Durante cinco lustros los rumores sobre una nueva película de la saga ‘Star Wars’ se sucedieron sin descanso (como ese, recalcitrante, que aseguraba continuamente que esto era una trilogía de trilogías, bulo desmentido en muchas ocasiones) hasta que por fin llegó ‘La amenaza fantasma’ que inauguraba una nueva trilogía, la cual, como muchos ya sabían, contaba acontecimientos anteriores a los de la primera (que no en vano eran los capítulos IV, V y VI). En esa ocasión, veríamos el capítulo I, el inicio de todo, en una estrategia narrativa y comercial (la de contar los inicios) que hemos visto en sucesivas grandes producciones.
George Lucas regresaba (después de jurar, por el tenso y duro rodaje del episodio IV, que nunca más se pondría en la silla de director…) al puesto de realizador, aparte de diseñar la historia y los personajes. Y se centraría, sobre todo, en una única idea: el desarrollo de la personalidad del trágico Anakin Skywalker, y los fatales hechos que le arrastraron al lado oscuro de la fuerza. Todo en esta trilogía (que de aspecto visual está mucho más unificada que la primera, al menos) gira en torno a esa idea. Aunque es tristemente cierto que Lucas se puso el listón muy bajo a la hora de llevarla a cabo.
En realidad, la estrategia estaba clara: tres películas de estructura muy similar a las tres anteriores. Esto significaba una primera parte muy luminosa y casi ingenua, una segunda parte oscura y compleja, y una tercera parte redentora. La jugada no le salió del todo bien. Esta primera parte adolece de una desgana y una falta de fuerza narrativa realmente importantes. Por supuesto, todo plagado de muchísimos efectos especiales, con ingente trabajo en CGI, en aras de un universo cuanto más detallado, vistoso y trepidante, mejor.
El niño Anakin
Uno de los aspectos más interesantes de esta nueva trilogía, tan denostada por muchos, es su concepto de relato profundamente político, que establece una parábola (como no podía ser de otra manera) con el mundo real. De hecho, todo comienza con un hecho absolutamente fortuito, que es el extraño bloqueo de la Federación de Comercio a un planeta tan poco importante, estratégicamente, como Naboo, hogar de los Gungan y de los Naboo, y cuya reina electa (la princesa Amidala, una hierática Natalie Portman) viene a ser una figura política a merced de los senados y grandes corporaciones políticas, a las que poco importa la situación de los más débiles. A todos nos vienen a la cabeza ejemplos de países en situaciones similares.
Para llegar a un acuerdo imposible, acuden dos Jedi (Qui-Gon Jinn y Obi-Wan Kenobi). En primer lugar, choca mucho que el maestro de Kenobi ya no sea Yoda, tal como ambos afirman en el V y VI capítulo. En segundo, se agradece la presencia del gran actor que siempre es Liam Neeson. A sus 46 años, y con los galones ya ganados, es el motor de la historia, el personaje más fuerte y definitorio. McGregor, un actor a menudo blando, no es más que un fantasma durante casi toda la película, sin apenas diálogos ni importancia dramática. Seguimos a ambos en un arranque que no está nada mal, aunque deja con ganas de más. Lucas ha echado el resto en la creación de droides y efectos sonoros, pero a los diálogos les falta chispa y naturalidad.
Todo parece demasiado trazado por la mano de Lucas, en lugar de un desarrollo más orgánico y veraz. Los Jedi terminan en Naboo, y conocen a un personaje que intentaba ser un recurso cómico y que ha terminado sufriendo las iras de los aficionados, porque maldita la gracia que tiene. Es, claro, Jar Jar Binks, un gungan que les llevará a la ciudad de su raza, bajo el agua. Allí conseguirán un vehículo que les lleve al otro lado del planeta, llevando consigo a Jar Jar, claro. La secuencia marina, con enormes peces carnívoros que pugnan por devorarles, es tremendamente aburrida y parecen dibujos animados Disney.
Por cierto que antes hemos conocido a Darth Sidious/Palpatine, interpretado por el mismo actor, cosa curiosa, que en las películas originales, el estupendo Ian McDiarmid. Él es la amenaza fantasma en la sombra, y tiene un extraño y nunca aclarado deseo de destruir a Amidala. Los jedi liberan a Amidala (algunas veces ella misma, otras su señuelo) de su cautiverio y acaban, claro, en Tatooine. Parece todo muy forzado a conocer a Anakin en ese planeta, de tal forma que el relato carece de frescura y credibilidad. Es decir, nos lo creemos porque nos apetece, nada más. El tema de los droides (que R2d2 era uno de los droides de Amidala, y que C3po fue construido por el propio Anakin…) es aparte: no se lo cree nadie, y es completamente incoherente con multitud de detalles de las películas originales que muchos aficionados sabrán y no hace falta nombrar aquí.
Anakin, un niño esclavo de ocho años, con una soberbia y un verbo impensables en un niño esclavo de su edad, se dará a conocer en la tienda del grimoso Watto. Está interpretado con escasa fuerza (y no es un chiste fácil) por el poco interesante Jake Lloyd, que no ha hecho nada desde entonces. Inmediatamente, Qui-Gon percibe que el chico es especial, y empieza a considerar (qué manido está esto ya) que puede ser el niño de la Profecía Jedi, el que traerá el equilibrio a la galaxia. Lo cierto es que no se puede contar esta historia con menos épica y con menos sentido de la maravilla. En realidad, parece una teleserie de ‘Star Wars’.
Conclusión a la primera parte
Para no hacer esta entrada demasiado larga, concluiremos aqui, a la hora exacta de metraje, con esta primera parte de la película. Hasta este momento poquísima acción y aventuras. Y, la que hay, algo torpe y sin gracia, como el momento en que escapan de Naboo y R2d2 consigue devolver la energía a la nave. Ni una sola secuencia destacable (algo que cambia, por suerte, en la segunda parte de la película) y muy poca autoexigencia. Junto con ‘El retorno del Jedi’ nos encontramos con los momentos más bajos de ‘Star Wars’. Se salva por la presencia de Liam Neeson y algunos hallazgos sinfónicos de Williams que, fusionado a la perfección con el ajustado montaje de Ben Burtt y Paul Martin Smith, logra un ritmo fluido y veloz. Es decir, no ocurre nada, pero por lo menos se nos pasa todo volando. La fotografía del artesano David Tattersall, sin embargo, no tiene nada destacable.
Hay un gran mérito y coraje, incontestable, a la hora de contar una historia anterior a la primera trilogía. Pero no todo puede ser el mérito de intentarlo.
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