Para estrenar este especial de diez placeres culpables —después de mí, cogerá el testigo mi compañero Juanlu con el número de películas que él decida— he decidio escoger 'Pasado de vueltas' ('Talladega Nights: The Ballad of Ricky Bobby', 2006), una película que vista un par de veces he disfrutado lo suficiente a pesar de sus obvias limitaciones. Dentro de la actual comedia estadounidense el nombre de Adam McKay es uno de los que apuestan por cierto tipo de comedia irreverente y transgresora, dentro de unos límites —otro sería por ejemplo Judd Apatow, tan querido en algunos sectores—, y que en mi caso no me parecen totalmente desechables a pesar de realizar películas demasiado largas, uno de los principales males del cine actual, en el que parece que si una película no sobrepasa las dos horas no es película.
Guionista y director de algunos episodios del mítico Sayurday Night Live, McKay se lanzó a la dirección de largomterajes con 'El reportero' ('Anchorman: The Legend of Ron Burgundy', 2004), film que prácticamente ha alcanzado la categoría de culto entre los admiradores de Will Ferrell y este tipo de comedias. A pesar de que podría haber elegido la ópera prima de McKay, me he decidido por esta simpática producción ambientada en las carreras de competición, y que, entre otras cosas habla de la verdadera amistad, el precio del triunfo, el fracaso y lo verdaderamente importante en la vida. Con un claro tufillo conservador, el film podría haber estado mucho mejor, pero gracias a la labor de algunos de los actores, y ciertos sketchs, se aguanta estoicamente y con una sonrisa en la cara.
(From here to the end, Spoilers) 'Pasado de vueltas' —uno de esos lamentables títulos españoles que invitan a no ver la película— no contiene un argumento demasiado complicado, sino más bien todo lo contrario. Will Ferrell y John C. Reilly dan vida a Ricky Bobby y Carl Naughton Jr., amigos inseparables que trabajan en el equipo de un lamentable corredor que tiene asimilado el fracaso —delirante el gag del mismo yéndose a tomar una hamburguesa cuando la carrera aún continúa—, y que da la oportunidad a Ricky, un amante de la velocidad, de hacerse un nombre, quedando tercero en lo que es visto por todo el mundo como un hazaña. A partir de ahí, el éxito y la buena vida, y basando su filosofía en la estúpida frase que le enseñó su padre antes de abandonarle: "si no llegas primero llegas último".
Precisamente en la relación de Ricky con su padre Reese —interpretado por un divetido Gary Cole— se encuentra parte de lo mejor de la película. Sus idas y venidas en la vida de su hijo marcan el trauma que Ricky tiene de una forma más o menos cómica, pero el atractivo está en el hecho de que es un perdedor quien le enseña los valores de la vida, aunque los métodos elegidos sean poco ortodoxos. Un outsider que está por encima del bien y del mal, y que el apego a una familia le hace siempre salir huyendo, corriendo a gran velocidad mientras saca provecho de todo lo que puede. Es una pena que el film en su tramo final haga todo tipo de concesiones y pille de lleno a un personaje tan rico como el de Reese, que además goza de algo que no gozan el resto de los personajes, sus chistes no están innecesariamente alargados.
Porque si 'Pasado de vueltas' peca de algo es de ser demasiado larga, algo siempre contraproducente cuando se trata de una comedia. McKay, director, y escritor junto a Ferrell, basaron parte del rodaje en la improvisación, algo que se nota demasiadas veces, pero que en otras da lugar a chistes y situaciones hilarantes. Me sobran todos los anuncios que Ricky y Carl hacen para la televisión, pero no puedo evitar reírme a carcajadas en la escena de la comida familiar, donde queda muy claro la forma de pensar de todos —una clara parodia del modo de vivir y pensar del americano medio—, o algunos, no todos, de sus enfrentamientos con Jean Girard, piloto francés que reta a Ricky, y que está interpretado por un muy divertido, más que de costumbre, Sacha Baron Cohen. Sólo el instante en el momento de su aparición en el que pronuncia "Formula 1" llega para reírse un buen rato y admirar a tan peculiar personaje.
El retrato de los personajes femeninos navega entre lo directamente crítico —esa mujer florero que se arrima a quien tenga más dinero en el bolsillo, triste realidad en muchos casos— o la concesión pura y dura con el personaje de una espléndida Amy Adams, tal vez metido a calzador en la trama —algo impensable en un film de duración excesiva— y que supone un punto de inflexión en la vida de Ricky. Una actriz a la que siempre es una gozada ver, y que aquí tiene dos momentos épicos, aquel en el que insufla valor a Ricky culminando en una escena sexual, y aquel en el que demuestra la firmeza de sus pechos a la rubia tonta de turno.
El resto, carreras espectaculares, con una escena de aparatoso accidente incluida, y una química excelente entre Will Ferrell y John C. Reilly, que repetirían dos años más tarde de nuevo a las órdenes de McKay.
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