Para afrontar esta nueva entrega del personal y remarcado estilo de Gus Van Sant hay que olvidarse de las vestiduras del cine comercial de buena factura con la que nos deleitó en ‘Mi nombre es Harvey Milk’ (anterior estreno pero posterior realización), para adentrarse en la perturbadora historia de un adolescente intentando asumir el peso de la culpa bajo su personal prisma radical e indie. Para ello, Van Sant retoma su batuta de autor en la línea de sus discutidas ‘Garry’, ‘Last Days’ y ‘Elephant’, pero alcanzando un resultado más sorprendente y elogiable.
No hay en ‘Paranoid Park’ nada que no se pueda encontrar en las mencionadas, pero al menos sí una fuerte (y más acertada) apuesta por llevar más allá su estilo personal, aquí más acentuado, que intenta ahondar, o más bien, enseñar al espectador la lucha y debate que se produce en el interior de un joven skater por superar el sentimiento de culpabilidad.
No se le puede negar que Van Sant logra una arriesgada y valiente puesta en escena, llena de ejercicios visuales acompañados de un original uso del sonido que consiguen efectivas escenas. Sin embargo, el acentuado estilo del realizador se impone, se encarga de quedar subrayado por encima de la historia, encallando en algunos momentos la narración para deleitarse con la cámara subjetiva, la ralentización combinada con música y sonidos dispares.
Van Sant adapta libremente una novela homónima de Blake Nelson, que cuenta la historia de cómo la muerte accidental de un agente de seguridad afecta a la nihilista y hermética vida de un joven aficionado al monopatín. Como es lógico, la familia desestructurada, unas amistades y novia que no le convencen, le llevan a soportar una cierta soledad que se vuelve dura cuando lucha por digerir el malogrado incidente. La historia es tratada a modo de puzzle, con una narración que rompe la estructura temporal y que juega con la cronología de los sucesos para conseguir lo más interesante de la propuesta: que el espectador, testigo único de la verdad, vaya asumiendo junto con el protagonista mientras va descubriendo y reconstruyendo el relato.
Como digo, el realizador logra un efectivo resultado, aunque parece más entusiasmado por llevar más allá su ejercicio visual (y sonoro), que otorgarle mayor desarrollo a las subtramas y a los secundarios. Por ello, más allá del fuerte delirio imaginativo no se madura el trayecto hacia la redención del protagonista, y acaba tomando el camino más fácil.
No por ello, se puede denostar el excelente trabajo del polémico Van Sant. Es cierto que logra momentos de poderosa hipnosis, de alcanzar una inspirada y original manera de mostrar el sentimiento y el pensamiento del personaje, con una mirada subjetiva que sigue, en cierto modo, la línea marcada en anteriores obras. Una aproximación personal al complejo mundo de jóvenes que ya nos apuntara en ‘Elephant’, aunque con motivaciones distintas (en ésta la culpa se veía con cruel objetividad) y resultado bien diferente. En ‘Paranoid Park’ acentúa el sentimiento de culpabilidad pero explorando la conciencia, la necesidad de contar lo sucedido (como un vómito que vacíe la conciencia) para encontrar la paz, cuando el paisaje de alrededor no facilita precisamente asumirla, y lo consigue con un obra más redonda, coherente y muy sugerente.
A todo ello hay que unir el gran trabajo (atípico) de Christopher Doyle, que aporta una fotografía espléndida, brillante y que logra elevar la arriesgada apuesta de Van Sant y otorgarle mayor veracidad. Se juega con distintos formatos que enriquecen la fragmentada narración.
Tampoco se puede obviar el elogiable trabajo que el realizador extrae de los actores principales (en especial de Gabe Nevins), noveles seleccionados a través de una casting en MySpace.
Ver 6 comentarios