Tom Cruise lleva ya varias décadas siendo una de las mayores estrellas de Hollywood, y además lo ha conseguido sin dedicarse a acumular secuelas de sus mayores éxitos, aunque eso parece que va a cambiar en breve. Eso sí, hasta ahora Ethan Hunt ha sido el único personaje que ha interpretado en más de una película, consiguiendo además ese pequeño milagro de que solamente la segunda no merece la pena y encima ‘Misión Imposible’ alcanzó su cima hasta ahora con la cuarta entrega, toda una rareza.
Quizá una de las claves para ello está en el deseo expreso del propio Cruise para que cada entrega tuviera un director diferente para que así pudieran aportar su toque personal a la misma. En 'Misión Imposible: Nación Secreta' (Mission Impossible: Rogue Nation) ha optado por volver a colaborar con Christopher McQuarrie, con quien ya coincidió hace poco en la interesante ‘Jack Reacher’, y el resultado es un entretenimiento de primer nivel que cumple con holgura en todo lo que se propone, pero es una pena que no se atreva a algo más.
’Misión Imposible: Nación Secreta’, el mejor entretenimiento de usar y tirar
Soy consciente de que la expresión entretenimiento de usar y tirar ha sido usada tantas veces de una forma despectiva que da la sensación de que estás haciendo de menos a una película si la calificas como tal. Por mi parte, considero muy lícito que una cinta no quiera ser más que eso siempre y cuando explote al máximo su potencial, pues nunca está de más una película que sea simplemente para pasar el rato realmente bien hecha. Eso fue lo que pensé que era ‘Misión Imposible: Nación Secreta’ tras acabar su visionado.
Creo que el primer detalle clave para que esta quinta entrega me dejase con una sensación que no llegué a sentir con las cuatro anteriores películas está en el hecho de que es cierto que todos los directores habían dejado, de una forma u otro, su sello en las aportaciones a la franquicia y que eso las hacía hasta cierto punto memorables –sí, incluso a la muy olvidable floja segunda entrega-. Por desgracia, eso es algo que no sentí viendo ‘Misión Imposible: Nación Secreta’.
No me entendáis mal, pocas pegas hay que poner realmente al trabajo de puesta en escena de McQuarrie, ya que consigue que la historia fluya con un ritmo sin altibajos –a lo que sin duda ayuda que el guión sea también suyo-, que todo tenga un impecable acabado técnico –nunca está de más aplaudir a Cruise por prestarse a rodar ciertas escenas de peligro- y que las secuencias de acción se sigan a la perfección y estén muy bien ejecutadas –si acaso la persecución se me hizo un poquito pesada, pero nada realmente grave-, permitiéndose ciertas piruetas aquí y allá e incluso aportando una interesante utilización ocasional de los sonidos que me hizo acordarme de que fue él quien hizo el estupendo inicio de ‘Jack Reacher’.
¿Qué es entonces exactamente lo que falla? Simplemente que nunca llega a ser memorable y que tampoco tiene una auténtica entidad propia. Es puro entretenimiento que no quiere ser más que eso –algo que también se percibe en un guión muy correcto y equilibrado –seguramente el que más de toda la saga- en líneas generales, pero que mezcla ideas y giros ya vistos en cientos de ocasiones, principalmente tanto en la propia saga como en el cine de James Bond, sin el menor interés en darle un toque distintivo- y además cumple perfectamente en todo lo necesario para serlo, aunque no tengo muy claro que dentro de unas semanas vaya a acordarme de gran cosa, ¿es o no apropiado entonces llamarlo entretenimiento de usar y tirar?
Misión cumplida
Lo que también tengo claro es que decir que una película es muy entretenida es una idea tan subjetiva que solamente será de alguna utilidad para aquellos con los que coincida casi siempre o casi nunca. La cuestión entonces es… ¿qué es exactamente lo que hace a ‘Misión Imposible: Nación Secreta’ un gran pasatiempo veraniego? La respuesta breve es que tiene las ideas muy claras sobre lo que quiere ser y también cómo hacerlo.
Un cambio notable respecto a ‘Misión Imposible: Protocolo Fantasma’ (Mission Impossible: Ghost Protocol) es que aquí la importancia del trabajo en equipo vuelve a quedar un poco de lado en beneficio de una trama que encaja más dentro de ese tipo de cine de espionaje en el que van sucediéndose sorpresas relacionadas con las verdaderas motivaciones de los personajes. Aquí no es que suceda nada que un espectador mínimamente versado no pueda anticipar, pero el ser previsible no importa tanto como que la historia sea desarrollada con solvencia y criterio, que es la principal aportación de McQuarrie como guionista.
Además, el toque espectacular está ahí ya desde una vertiginosa primera escena en la que Tom Cruise vuelve a demostrar que es un actor especial, ya que prácticamente nadie –si es que hay alguien- sería capaz de hacer lo que él hace a su edad. Su entrega es encomiable y lo mejor de todo es que se contagia en mayor o menor medida a sus compañeros de reparto, todos ellos cumpliendo su función de forma intachable. Si acaso, me hubiera gustado ver un poco más a Jeremy Renner, pero el enfoque de la historia no lo justificaba.
Entre las novedades, Alec Baldwin cumple con holgura, pero lo que realmente nos interesa son las aportaciones de Rebecca Ferguson y Sean Harris. La primera no podría estar más creíble en un papel que la sitúa en una posición de igualdad física e intelectual con nuestro protagonista, sabiendo aprovechar su belleza, en especial su rostro, ya que sabe mantener a la perfección la incógnita sobre sus verdaderas intenciones.
Por su parte, Harris sale adelante con estilo en un villano demasiado similar a todos aquellos antiguos agentes que se cansaron y se volvieron malos. En su caso es a través de la voz con lo que consigue infundir respeto y dar la sensación de ser una verdadera amenaza, siendo el propio actor el que consigue mejorar un material de base que no va más allá de la anodina corrección.
Otro aspecto fundamental para que la historia avance con fluidez y que funciona contrapunto a su combinación de espectáculo y cine de espías –es la entrega que más nos recuerda a dicho subgénero desde la primera parte- es la medida utilización de unas acertadas dosis de humor que ayudan a hacerlo todo mucho más llevadero. Como era de esperar, Simon Pegg es el que más y mejor utiliza este recurso, pero también hay detalles reservados para otros personajes que saben sacarle su jugo sin llegar a quitar en ningún momento la sensación de estar ante una misión muy peligrosa.
En definitiva, ‘Misión Imposible: Nación Secreta’ es un estupendo pasatiempo que deja aún más en ridículo al último título que os comenté cuya principal misión debía ser esa. Todo raya a muy buen nivel y no hay grandes pegas que ponerle, pero su falta de identidad limita sus propias posibilidades, algo que le ayuda a encontrar el tono adecuado y mantenerlo con gran facilidad, pero que también provoca que nunca llegue a ser memorable. Con todo, le da de sobra para ser una opción mucho más recomendable que el otro gran y deficiente estreno de esta semana.
En Blogdecine:
Ver 39 comentarios