Habíamos perdido la fe en volver a ver películas del calibre de 'Crank' y su secuela: debuts como directores de Mark Neveldine y Brian Taylor, excesivas e hipercinéticas, contagiadas en su ritmo y urgencia por la cuenta atrás en la que vive sumergido su atribulado protagonista, el mejor Jason Statham posible. Aunque nos encantan, ni 'Gamer' ni la segunda 'Ghost Rider' habían alcanzado las cotas de locura de las 'Crank', y cuando Neveldine firmó en solitario la floja 'Exorcismo en el Vaticano', dimos por definitivamente domesticada aquella brutal explosión primigenia en dos tiempos.
Sin embargo, quizás Taylor era la auténtica dinamo espídica tras aquellas películas. Tras unos años en silencio, ha vuelto a primera fila con la delirante comedia para Netflix 'Happy!' y con esta 'Mamá y papá' ('Mom and dad'), que si bien no llega a la febril perfección de las 'Crank', sí que está claro que está construida con el mismo propósito: argumento satírico y resumible en dos frases, interpretaciones desquiciadas, puesta en escena sobreestimulada y humor idiota y ruidoso.
'Mamá y papá' no le da demasiadas vueltas a su planteamiento: cuenta las primeras horas de una insólita epidemia que hace que todos los padres quieran matar a sus hijos. Nadie se salva y no hay motivos más allá de eso, aunque se apuntan algunas hipotéticas causas. Da igual: lo importante es que la adolescente Anne Winters y su hermano pequeño Zackery Arthur son perseguidos sierras mecánicas en ristre por sus padres, Selma Blair y Nicolas Cage.
El resultado es casi un episodio del Coyote y el Correcaminos de imagen real (Taylor ya ensayó, y bastante, la idea del cartoon de carne y hueso en las primeras 'Crank' y, recientemente y de forma ya manifiesta, en Happy!), pero dentro de una casa y con gente que sangra. Taylor resalta esa condición innegable de seres caricaturescos, sin dimensión humana genuina (es imposible que nadie piense en los personajes de esta película como humaos reales) con una puesta en escena crispada, demencial, llena de ojos de pez, travellings lunáticos y contrapicados extremos.
'Mamá y papá': a la gloria por el exceso
Taylor consigue crear con su sencilla epopeya una atmósfera histérica, pero considerablemente siniestra, como si fuera incapaz de tomarse nada en serio pero a la vez fuera muy consciente del deprimente caos sin salida que generaría una situación así. De ahí la genuina inquietud que provocan imágenes como la de los padres y madres a la puerta del colegio, esperando a que sus hijos salgan sin hacer un gesto, pero con intenciones claramente aviesas. O todo lo relacionado con la maternidad, que proporciona en el mismo pack terror clásico a lo años setenta y humor bruto salido de una película de la Troma.
Habrá quien achaque a la película que, pudiendo optar por un mensaje incisivo y crítico, se decnate por la verbena de excesos, pero para empezar, no es del todo cierto. Priman los colores chillones y los planos retorcidos, pero la demolición sistemática que se efectúa de la institución familiar es más inteligente de lo que parece: haciendo que todo el mundo se comporte como dementes, Taylor deja bien clara la arbitrariedad de muchas de las relaciones familiares. No es que sea Haneke en términos de sutilidad, pero la bilis está ahí.
Y por supuesto, para que este festival del más difícil todavía prospere, en cabeza de reparto está un Nicolas Cage dándolo todo, varios pasos más allá de su habitual mega-acting, en una especie de versión de su castigador e implacable Motorista Fantasma, pero sin CGI. Multimaniaco y vibrando en un mágico y permanente estado de estallido total, Cage brilla precisamente porque es capaz de darle un trasfondo ridículamente trágico a su personaje: el de un padre de familia que con la edad ha perdido su agresividad juvenil. Un mero detalle de guión que Cage convierte en demoledor clic psicótico.
Muy a su altura está la algo más sutil pero igualmente divertida Selma Blair (y en una traca final estupenda, Lance Henriksen), capaz de darle la réplica a su marido con una inquietante composición a la que no le faltan dulzura, inocencia y desconcierto, lo que la hace todavía más venenosa e inquietante. Las consecuencias del choque son sencillas pero innegables: una película que es puro ruido y ultraviolencia, poco o nada elegante, pero dueña de una furia que devuelve a Taylor al trono del que nunca deberíamos haberlo bajado.
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