"Nos han robado el silencio"- - Dalai Lama
Que Martin Scorsese, después de filmar 'Casino' (id, 1995), decidiese hacer una película sobre el decimocuarto Dalai Lama, fue acogido por muchos como la prueba evidente (?) de su indefinición personal, e incluso como un intento de demostrar y demostrarse que podía abordar temas exóticos en su filmografía para dar la apariencia de una forzada y desesperada versatilidad artística. Otros fueron más cautos y menos prejuiciosos, y esperaron a ver sus imágenes para formarse una opinión al respecto. Lo cierto es que 'Kundun' (id, 1997) conforma, a juicio de quien esto firma, y junto con 'La edad de la inocencia' ('The Age of Innocence', 1993) y 'Casino' (id, 1995), la obra maestra de Scorsese. Una trilogía extraordinaria que evoca mundos (ya sean reales o soñados) perdidos, anhelos de felicidad frustrados, y una globalidad estética, formal, que demuestra la plenitud y la inspiración de un cineasta que no por casualidad es de los más venerados de la historia.
En realidad, tiene todo el sentido que Scorsese se lanzara a hacer esta película, pues el Dalai Lama es otro de esos personajes martirizados por las circunstancias y que, con más deseos que hechos, tratan de cambiar su destino, los cuales abundan en su filmografía. El Lama, por tanto, no anda lejos, desde luego, del Charlie de 'Malas calles' ('Mean Streets', 1973), ni mucho menos del Jesucristo de 'La última tentación de Cristo' ('The Last Temptation of Christ', 1988), pasando por supuesto por la Alicia de 'Alicia ya no vive aquí' ('Alice Doesn't Live Here Anymore', 1974), o más concretamente el Newland Archer de 'La edad de la inocencia'. Es decir, un personaje puramente scorsesiano, atormentado y obsesionado, que a pesar de su disparidad geográfica y cultural es perfecto para que Scorsese se identifique con él e intente profundizar en su verdad anímica más inaccesible, pues para este cineasta el cine es, ante todo, la herramienta perfecta para esa indagación.
Filmada en Marruecos (la realidad política así lo exigía...) con un presupuesto y un calendario bastante holgados, Scorsese convertía en imágenes el libreto que durante casi una década había sido reescrito por Melissa Mathison, la autora del guión de 'E.T., el extraterrestre' ('E.T. The Extraterrestrial', Steven Spielberg, 1982). Tomaron la decisión de buscar actores no profesionales, y de construir el reparto con actores netamente tibetanos, lo que contribuye, y de qué manera, a expresar un grado de autenticidad y de realismo muy importantes para un filme que se aleja mucho de cualquier narración épica o política acerca de los convulsos hechos históricos del Tíbet en el siglo XX, y que se centra, antes que nada, en la compleja personalidad y primeras décadas de vida del actual Lama. Scorsese le toma a él como centro absoluto de su relato y de su punto de vista, en uno de los ejercicios de identificación moral y espiritual más admirables de los últimos años.
El color y la hipnosis del Tíbet
Tenzin Thu Thob Tsarong, que interpreta al Lama adulto, fue elegido por su parecido físico con el líder espiritual, pero además su tía está casada con un hermano del Lama. Muchas de las personas que prestaron su voz y su rostro a esta película están emparentados o trabajaron en el Tíbet durante muchos años, lo que da idea de la búsqueda de Scorsese de una veracidad que no habría de estar reñida con una puesta en escena orientada hacia lo sensorial, hacia lo psicológico o directamente abstracto, antes que a lo narrativo o incluso a lo documental. No era su intención adentrarse (y adentrarnos) en un Tíbet de postal así muchas veces representado, más bien otra muy distinta y doble: por un lado, adentrarse en la mirada de un individuo tan excepcional (en muchos sentidos) como el Dalai Lama, convirtiéndole en un voyeur de una época y unos sucesos fundamentales; por otro, convertirlo en metáfora del espectador omnisciente e ingenuo, de los hombres incapaces de traicionar su credo a costa de un realidad que lo supera a todas luces.
El Lama, como Newland Archer, nunca toma una decisión, nunca echa a un lado su aprendizaje cultural y hace lo que cree que es correcto. En este caso, abandonar la idea de la no violencia y luchar por defender a su pueblo. Al igual que Charlie en 'Malas calles', se debate entre dos formas de ver las cosas, y no toma partido por ninguna de las dos. Ante la agresión y la invasión de China, ante los muertos, se lamenta y sufre, pero no sabe, o no puede, o no quiere, hacer nada. No hay aquí una crítica de Scorsese hacia el líder espiritual, pero sí una constatación de un hecho: la actitud de los tibetanos no impidió que se viesen exiliados de su tierra. Una vez más, Scorsese no juzga. De hecho, comprende en parte a su protagonista, pero posee la suficiente altura moral como para permitirse un cuestionamiento. Por otra parte, y al igual que en 'La edad de la inocencia', su obsesión por el detalle no responde a un esteticismo barato, sino a una inmersión respetuosa en un mundo que no comparte pero que lucha por comprender.
Su puesta en escena, por tanto, no se ve contaminada por el efectismo, sino que se condiciona por su apego emocional y personal a una situación, a un hecho, a un carácter. La circularidad de su planteamiento, su abstracción y su detallismo, reclaman una empatía y una reflexión por parte del espectador. La fluidez de su cámara y la energía de su montaje, que hacen corto un metraje de ciento treinta y siete minutos, electrifican la serenidad del color y la atmósfera tibetanas, que son un oceáno de calma sobre corrientes de imágenes y pensamientos tempestuosos. Roger Deakins, que hace un trabajo formidable como director de fotografía, comprende a la perfección las intenciones de Scorsese, y al mismo tiempo que refleja la energía de una cultura, deja entrever los claroscuros de la pasividad frente a la violencia, de la inocencia frente a la barbarie. Más que nunca, Scorsese lleva a cabo un ensayo sobre las consecuencias de la violencia.
Conclusión
Uno de los filmes menos conocidos de su realizador, que sin embargo se revela como uno de los más personales, apasionados y arriesgados. Más que un viaje al corazón del Tíbet, que lo es, es un lúcido retrato de una de las personalidades más apasionantes del siglo XX, y una apuesta por el subjetivismo más puro, más cinemático, que identifica al Lama con cada uno de nosotros, espectadores, seres pasivos que observan, curiosos, un mundo que no nos es posible cambiar o modificar. Quizá Scorsese quiere que, al terminar la película, comprendamos lo mucho que podemos empezar a cambiar al pasar de ser meros testigos a ser protagonistas.
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