'Lobezno inmortal', desafortunado desperdicio

Creo que fui de los pocos a los que, aún siendo consciente de sus notorios problemas, 'X-Men orígenes: Lobezno' ('X-Men Origins: Wolverine', Gavin Hood, 2008) entretuvo lo suficiente como para no tener la compulsiva necesidad al salir del cine de despotricar a conciencia contra las muchas fallas de la producción, y prefirió —no me preguntéis ahora por qué, ya os lo explicaré en su momento en el especial de "Cómic en cine"— considerar la cinta como una más dentro del montón que conforman los más irregulares títulos salidos del universo cinematográfico de esa "Casa de las Ideas" que es Marvel.

Y es precisamente por este motivo por el que tenía bastante claro que muy mal lo tenían que hacer los responsables de 'Lobezno inmortal' ('The Wolverine', James Mangold, 2013) para que mi grado de conformidad acerca de este nuevo acercamiento al mutante por excelencia fuera menor que el que había tenido con su anterior aventura en solitario, máxime si consideramos, de una parte, que la cinta olvidaba todo lo que 'Orígenes' planteaba y, de la otra, que el presente filme vendría basado en una de las tres mejores historias que se han publicado sobre el personaje, aquella que pergeñaran Chris Claremont, Frank Miller y Paul Smith allá por principios de los ochenta y con la que arrancaba la serie en solitario del feral hombre-x canadiense.

La insoportable levedad de ser mutante

Con estos mimbres de partida, como decía, resultaba complicado que 'Lobezno inmortal' terminara siendo el decepcionante desperdicio de talento, tiempo y dinero —tanto el que se ha invertido en la realización del filme como el que desembolsa aquél que acuda a su sala de cine habitual a ver la cinta— que termina siendo por mor de diversos factores entre los que cabe destacar dos: guión y dirección.

Y mira que la pareja formada Mark Bomback y Scott Frank lo tenía fácil; que sólo necesitaban tomar como base lo escrito por Claremont hace tres décadas y modernizar/actualizar aquello que hiciera falta para contentar a las audiencias de hoy en día —que probablemente no habrían entendido algunas de las actitudes formuladas en el cómic—; pero no, era mejor plantear una historia cuya funcionalidad queda puesta en entredicho una y otra vez y que arrastra a Logan por terrenos que, queriendo explorar la dualidad mortalidad/inmortalidad, acaban por llevarlo a una suerte de diván en el que el ritmo de la cinta se recuesta y acomoda presto a pasar por la mirada psicoanalizadora de un público que lo que va buscando no es precisamente eso.

Tras un arranque espléndido, que nos traslada a Nagasaki momentos antes de que "Fat Man" arrasará la ciudad nipona en 1945, la cinta nos presenta a un Logan que vive en los bosques del Yukon canadiense alejado de la civilización después de que (alerta spoilers) acabara con la vida de Jean Grey al final de la olvidable 'X-men. La decisión final' ('X-Men. The Last Stand', Brett Ratner, 2006) (fin spoilers). Habiendo abandonado pues su faceta más salvaje, Logan recibe la invitación de regresar a Japón a petición de Yashida, un multimillonario al que nuestro héroe salvó la vida el día en que cayó la bomba sobre Nagasaki.

Una vez allí, Lobezno conocerá a Mariko, la nieta de un Yashida que le ofrecerá aquello que el mutante parece anhelar más que nada en el mundo, poder ser mortal, eliminando su factor curativo por mano de una intrigante bioquímica que oculta más de lo que parece a simple vista. Hasta aquí, y como todavía se encuentra planteando lo que trascenderá más tarde, el filme se deja ver con facilidad, la misma con la que transitan las dos secuencias de acción que nos conducen al segundo acto.

Es en este donde todo el interés que hasta entonces se podría haber tenido hacia el argumento se disuelve por mor de una trama romántica metida con calzador y a empujones que, paradójicamente, en el cómic quedaba perfectamente justificada, lastrando hasta lo indecible el ritmo de una cinta que ya no podrá levantar cabeza hasta la espléndida incursión que supone la por otra parte inevitable escena post-créditos, sin duda alguna, lo mejor de la proyección.

Resolviendo de la manera más ramplona posible todo el entramado de intereses corporativos sobre el que supuestamente debería sustentarse el interés de la cinta , el clímax final, al que la cinta llega acumulando cada vez más imposibles absurdos, queda lejos de ofrecer algo que sea capaz de sorprender al espectador, ya a nivel visual, y ahora pasaré a comentar la labor de Mangold, ya en lo que a las poco sorprendentes revelaciones del argumento concierne.

De lo inane en 'Lobezno inmortal'

Mas no sería del todo justo hacer plenos responsables del desastre de función que es 'Lobezno inmortal' al trabajo de su pareja de guionistas cuando la labor del todoterreno James Mangold es de lo peorcito que hemos podido ver en una cinta de superhéroes. Hombre, siendo honestos, no llega al execrable nivel que alcanzaban Neveldine y Taylor con la segunda entrega de las aventuras de cierto motorista, pero eso no quita para que lo que el realizador de la muy interesante 'Identidad' ('Identity', 2003) o el espléndido remake de 'El tren de las 3:10' ('3:10 to Yuma', 2007) ofrece aquí se arrope en la mediocridad de principio a fin.

Y si podríamos habernos dejado engañar por el prólogo del filme y lo correcto de todo lo que precede a las dos primeras set-pieces, si estas dejan algo claro es que, con la ironía que ello comporta dado el filme que firmó el cineasta antes que éste que nos ocupa, Mangold no parece la elección más idónea para colocarse detrás del objetivo a la hora de manejar secuencias de acción, mostrando tanto la que transcurre en el templo como aquella que le sigue en el tren bala una torpeza narrativa tan burda como imperdonable en un filme de estas características, aumentada, si cabe, de mano del impoluto carácter que muestra la violencia, tan blanca como un podría esperarse de un filme PG-13.

En el terreno interpretativo el filme tiene poco o nada que ofrecer más allá del disfrute de ver otra vez a Hugh Jackman encarnando al personaje que lo llevó a la fama, al que tiempo ha le tomó la medida. Pero, como decía, al margen del actor, nada hay que pueda valorarse en el resto de un reparto que se mueve entre lo hierático y lo sobreactuado, no habiendo lugar para ese término intermedio que tanto hubiera sido de agradecer.

Aburrida, larga y sin nada nuevo que ofrecer sobre Lobezno —por más que se afane en hacernos creer que las recurrentes ensoñaciones sirven para algo más que lastrar el ritmo de la acción—, resulta desafortunado que lo mejor de la cinta sea la citada escena post-créditos, una que (atención spoilers) sirve de puente para lo que podremos ver el próximo año de mano de Bryan Singer y que deja planteadas las bases para lo que se antoja un regreso por la puerta grande de una franquicia, la mutante, necesitada ahora más que nunca de un filme a la altura de sus dos primeras entregas.

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