Sam Raimi ha vuelto a sus orígenes, dicen, los de ‘Posesión infernal’ (‘Evil Dead’, 1981) y secuelas —de las que servidor sólo aguanta ‘El ejército de las tinieblas’ (‘Army of Darkness, 1992)—, aunque con la sustancial diferencia de que ahora tiene más dinero para que al menos la producción pinte bonita visualmente. Tras el estresante trabajo que ha debido suponer encargarse de la trilogía de ‘Spider-Man’ —la continuación de la saga está más que confirmada—, Raimi ha querido desmelenarse con un film de terror, el género que le vio nacer, y la verdad es que le ha salido un film tan estúpido como la tercera entrega del trepamuros.
Comedia y terror es lo que ‘Arrástrame al infierno’ (‘Drag Me to Hell, 2009) da, en una mezcolanza tan intencionada como inútil. No basta con las intenciones, por no hablar de que dicho argumento está cogido por los pelos, ¿desde cuándo la intención de hacer algo mal justifica el hecho de que está mal? Porque si Raimi era consciente de que su película es un pestiño, entonces no me infiere ningún respeto como cineasta. Con lo estupendas que son ‘Darkman’, las dos primeras entregas del hombre araña, y esa obra maestra titulada ‘Un plan sencillo (‘A simple plan’, 1998). Hasta ‘Entre el amor y el juego’ (‘For the Love of Game’, 1999) estaba por encima de la media de ese tipo de films.
El argumento de ‘Arrástrame al infierno’ parece una muy directa crítica a la actual crisis financiera, sin duda el mejor apunte de toda la película. Una empleada de banco, deseosa de ascender y preocupada por un compañero que intenta pisarle el puesto, atenderá a una anciana a la que le denegará un retraso en las mensualidades de la hipoteca, provocando las iras de la vieja hasta unos niveles demoníacos. Es a partir de ahí —el resto de la historia no interesa a nadie— cuando comienza una sangrienta venganza fílmica contra esos seres tan queridos conocidos como banqueros. Sin lugar a dudas, el punto de partida más interesante hecho en estos tiempos, y la divertida osadía de meterlo en un contexto terrorífico, perdón, cómico, no, terrorífico…
La mezcla equitativa de géneros nunca ha dado resultado; hay dramas con gotas de comedia, hay thrillers con gotas de drama, hay westerns que son thrillers. El tono marcado por el director es el que éste debe saber mantener en todo momento, aún navegando entre varios géneros. El problema de ‘Arrástrame al infierno’ no es haber querido asustar y hacer reír al espectador, sino no haber sabido encontrar un tono adecuado a tan difícil empresa; la película hace reír en sus instantes supuestamente terroríficos, y en los cómicos es simplemente ridícula. Aunque hay que decir a su favor que alguno de ellos, como el de la cabra en la sesión de espiritismo, está realmente conseguido. Aunque dicha secuencia es también una muestra de no controlar el material que se tiene entre manos. Si el momento cabra hace reír, ya que es un momentos cómico, el del poseído volando por los aires no lo es, y provoca vergüenza ajena. Miedo evidentemente ninguno, como el resto de la película.
‘Arrástrame al infierno’ contiene la más larga retahíla de sustos del reciente cine, pero ello no quiere decir que éstos funcionen. Cantidad no significa calidad, y aunque Raimi intenta por todos los medios mantener al espectador continuamente en vilo mediante las repentinas apariciones de cierto personaje, recurre al más sobado de los trucos: el excesivo uso de la banda sonora, con el consiguiente subidón de volumen, cuando algo malo va a pasar. De esa forma cualquiera puede asustar al espectador, pero ni existe suspense, ni terror, ni nada de nada; sólo una vieja gritona con muy malas pulgas acosando a una despistada banquera que no se entera de nada, y golpes de efecto demasiado efectistas, valga la redundancia.
La ridiculez de la que hace gala Raimi —y su hermano Ivan, siendo co-autor del guión— alcanza su máxima en la elección de la pareja protagonista. Alison Lohman —sustituyendo a Ellen Page, con lo cual hemos salido perdiendo— realiza la que muy probablemente sea la peor interpretación de toda su carrera, con un personaje unidimensional y vacío, al que le falta algo más de mala leche y humor negro. Pero el colmo es don Justin Long, con su sempiterna cara de soso, totalmente incapaz de colarnos a un personaje sin el cual, la película podría hacerse igualmente. La televisiva Lorna Raver se los come con patatas fritas, poniendo toda la carne en el asador con el papel de vieja villana, y que parece entender a la perfección cómo hay que desenvolverse en un film que es una locura de principio a fin. Dicho de otro modo, es la única de todo el reparto capaz de hacer creíble a su personaje.
‘Arrástrame al infierno’ fue gestada en la época de la tercera entrega de ‘Evil Dead’ y se nota. El problema es que Raimi parece no haber querido demostrar lo que ha aprendido a lo largo de estos años. No lo necesita, pero su capricho de querer volver a sus orígenes nos ha salido caro. La broma no tiene gracia, y menos aún cuando pone en evidencia el hecho de que Raimi podría estar perdiendo el norte de forma alarmante. Sus primeros films tampoco son nada del otro mundo, pero al menos tenía las ideas claras. Ahora da palos de ciego sin saber muy bien hacia dónde quiere dirigirse. Eso sí, ‘Arrástrame al infierno’ es perfecta para recomendar a esos seres antes mencionados; se lo pensarían dos veces antes de denegar un préstamo a una inofensiva anciana que les deja el pañuelo con mocos encima de la mesa.
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