Por más que a mis 38 años, y después de casi treinta desde que lo descubrí, siga siendo coleccionista esporádico de LEGO y estas últimas Navidades mi estanterías se hayan visto por fin engalanadas con un Halcón Milenario que llevaba años solicitando de "los Reyes Magos". Por más que, mientras tuve la Play 3, los juegos de LEGO de los universos de 'Star Wars', 'Indiana Jones' y 'Harry Potter' fueran mis favoritos por encima de las propuestas más espectaculares que uno podía encontrarse por ahí. Y por más que, con sólo dos años y medio, mi hija ya haya mostrado cierta inclinación hacia el montaje y desmontaje de alguna que otra caja de LEGO Duplo, lo cierto es que esperaba muy poco de esta 'La LEGO película' ('The LEGO Movie', Phil Lord y Chris Miller, 2014).
A fin de cuentas, innumerables son las ocasiones en que Hollywood la ha pifiado vilmente a la hora de trasladar juegos a la gran pantalla, ya sean éstos de mesa —todavía me duele al recordar 'Battleship' (id, Peter Berg, 2012)—, ya los incontables videojuegos que suman minutos y minutos de pérdida constante de tiempo cinematográfico, y pocas son las honrosas excepciones que de uno y otro frente cabe la pena rescatar de la más que justa quema. Y no es que 'La LEGO película' no contara con atractivos suficientes como bien demostraban cualquiera de sus avances, pero la poca fe en lo que al otro lado del charco pudieran hacer con un universo de piezas con tantísimas posibilidades se acrecentaba conforme se acercaba el estreno. Huelga decir que no es que estuviera equivocado, es que la cinta ha cogido mis temores, les ha dado una vuelta completa y me los ha devuelto de la manera más maravillosa posible, en la forma de una producción asombrosa de principio a fin que se ha colocado con asombrosa facilidad entre mis producciones animadas favoritas de todos los tiempos.
Llegar a afirmar tal cosa no es fruto de una locura transitoria ni mucho menos de haberme dejado llevar por la emoción. No. Considerar que estamos ante uno de los mejores filmes animados de todos los tiempos es el directo resultado de 100 minutos para los que cabría usar cualquiera de los muchos epítetos de elogio que atesora el castellano y que no voy a desglosar por aquello de guardar las formas y no parecer un fan descerebrado incapaz de observar objetivamente —todo lo objetivamente que se puede observar el arte— la producción y ofrecer un análisis mesurado de los aciertos y las fallas de la misma.
Pero claro, dichas loables intenciones, que casi siempre encuentran rápida respuesta en cualquier título al uso, comienzan a desmoronarse al acercarnos a un filme IRREPROCHABLE del que, sinceramente, no se me ocurre nada negativo que poder llegar a afirmar: desde cualquier ángulo técnico bajo el que se le quiera mirar, ya sea éste lo que corresponde a una espectacular animación —la stop-motion simulada es alucinante—, a una dirección y montajes soberbios y hasta en aquello que compete a la banda sonora del normalmente irregular Mark Mothersbaurgh, 'La LEGO película' se eleva muy por encima de la media, ofreciendo un recital constante de imaginación visual que no decae en un sólo minuto de proyección, algo sorprendente si se considerara a la cinta de forma aislada, pero aún más asombroso si la comparamos con la media de lo que se estrena cada fin de semana. ¡Si hasta el doblaje es espléndido y evita españolismos!
Ahora bien, es en lo que al guión compete donde 'La LEGO película' encuentra su baza más genial y brillante, aquella que le permite dejar mudo a toda una sala plagada de peques —y no estoy exagerando, fue comenzar la cinta y los niños que pululaban por el cine enmudecer hasta que las luces se encendieron— y que juega tan bien en dos terrenos tan diferentes y de tan complejo maridaje, que los resultados justifican de forma plena el describir la cinta en los términos en los que lo estamos haciendo: pocos filmes hay, y lo que hay son considerados obras maestras de la animación, que accedan con la suma facilidad que éste lo hace a aludir a pequeños y mayores por igual. Para los primeros, el filme es un espéctaculo de esos que no van a olvidar en su vida, una montaña rusa de emociones plagada de personajes carismáticos, desarrollada en un mundo al que pueden tener acceso con cualquier caja de LEGO, sea ésta lo pequeña que sea, plena en ese sentido del humor tan especial y absurdo que los niños tan bien entienden y con una lección clara que no olvidar: nunca hay que dejar de jugar.
Esa misma lección, aplicada a los segundos, ve la potencia de su mensaje aumentada sobremanera —máxime si se es padre— y el sentimiento que embarga al espectador adulto en los últimos minutos de metraje habla por si solo del amplio calado emocional al que atiende un filme plagado de referencias, chistes y cierta crítica social que sólo los mayores serán capaces de apreciar en su más compleja dimensión, hablándoles la historia del poder de la individualidad, la esperanza, la amistad y, sobre todo, la IMAGINACIÓN. Una imaginación que desborda por los cuatro costados en una experiencia cinematográfica inolvidable, que deja con ganas de quedarse sentado en la sala y esperar a que comience la siguiente función para poder internarse de nuevo en un mundo al que, no cabe duda, volveremos cuando menos los esperemos. Solo resta desear con fuerza que esa confirmada secuela consiga tocar siquiera de refilón la maestría demostrada aquí y que, cuando toque volver a correr aventuras con Emmet, Super Cool y Batman —inconmensurable el personaje en versión LEGO—, éstas se desarrollen, como poco, en términos sobresalientes.
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