La teoría del guión, esa herramienta que existe para asimilarla y, después, ignorarla sin ningún tipo de miramiento —como cualquier regla escrita sobre toda expresión artística—, dice que en algún momento de la primera mitad del segundo acto de un largometraje debe hacer acto de presencia una "trama B". Esta circulará en paralelo a la trama principal y, preferiblemente, terminará confluyendo con ella durante el tercer acto, creando una experiencia plena y satisfactoria.
No obstante, la importancia de las subtramas —que, por otro lado, no son totalmente necesarias para el correcto funcionamiento de una historia— para enriquecer un libreto encierra tras de sí no pocos peligros. De ser gestionadas de forma irregular, podrían desviar la atención de los elementos verdaderamente importantes e, incluso, generar una sensación de bicefalia narrativa dentro de la producción.
Este es, precisamente, el principal palo en la rueda que me ha impedido disfrutar de 'El lodo'. Y es que la nueva película de Iñaki Sánchez Arrieta tras 'Zerø' termina viendo sepultadas sus múltiples bondades bajo la falta de foco y el tratamiento de unas tramas que, lejos de ser complementarias al cien por cien, se antojan casi antagónicas en lo que parece una pugna por prevalecer una sobre la otra.
Ambición diluída
A pesar de que, sin duda, remen en la misma dirección y converjan en el clímax, las tramas principales de 'El lodo', como digo, transmiten una mayor sensación de oposición que de harmonía y, por momentos, parecen pertenecer a dos proyectos de naturalezas radicalmente diferentes; siendo el primero de ellos, de lejos, el más interesante al abrazar los cánones del thriller rural con tintes ecologistas y situar a nuestro protagonista en un entorno tan tenso como hostil.
Frente a este cóctel de violencia latente a punto de estallar, juegos de poder y cierto aroma al western más áspero, se encuentra un drama familiar con un exceso de intensidad tal vez algo impostado en el que una relación de pareja en horas bajas y los conflictos derivados del duelo; lo cual, a priori, no debería suponer problema alguno.
Por desgracia, ambos arcos argumentales poseen el mismo peso dentro del conjunto, mostrándose demasiado equilibrados. No termino de discernir cuál es la trama principal y cuál la subtrama, ni si estoy ante un ejercicio de suspense con un drama velado, o ante un estudio sobre la pérdida con alma de thriller. No tengo muy claro qué tipo de largometraje estoy viendo y eso, en última instancia, termina desconectándome de la propuesta.
Si a esto le sumamos unos cimientos que, pese a su solidez, están construidos sobre el exceso de exposición y unos clichés que dejan poco espacio a la sorpresa —la representación de la enfermedad mental del personaje de Paz Vega no es que sea demasiado acertada—; la buena factura técnica de la cinta, la solvente puesta en escena de Sánchez Arrieta y la visceral interpretación principal de un Raúl Arévalo al que sigue dando gusto ver cabreado terminan quedando en agua de borrajas. Lástima, porque el potencial de 'El lodo' es más que evidente.