‘Locke’ es la segunda película tras las cámaras del habitualmente guionista Steven Knight. Este mismo año llegaba a nuestras pantallas ‘Redención’ (Hummingbird’, 2012), ópera prima del realizador a mayor gloria de Jason Statham, y ahora se ha estrenado este curioso thriller protagonizado exclusivamente por Tom Hardy, al que acompañan voces de actores que jamás llegamos a ver en pantalla. Una apuesta cinematográfica que puede recordar a la relativamente reciente ‘Buried’ (id, Rodrigo Cortés, 2010) por cuanto su acción trascurre en un único espacio.
Si en el film que encierra, nunca mejor dicho, la mejor interpretación de Ryan Reynolds, el espacio era una caja de madera a modo de ataúd, haciendo una salvaje descripción del ser humano a través del uso de ese aparato del que todos parecemos esclavos —menos los inteligentes—, el teléfono móvil, en ‘Locke’ la herramienta es la misma, pero el espacio es el interior de un coche en el que el protagonista, el Locke del título, realiza un importante viaje de menos de hora y media en la Inglaterra actual. El resultado es muy aceptable, sin llegar a ser perfecto ni de lejos.
Ivan Locke, nombre que se repetirá mucho a lo largo de la proyección, alegoría del ego, sale una noche de su trabajo. Es un importante constructor que al día siguiente tendrá entre sus manos la obra más importante de su vida. Pero esa noche decidirá ir a un lugar al que no creía volvería, una mujer con la que se acostó nueve meses tras va a dar a luz y Locke toma la determinación de afrontar lo hecho, aunque para ello todo su mundo se desmorone. Un mundo cómodo, con un trabajo excepcional, buenos amigos y una familia que le quiere.
Corrección y un todoterreno llamado Hardy
Dicho mundo se verá amenazado por su decisión, considerada por él mismo como hacer lo correcto. Todo el viaje mantendrá conversaciones con su jefe, alguno de sus empleados y su esposa. Así pues, uno de los temas más comunes en muchos dramas, la infidelidad, tratada desde otra perspectiva. Locke podría tranquilamente no acudir a la llamada de esa mujer a punto de dar a luz. Pero cierto fantasma del pasado, la del propio de Locke, sale a relucir dentro de su mente, tal vez el punto más flojo del relato, como intentando justificar en un trauma su decisión, cuando sería mucho más interesante el hacerlo porque es lo correcto.
La puesta en escena de Knight abusa a veces de planos demasiado calculados, sobre todo del exterior del coche en el que Locke hace el viaje de su vida. ¿A qué vienen planos de los laterales del coche o en los que se ve el retrovisor derecho sin sacar partido de ello? Los del interior, cuando habla con su padre mientras mira el retrovisor central aún tienen cierta lógica, y mucho de obvios, es cierto, está mirando su pasado. Por otro lado, si en el film de Cortés el tiempo era vital, aquí no lo es, aunque se trate de demostrar que sí. ¿es realmente necesario que Locke realice algunas de las llamadas que hace?
En lo que sí es una maravilla la película es en el impresionante tour de force que realiza el actor Tom Hardy, una de esas bestias pardas que parecen poder con cualquier tipo de personaje que les echen. Hardy pasa la prueba de sostener una película él solito con nota muy alta. El tono de su voz, con ese acento británico tan bien marcado, es su arma más potente, controlando cada uno de sus certeros discursos, por así llamarlos, o los momentos de rabia, sin pasarse ni un milímetro de su cometido, logrando además una naturalidad terrible. En él está lo más interesante de la película, lo mejor de lejos, capaz de hacer interesante una propuesta que a ratos se resquebraja como un edificio mal construido.
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