena—. En su (desesperado) intento por dejar huella, por lograr un nuevo hito del género, Scott y su equipo tratan de inyectar trascendencia a un blockbuster en toda regla, con explosiones, peleas, carreras, actos heroicos, saltos imposibles y hasta zombies.
‘El caballero oscuro: La leyenda renace’ (‘The Dark Knight Rises’, Christopher Nolan, 2012) peca de algo parecido, como de vergüenza, rellenando metraje con reflexiones supuestamente profundas, permitiendo al espectador medio la satisfacción de conectar con algo complejo mientras devora un cubo de palomitas; ello a costa de entorpecer el tono y pervertir la esencia del relato. En parte, el triunfo de Joss Whedon con ‘Los Vengadores’ (‘The Avengers’, 2012) consistió en ofrecer puro divertimento, sin complejos, con la frente bien alta. Con ‘Prometheus’, Scott pretende fundir ‘Alien’ con la filosofía de ‘Blade Runner’ y la épica del cine comercial moderno —tan reñido con la verosimilitud, forzando decisiones de los personajes para facilitar los acontecimientos—. Sobra todo el rollo “¿de dónde venimos?” —porque el guion no lo aborda con honestidad, solo es una excusa— pero cautiva el sentido del espectáculo de Scott —lástima que Marc Streitenfeld no esté más inspirado con la música— y el estupendo reparto —Fassbender, Rapace e Idris Elba los mejor aprovechados; Theron, Sean Harris, Patrick Wilson y Guy Pearce se quedan en poca cosa—. En conclusión, id a verla buscando un lujoso entretenimiento de corte fantástico, no es otra cosa.
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