El principal intento para lograr hacer reir en la película de esclarecedor título ‘Paul Bart, superpoli de centro comercial’ es el supuesto gancho cómico de Kevin James. Un tipo que ha logrado su fama y popularidad, exclusivamente en territorio estadounidense, gracias a la televisión y que afronta una nueva aventura en la gran pantalla, ahora en solitario y con una historia ingeniada por él mismo, para verdadero lucimiento de sus cualidades.
Lamentablemente, en esta película Kevin James tan sólo sabe sacar partido a su gordura, limitándose a reírse de sí mismo una y otra vez, con el mismo cansino chiste. Un tipo de humor físico, con continuos gags que aluden a su talla de gordito y los problemas que ello le derivan del que cualquiera recuerda más gloriosos ejemplos en la historia del cine. Para más inri, coloca un corazón de hombretón bueno dentro de su orondo cuerpo para intentar despertar la empatía del espectador.
Lo cierto es que hace falta mucho más que demostrar continuos tropiezos y situaciones embarazosas que acaban con sus huesos en el suelo para arrancar siquiera una carcajada. La historia, del todo convencional hasta el límite, nos cuenta como un eterno aspirante a la policía, esforzado y obstinado, no consigue graduarse debido, no a la acumulación de michelines, sino a padecer hipoglucemia. Lo que le lleva a trabajar como miembro de seguridad de un centro comercial, donde desarrolla sus dotes de estricto vigilante y buen oficial en sus menesteres, frente al resto de holgazanes compañeros y jefe pasota.
Una vez descubrimos la falta de pareja que adolece Paul Blart, ayudado por su madre e hija, la historia se centra en el enamoramiento por una dependienta, por la que suspira pero a la que sólo sabe demostrar su timidez y tremenda torpeza. Esta primera parte resulta aburrida, sosa, sin gracia alguna y que acaba cansando hasta el hastío ver al vigilante recorriendo el centro comercial en su segway. Falta de ritmo, de personajes que le den la réplica y abusando de un humor tan básico y absurdo que ni a los niños (a los que verdaderamente va dirigida la cinta) les arrancará un sonrisa sincera.
Llegados a este punto, la película retoma una trama de acción que parece podría mejorar el flojo arranque. Y es que en el pleno “black friday” (el día de compras por excelencia en Estados Unidos) unos atracadores acrobáticos, dotados de alta tecnología y que se mueven en monopatín y bicicleta con enorme agilidad y absurda utilidad, intentan hacerse con el dinero de las compras realizadas con tarjeta de crédito. Su motivo: lograr un buen botín para comprar en Amazon. Algo tan disparatado como la situación en la que Paul Blart se encuentra como forzado héroe para intentar liberar a los rehenes, entre los que se encuentra la dependienta por la que suspira.
A partir de aquí se suceden nuevas entregas del humor físico de este gordito bonachón, tierno y dulce, que saca de dentro toda su ira y su capacidad agazapada como policía. Sin olvidar sus ataques de hipoglucemia que aparecen en el momento menos oportuno.
La película, dirigida por Steve Carr (y producida bajo el sello de Adam Sandler), es un vehículo de exhibición y lucimiento para Kevin, que desgraciadamente plantea como única y cansina estrategia la de mofarse del sobrepeso, del hombre gordinflón y patoso que pone su empeño en no serlo pero que no puede evitar el tropiezo constante. Un abuso que es consecuencia de la escasa eficacia de dicha estrategia y de la incapacidad del protagonista por aportar buen humor o algo de inspiración en algunas escenas mínimas donde arrancar risas.
‘Paul Blart, superpoli de centro comercial’ es una película simple, aburrida, falta de ritmo e interés, con un humor fallido y sin ingenio que en absoluto logra sacar partido de lo mejor de un Kevin James, que bien haría en dedicarse a su medio. Ya que su carrera televisiva sí está bañada por el éxito de público y crítica (con ‘El rey de Queens’), y no así sus aproximaciones al difícil arte de la comedia cinematográfica. Anteriormente le hemos visto dándole la réplica a Will Smith en ‘Hitch’ (estaba discreto), compartiendo cartel con su amigo Adam Sandler en la olvidable ‘Os declaro marido y marido’, y ahora esta fracasada demostración, como estrella en solitario, que le pone complicado ganarse un reconocimiento artístico medianamente comparable al cosechado en la televisión norteamericana.
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