Que el western parece querer volver a ponerse de moda es algo que ya no sólo se vislumbra en el horizonte. Muestras como ‘Slow West’ (íd., John McLean, 2015) o ‘The Salvation’ (íd.,Kristian Levring, 2014), o el próximo estreno de la sorprendente ‘Bone Tomahawk’ (íd., S. Craig Zahler, 2015) muestran al género no sólo de vuelta entre nosotros, sino renovándose de forma inesperada hacia nuevos rumbos. Ahora nos llega Quentin Tarantino con ‘Los odiosos ocho’ (‘The Hateful Eight’, 2015), probablemente su mejor trabajo tras las cámaras, aquel en el que ha estilizado por completo su estilo, renunciando y abrazando al mismo tiempo sus tics, y en el que su amor por el cine queda más patente que nunca.
Y lo hace con una visión muy diferente a la que podría haber hecho el gran John Ford, de quien Tarantino ha declarado recientemente que nunca le gustó demasiado —salvo con el aislado caso de ‘La diligencia’ (‘Stagecoah’, 1939)—, que él se acerca más a directores como Howard Hawks, heredando de él el carácter grupal de algunas de sus películas, como también hace otro director que en ‘Los odiosos ocho’ navega en la sombra: John Carpenter. Tarantino considera su film postapocalíptico, y algo de ‘La cosa’ (‘The Thing’, 1982) posee este claustrofóbico y violento western. Por cierto, los descartes de Ennio Morricone en aquel film son utilizados aquí al lado de los 25 minutos compuestos por el maestro para la banda sonora.
La idea de ‘Los odiosos ocho’ nace del propio director recordando viejos westerns televisivos en los que varios personajes quedan encerrados ocultando su naturaleza bondadosa o malvada al espectador hasta el final. Cuando tuvo listo el primer borrador, éste sospechosamente se filtró en Internet, Tarantino se pilló el mosqueo del siglo, pero poco después decidió hacer una representación teatral simplemente con la lectura del guion, eligiendo a actores que más tarde aparecerían en la película —otros no— obteniendo un éxito estruendoso. ‘Los odiosos ocho’ era una realidad, y la decisión de rodarla en UltraPanavision 70 mm, acertada o no —no sé hasta qué punto cuando la mayoría son interiores—, suena a capricho personal de su director. Porque puede.
El UltraPanavision de 70 mm lleva cinco perforaciones de arrastre en la película y el positivo, y las lentes anamórficas de adaptación, con un factor de x0,25m, lo cual proporciona al espectacular aspect radio de 2.76:1 —en la de 35 mm el factor de compresión es de x2, a veces de x1,50, una diferencia considerable—. Lo penoso del asunto es que no todas las salas de cine están preparadas, lo cual resulta irónico, para proyectar un film así. En España sólo sucede en Barcelona, donde además el film se proyecta completo, sin el corte de 20 minutos aplicado al resto de ciudades.
Malditos bastardos
Con ecos de ‘El día de los forajidos’ (‘Day of the Outlaw’, André De Toth, 1959) y sobre todo ‘El gran silencio’ (‘Il Grande Silenzio’, Sergio Corbucci, 1968) —de la que directamente toma varias escenas prestadas— Tarantino construye toda una pieza operística alrededor de la premisa de un rescate, el de la bandida más cabrona del oeste, Daisy Domergue —una Jennifer Jason Leigh pletórica que ha recibido una muy merecida nominación al Oscar—, haciendo casi una relectura de su ópera prima, la magistral ‘Reservoir Dogs’ (ífd., 1991). Los interiores, en los que el director derrumba todo elemento teatral con su puesta en escena, vuelven a tomar sentido. Hawks no sólo resuena en sus imáganes, también Alfred Hitchcock.
‘Los odiosos ocho’ está estructurada en tres partes bien diferenciadas, cada una desencadenada a partir de un giro argumental que Tarantino se permite el lujo de explicar mediante el uso del flashback. Esto puede ser visto como innecesario, como pose —y de hecho creo que es así en otros trabajos del director—, pero lo que importa no es el destino, sino el viaje, y éste es increíblemente superior a lo visto en los siete films anteriores de su director. Ocho auténticos canallas, con un sentido de la moral y la justicia que raya la anarquía, motivados todos por ocultas razones personales, las cuales se irán descubriendo poco a poco y con gran entusiasmo, gracias sobre todo a la impecable labor actoral de todo su elenco.
Un elenco por el que se pasean rostros ya conocidos en el universo tarantiniano, caso de Tim Roth, Michael Madsen o Samuel L. Jackson, quien por supuesto posee un momento de gloria, con un muy atrevido monólogo que recuerda al de la película más famosa de su director. Del resto destacaría, cómo no, a Kurt Russell, cuyo personaje parece una malévola evolución del de la película de Zahler, maravillosamente compenetrado con Jason Leigh, probablemente la mujer más golpeada y machacada de la historia de un género tradicionalmente masculino. También el televisivo Walton Goggins brilla a gran y rabiosa altura, un cambiachaquetas espléndido con el que Tarantino efectúa una nada disimulado mensaje alrededor de la mentira y la conveniencia extendiéndolo a todo el relato.
Todos mentimos
Es precisamente ese punto el que más me ha llamado la atención de ‘Los odiosos ocho’. No únicamente por reflejar la violencia histórica de un país más tambaleado de lo que pensamos. Si el western en sí es ya de por sí una mentira, o como diría Leone una fábula con la que acercarse a la verdad, Tarantino le saca un provecho inusitado a dicho elemento, convirtiendo una carta del presidente Lincoln en todo un McGuffin con el que denunciar sin miramientos, y de forma muy violenta, esa mentira que posee un excesivo alcance político y humano. Como la bola de nieve que cae ladera abajo, como la tormenta que encierra a ocho personajes a enfrentarse los unos con los otros.
También me ha sorprendido muy gratamente el hecho de que el director que más parece admirar a Sergio Leone ha renunciado, sorprendentemente, a plegarse a la tentación de homenajearle teniendo en la música a alguien como Morricone. Así y cuando el flashback tiene lugar, Tarantino dilata el tiempo en determinada secuencia y en lugar de usar al compositor italiano, utiliza a David Heiss y la canción ‘Now You Are Alone’. También puede aplicarse a la tensa secuencia en la que Demian Bichir interpreta ‘Noche de paz’ al piano. Probablemente el mayor acto de respeto hacia Leone por parte de Tarantino, en el que toma definitivamente el relevo generacional.
Además logra estilizar su estilo, y cuando la película parece que va a desmadrarse a lo bestia, y eso sucede en numerosas ocasiones en su tercio final, Tarantino pisa el freno o lo equilibra con una secuencia posterior. La descarnada violencia explícita, que algunos pueden ver como casquería barata —algo que sí sucedía en su primer western— encuentra su sentido en un hambre de justicia verdadera y que se nivela entre los momentos poéticos —la lectura de la carta, que deriva en la necesidad de la mentira para proporcionar una falsa paz— o el golpe violento de terrible verdad, como el impresionante monólogo de Jennifer Jason Leigh, grito de rebeldía que incide en la mal llamada violencia de género.
Apasionante, hermosa, violenta, y con cierta tendencia a la salida de tono, que parece hecho a propósito para luego recuperarse, ‘Los odiosos ocho’ es un deleite visceral y estremecedor sobre la condición humana, hurgando en la propia historia de los Estados Unidos.
Otra crítica en Blogdecine:
- 'Los odiosos ocho', tan entretenida como tramposa (por Mikel Zorrilla)
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