El año pasado se montó un gran revuelo por la ausencia de actores negros entre los aspirantes al Oscar, lo cual llevó a la Academia de Hollywood a tomar medidas al respecto. Este año el problema no se ha repetido, pues los intérpretes de color tienen presencia en todas las categorías. A decir verdad, es probable que venzan en varias, siendo el premio a la mejor actriz el único que tienen prácticamente imposible.
Uno de los que parece seguros es el de mejor actor secundario para Mahershala Ali por su presencia en uno de los tres segmentos en los que está dividida ‘Moonlight’, una aclamada película a la que solamente el fenómeno ‘La La Land’ le va a evitar triunfar en la categoría reina. Por mi parte no encontré esa extraordinaria obra que no pocos han visto en ella, pero sí un drama notable con un gran tratamiento de la sensibilidad masculina que merece vuestra atención.
La fragilidad masculina en tres etapas
‘Moonlight’ aborda una serie de temas que en otras manos habrían dado pie a un relato sobrecargado, pues estamos ante la historia de un chico negro homosexual que sufre bullying en el colegio y que tiene una madre con un problema con las drogas, no habiendo ni rastro de su padre. El hecho de dividir la película en tres segmentos bien diferenciados ayuda a que cada una de esas realidades coja mayor o menor presencia a medida que su protagonista va evolucionando, encontrando así un estimulante equilibrio dramático.
Eso también ayuda a que ‘Moonlight’ sea una película que destaca por si sola por mucho que se le pueda buscar parecidos relativos con otros títulos. Además, Barry Jenkins utiliza lo que pueden parecer una serie de diversos lugares comunes para trascenderlos con una envidiable facilidad, prestando especial atención al retrato de la fragilidad masculina, pero sin caer nunca en subrayados excesivos. La delicadeza de su protagonista se traslada así a la propia película.
Por ello, Jenkins opta por convertir a ‘Moonlight’ en una película que muestra más que cuenta, dando únicamente a los diálogos una función de complemento a las imágenes. Eso implica que los actores tengan que decir mucho más con su lenguaje corporal de lo habitual, contando además con los límites de que la contención ha de ser por regla general la norma para sus interpretaciones. Eso es innegociable para lo que busca Jenkins.
‘Moonlight’, una propuesta única
Esa normalidad encuentra su reflejo en el acabado visual gracias al impecable trabajo de James Laxton, quien sabe cómo combinar a la perfección el innegable toque realista de ‘Moonlight’ con un elemento lírico que se potencia según la ocasión lo requiera -y además se hace de formas diversas, tanto en cada uno de los tres episodios como en el interior de todos ellos, estableciendo así en el propio tratamiento de los colores una entidad propia para cada una-.
Esto es algo que Jenkins intenta potenciar desde la puesta en escena, cayendo puntualmente en algún alarde innecesario -esa utilización del travelling circular en un par de momentos-, pero por regla general elevando esa sensación de belleza herida que sobrevuela toda la película, convirtiéndola así en una película única en su especie. No cuesta entender que quisiera que ninguno de los tres protagonistas se conociera para que así cada uno diera su toque personal a Chiron.
Quizá esto último haya sido el elemento esencial para que el trabajo de Ali sea el más comentado de ‘Moonlight’, ya que su presencia como peculiar figura paterna del protagonista da pie a una serie de momentos con mucha fuerza, la mayoría por el poder de las imágenes de Jenkins, pero también hay espacio para ese realismo en la escena en la que cuestiona la forma de vida de la madre de Chiron -solvente pero a ratos algo excesiva Naomie Harris, quizá por el hecho de no haber hecho ensayo alguno para sus escenas-.
Sin embargo, lo que realmente pesa al final es la necesidad de mostrar cómo Chiron va cambiando, luchando contra los obstáculos que le pone la vida e intentando encontrar su lugar para poder ser feliz. Ahí está el verdadero corazón de ‘Moonlight’, y late sin parar, ya que las emociones están en todo momento a flor de piel, logrando así que el único momento en el que él realmente estalla tenga aún más fuerza y que uno entienda perfectamente lo que le lleva a actuar así.
Más allá de eso se realiza un viaje impecable por la vida de Chiron, desde su desconfianza inicial hacia Juan por mucho que le haya rescatado hasta el reencuentro con Kevin. Todo sucede de forma pausada pero lógica, viéndose cada vez nuevos rasgos del protagonista, a veces por las elipsis introducidas por Jenkins, pero también por el intachable y complementario trabajo de Alex Hibbert, Ashton Sanders y, sobre todo, Trevante Rhodes, cuyo vigoroso físico es el contrapunto ideal para esa fragilidad que sigue estando ahí, carcomiéndole por dentro.
En definitiva, ‘Moonlight’ es un fascinante retrato de la fragilidad masculina que sabe cómo ha de utilizar todos los problemas que asolan a su protagonista para ofrecer un retrato tan delicado como interesante de su evolución vital. Ciertos detalles le impiden ser una propuesta sobresaliente, pero su presencia entre las aspirantes al próximo Oscar a la mejor película es bastante merecida.
Crítica de Jorge Loser: ‘Moonlight’, reflejos de masculinidad herida
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