Hay casos maravillosos (bastantes, además) en los que la realidad supera con creces la ficción. Historias que, por inverosímiles que parezcan, están fijadas en el contexto de nuestra realidad, y no dentro del acervo y el imaginario de la imaginación. Estas narraciones, extraordinarias en su sentido más literal, hacen de la cotidianidad algo divertido, llamativo y susceptible de ser contado.
Estas historias, fuera de la normalidad, pero dentro de lo real, van desde paranoides excentricidades de actores de método hasta la simbólica relación entre felinos y humanos, pasando por magistrales conversaciones entre maestros sobre el cine o el auge de la nueva política española. En el campo televisivo también se ha puesto de moda el true crime serial y las docuseries, con ejemplos tan paradigmáticos como ‘Making a murderer’, ‘Lore’ o la española ‘Muerte en León’.
En el campo del documental cinematográfico, precisamente, es donde se mueve Gustavo Salmerón para contarnos una historia, al mismo tiempo, cotidiana y extraordinaria. ‘Muchos hijos, un mono y un castillo’ es un acercamiento a la vida de la familia del actor español, que en su peculiar título recoge la vida de la protagonista indiscutible de la historia: su madre, la auténtica y entrañable Julita Salmerón.
El documental, nominado a los premios Goya y ganador en el Festival de Karlovy Vary, ha sido parte de numerosas selecciones oficiales de festivales de todo el mundo, como Toronto o San Sebastián.
El largo y llamativo título del primer largometraje de Salmerón corresponde a una frase de su madre, que comienza la narración como si de un cuento se tratara. Y es cierto que su vida parece más fábula que realidad: esta es la historia de una mujer que soñaba con tener muchos hijos, un mono y un castillo, que frotó la lámpara del genio y consiguió hacer sus deseos realidad. La historia de Julita, a la altura de Carmina Barrios por su autenticidad como imagen de las grandes señoras de España, bien merece un documental.
Los objetos como la vida pasada
Gustavo Salmerón, que ha grabado durante más de una década y tiene una cantidad ingente de material documental, parece sufrir en lo referido a brutos de vídeo un síndrome que bien comparte con el resto de su familia: el de Diógenes. Porque ésta es una de las acciones que más repite su madre, de forma consciente y reconocida: la acumulación material como un particular mantra que le lleva, incluso, a conservar unas vértebras de su abuela.
Será con la búsqueda de estas vértebras como se inicie la acción obsesiva del director en el documental, en torno al debate de la memoria histórica: su bisabuela murió durante la guerra civil. Tampoco pierde el tiempo en florituras ideológicas nuestra protagonista, que afirma sin pudor su pertenencia a la Falange, de la que aún es socia porque nunca se desapuntó y que parece que era lo habitual.
Los hermanos de Gustavo empezarán a rebuscar entre cajas del castillo que la familia Salmerón posee por una herencia y es uno de los deseos cumplidos de la matriarca, sin rastro alguno de las vértebras, vertebradoras -valga la repetición- de la acción dramática, encontrando detalles de la vida de su madre que nos darán pistas sobre su identidad.
Aquí destaca la desbordada pasión de Julia por la Navidad, que en una de las estampas más divertidas del documental riega a mangerazo limpio un Belén que tiene montado a pesar de ser junio. También la vemos obsesionada con la muerte, bien propia, bien de su marido, otro de los pilares de su existencia. Y, que no se nos olvide, el mono que siempre quiso y finalmente tuvo.
Existencialismo vitalista
Más allá de la propia historia que se nos cuenta, de una familia que vivió en un castillo propio en el que se acumularon todo tipo de objetos, la intención de Gustavo Salmerón no es únicamente contar la extraordinaria vida de su madre, sino también buscar la representación de su personalísimo alegato vital.
Julita muestra una tranquilidad pasmosa ante sus defectos: a pesar su obsesión por la comida y de su ansia de acumulación para no olvidar los episodios de su vida pasada -aquí juegan un papel fundamental las fotografías que Gustavo Salmerón incluye en el montaje, así como cortes de vídeos caseros que muestran la juventud de su madre y la infancia de sus hijos-, su desbordante naturalidad convierte sus peores caras en el entrañable retrato de un personaje sin igual.
Gustavo Salmerón, en una muestra de amor incondicional, desnuda a su madre con todo lo que conlleva su figura, sin trampa ni cartón. En este retrato de la vejez, de la vida y del golpe de la crisis económica a la clase media, Julia se convierte en una suerte de mensajera del optimismo y el carpe diem.
Su carta de amor maternal y familiar es un bellísimo alegato que no sólo triunfa por su honestidad y sinceridad, sino por su representación de la crudeza y su optimismo vitalista. ‘Muchos hijos, un mono y un castillo’ es una divertida y dura comedia que bebe de la mejor de las inspiraciones: la realidad.
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