Cuando Netflix anunció la nueva adaptación de acción real del popular manga —y posterior anime— 'Death Note', escrito por Tsugumi Ohba, la comunidad otaku maldijo la decisión temiendo que mancillasen su querida obra tras pasarla por el filtro norteamericano. Un miedo más que justificado a juzgar por los los resultados vistos en anteriores intentos de Hollywood de trasladar material original nipón a la gran pantalla.
La infame 'Dragonball Evolution', 'Airbender: El último guerrero' o la más reciente e insulsa 'Ghost in the Shell' han dejado claro que el salto de continente —y formato— no ha sentado especialmente bien a estos personajes e historias de esencia puramente japonesa. Pero 'Death Note' ha contado con algo que no tenían los ejemplos mencionados, y que ha sido un factor determinante a la hora de hacerme caer rendido ante ella: un AUTOR —si, en mayúsculas— completamente desatado.
Los conocedores del manga o el anime originales aborrecerán de forma instantánea 'Death Note', mientras que de entre los neófitos surgirán dos facciones bien diferenciadas. La primera se limitará a ver su caos narrativo y sus evidentes limitaciones. La segunda —en la que me posiciono— defenderá a capa y espada cada uno de los 100 minutos de este imperfecto desmadre adolescente; violento y rebosante de un estilo —y una cara dura— que sólo nos podría brindar un geniecillo como Adam Wingard.
Wingard desencadenado
Damas y caballeros, 'Death Note' es lo que ocurre cuando coges a un cineasta con tantísima personalidad como el bueno de Wingard, le das cincuenta millones de dólares y, lo que es más importante, total libertad creativa. El resultado, como no podría ser de otro modo, es la obra más personal del de Tennessee hasta la fecha, lo cual es motivo de la mayor de las celebraciones para los amantes del género.
Ver aparecer el título de la película y ser testigos de cómo se ilumina y anima, imitando en una clara referencia a la memorable introducción de 'La Cosa' de John Carpenter, es el primer síntoma de que estamos a punto de disfrutar de un producto con identidad propia. Todo en 'Death Note' grita "Adam Wingard" a los cuatro vientos, y sus primeros compases son sólo la punta del iceberg.
A golpe de sintetizador y con un baño de luz y colores primarios sacados de los neones ochenteros marca de la casa, el director proyecta todas sus filias y tics sin perder un sólo momento en explicaciones ni planteamientos. En un abrir y cerrar de ojos, un fugaz primer acto pasa a la historia para, sin darnos cuenta, tener a Light escribiendo nombres y reventando cráneos a diestro y siniestro sin mover un solo dedo.
Porque a 'Death Note' hemos venido a pasarlo bien. A ver circular por la pantalla una retahíla de personajes arquetípicos que proyecten esa furia adolescente que muchos aún llevamos dentro, a disfrutar del gore festivo más pasado de rosca y a revivir el espíritu de la genial 'The Guest' en un ejercicio tan fresco, macarra y desvergonzado que se antoja difícilmente replicable.
(Im)perfecto disparate
Si, los protagonistas y el desarrollo de la trama de esta 'Death Note' poco —o más bien nada— tienen que ver con los del manga original, pero, ¿a quién le importa? Con este tipo de producciones, el público parece olvidar que la palabra "adaptación" no es sinónimo de "fotocopia", y que cada autor y cada estudio pueden aportar visiones diferentes sobre el material base.
Tanto Wingard como los hermanos Parlapanides y Jeremy Slater —coguionistas a seis manos del libreto— han atado la creación de Ohba a un pura sangre tejano y la han arrastrado desde Boston hasta Los Angeles, embadurnándola de los reconocibles carácter y aroma americanos. Esto es algo que se manifiesta desde en el apellido del protagonista hasta en esa ambientación en la que fútbol americano, cheerleaders, calcetines altos y pasillos de instituto yanqui están a la orden del día.
Obviamente, 'Death Note' no es perfecta, ni mucho menos. El afán de Wingard por desatar su imaginario y su creatividad sin hacer prisioneros deriva en una falta de profundidad que nos invita a deglutir todo lo que ofrece a nivel argumental sin pararse a ofrecer un desarrollo más pormenorizado de arcos y tramas. Todo apunta a que la sala de montaje terminó prácticamente en llamas a juzgar por los recortes que se dejan entrever en una estructura atropellada que, por suerte, no cae en los terrenos de la incomprensión.
Pero, al igual que su falta de fidelidad a la fuente en que se basa, poco o nada importa esta tendencia a pisar el acelerador o que, en su conjunto, 'Death Note' parezca un prólogo o una simple antesala de algo más grande que, esperemos, está por venir. Toda la chulería, el descaro y el derroche de estilo propio tanto del largometraje como de su artífice compensan con creces sus errores, y me invitan a lamentarme por dos motivos: que no esté ya confirmada una secuela con el mismo equipo involucrado, y que no hayamos podido disfrutar esta auténtica y descerebrada gozada proyectada en salas de cine.
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