Pocos directores despiertan actualmente tanta expectación como Quentin Tarantino, algo que se ha ido ganando a pulso desde que estrenó la notable ‘Reservoir Dogs’ hace ya 24 años, tanto por el talento que nos ha hecho disfrutar de varios títulos inolvidables, por lo que había muchas ganas de comprobar si volvía a hacerlo con 'Los odiosos ocho' (The Hateful Eight), cinta que partía como una de las favoritas en los próximos Oscar para luego quedarse fuera de las categorías más importantes y que sólo ganó un Globo de oro hace unos días.
Con todo, su cine es de visionado obligado y mañana viernes 15 de enero llega a España su octavo largometraje –sólo hará dos más si nos fiamos de lo que lleva ya un tiempo diciendo- en el que demuestra que ha alcanzado una envidiable madurez como director. Lamentablemente, también hace gala de una debilidad nunca vista en un guión que además no tiene problemas en volverse tramposo en el peor momento posible, lo cual provoca que sea una obra agridulce, aunque también sea justo señalar que nunca deja de ser entretenida.
’Los odiosos ocho’, alternando virtudes y defectos
Cualquiera que esté familiarizado con el cine de Tarantino conoce de sobra su marcada querencia por los diálogos como base imprescindible para el desarrollo tanto de los personajes como de la propia historia. No obstante, he ido notando un cambio muy importante en los mismos a medida que iba haciendo nuevas películas, pasando de la provocación y la visceralidad a medirlo todo mucho más, perdiendo así parte de esa frescura que nos encandiló a muchos durante sus inicios.
Esa evolución no es algo necesariamente negativo, pero su tendencia a los excesos, lo cual da pie a grandes momentos durante el tramo final –aquí se agradece especialmente que lo haga sin perder nunca el control, cosa que, por desgracia, sí sucedía en ‘Django desencadenado’ (Django Unchained)-, sí que le perjudica en este punto, ya que provoca que las situaciones se alarguen más de lo debido sin que los diálogos tengan soltura necesaria para mantenernos atrapados mientras no sucede nada o simplemente varios personajes están tanteando la situación.
Tarantino compensa ese defecto con uno de sus grandes fuertes: La creación de personajes muy interesantes que saben extraer tan bien lo mejor de sus actores que resulta casi imposible concebir que habría sido posible que tuvieran otros rostros –aunque en el caso que nos ocupa sí he de reconocer que no me hubiera sorprendido ver a Christoph Waltz en el personaje encarnado por Tim Roth-. Eso ayuda a que la larga fase de presentación nunca llegue a resultar tediosa, ya que las interpretaciones son tan buenas y los intérpretes encajan tan bien que resulta complicado no dejarse llevar y pasar por algo ese “fallito”.
No obstante, la cosa empieza realmente a mejorar cuando todas las cartas están encima de la mesa –o al menos eso creemos nosotros- y los ocho odiosos del título están básicamente atrapados en una mercería, siendo entonces cuando la película se convierte en un cruce perverso entre ‘Diez negritos’, ‘La cena de los acusados’ (The Thin Man) y el propio cine de Tarantino. Eso sí, el director no duda en recrearse todo lo necesario en la presentación de los nuevos personajes y la dinámica que se establece entre todos antes de que los acontecimientos comiencen a precipitarse.
Divertida pese a sus peros
Por desgracia, llega un punto en el que Tarantino opta por dar un giro de guión muy tramposo que además coincide con una decisión narrativa –otro aspecto en el que destacó mucho en sus primeros trabajos- que rompe el ritmo de la función y da pie a otra decisión de lo más discutible sobre cierta decisión que toma uno de los personajes. Es entonces cuando esa relativa pérdida de frescura de la que hace gala el responsable de ‘Pulp Fiction’ más se nota, pero, afortunadamente, nunca llega a provocar una desconexión en nuestro interés.
Esas debilidades del guión, que a partir de ahí da pie a una divertidísima matanza que hace que acabe en lo más alto, se ven en parte compensadas por la depurada puesta en escena de Tarantino, quien hace todo lo posible por recuperar el sabor del gran cine de antaño y lo hace con una consistencia envidiable, sabiendo exactamente qué hay que hacer con la cámara en cada momento y la información que hay que dar en cada plano, aprovechando además al máximo todas las escenas de exteriores y haciendo un uso impecable de la muy efectiva banda sonora de Ennio Morricone.
Otro punto que me gustaría destacar es que no logro entender las acusaciones de misoginia hacia la película, pues Tarantino se limita a tratar al personaje interpretado por Jennifer Jason Leigh -mira que me gusta como actriz la otra opción de Tarantino para el papel, pero me alegro mucho de que se decantase por una decepcionante película que se estrenó hace bien poco- igual que si el prisionero fuera un hombre. Igualdad total que da pie a que reciba varios golpes –y la película no se corta en mostrar las consecuencias tanto de estos como de otros momentos mucho más brutales-, pero es que ella es, y perdón por la palabra elegida, una cabrona y se lo merece.
Ya he mencionado más atrás que los protagonistas clavan sus papeles, pero me resultaría un poco injusto no pararme un poco en algunos de ellos, pues algunos de ellos tienen más posibilidades de lucimiento que otros. El engatusador y observador Samuel L. Jackson, el violento y desconfiado Kurt Russell, el enigmático Walton Goggins, y la ya mencionada Leigh son los que brillan con mayor intensidad, tanto por la forma de pronunciar sus diálogos como por contar con personajes con mayores matices, algo que saben aprovechar en todo momento.
En definitiva, ‘Los odiosos ocho’ es tan tramposa como entretenida. También es la demostración de la gran madurez alcanzada como director por Tarantino, pero al mismo tiempo hace gala de una inesperada debilidad en su guión, lo cual siempre había sido su fuerte. El gran trabajo de los actores y la música de Morricone ayudan a elevar el resultado final y he de señalar que disfruté con su visionado pese a su exagerado metraje, aunque también que esperaba más de ella.
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