Michael Haneke lleva más de dos décadas indagando, sin descanso, en el mismo tema: las raíces del fascismo. Para algunos analistas investiga sobre la violencia, pero en realidad su búsqueda es más compleja, más nítida y más apasionante que esa que, en cierto modo, buscan todos los artistas, pues investigar sobre la violencia (que en sí misma no es dañina), es investigar sobre la miserable condición humana. Pero Haneke ya da por sentada esa condición, y lo que quiere es que nos preguntemos, como él mismo, de donde proviene tanta crueldad, tanta ignorancia, tanta barbarie.
Esa es la razón de su quehacer como cineasta, que desde la fundacional ‘Funny Games’, es un quehacer admirado por todos los espectadores que no se contentan con la representación de los resortes del horror predigeridos provenientes del otro lado del charco, si no que están dispuestos a que les provoquen una despiadada lucha consigo mismos, desprovistos ya de héroes, de finales felices, de lugares comunes, de asideros morales y de redenciones que no pueden aportar nada a quien las contemple, más allá de una evasión de este mundo (que es, casi siempre, el peor imaginable), y una mentira perpetuada por cineastas bien pagados, que cumplen su función de títeres, de urdidores de falsedades confortables. Sin embargo, existen cineastas de un coraje ilimitado, que aprecian al espectador lo bastante como para ponerles un espejo en la cara y mostrar así los abismos de la perversidad. Michael Haneke es uno de ellos.
Magistral relato, muy intrincado, pero resuelto con precisión y contención formal apabullantes, ganador con todos los merecimientos, en el último Festival de Cannes (parece un chiste de mal gusto que se estrene nada menos que siete meses después) de la Palma de Oro y del premio FIPRESCI, y, hace pocas semanas, del premio a la Mejor Película Europea. Haneke alcanza su cumbre con este filme, después del coherente y escalonado discurso que ha ido elaborando en la pasada década con, sucesivamente, ‘Código desconocido’, ‘La pianista’, ‘El tiempo del lobo’ (la menos interesante, pero no por ello desdeñable, de todas), ‘Caché’ y el remake americano de ‘Funny Games’, y que le ha convertido en el eminente cineasta que ahora es.
La puerta trasera del horror
En un idílico pueblo protestante del norte de Alemania tendrá lugar una serie de acontecimientos misteriosos y brutales, narrados por una voz en off perteneciente al maestro del lugar, un anciano que cuenta la historia “parcialmente, de oídas”, y que en la época en que se sitúa la acción cuenta con treinta y muy pocos años. En parte, investigará los sucesos, de modo que el personaje funciona al mismo tiempo como narrador y como artífice del parcial desvelamiento de los misterios (palizas, incendios, accidentes incomprensibles) que sacuden la conciencia de todo el pueblo y amenazan con minar la autoridad de los poderes establecidos. Haneke irá tensando la cuerda lenta pero implacablemente, haciendo malabares una vez más con nuestras expectativas y dejándonos desamparados y exhaustos en la conclusión.
Porque de tensar la cuerda se trata. Su condición de inmenso flash-back y la formalización que Haneke lleva a cabo de los conflictos y peripecias de un grupo de más de veinte personajes entrelazados con virtuosismo, distanciada y aparentemente gélida, se ve contradecida por un magma subterráneo de mentiras, atrocidades y secretos a voces, cargas de profundidad invisibles pero cuya hedionda verdad termina por traspasar los poros de la cotidianeidad, para instalarse por siempre en la retina y en la memoria del espectador, que desprevenido por la apariencia de normalidad baja la guardia y se ve atrapado por las redes de Haneke. Un ejercicio de geométrica exactitud que primero se toma su tiempo para establecer situaciones, relaciones y réplicas, para terminar en un crescendo de barbarie desoladora.
Se ha emparentado esta película con ‘Escenas de caza en la Baja Baviera’ (Fleischman, 1969) y el parentesco no es lejano, pero por su riguroso y formidable blanco y negro, obra de Christian Berger, por la hondura y exactitud de sus imágenes, por la cercanía geográfica y cultural, no me parece descabellado asumir su paralelismo con la obra maestra de Dreyer ‘Ordet’, aunque si bien en aquella se trataba de la búsqueda y confirmación del mundo espiritual, en un diálogo insuperable con Dios, en esta se trata de la búsqueda y confirmación de la maldad en estado puro, de los brotes de lo que luego será la cantera de criminales más despiadados de la historia, en un diálogo insuperable con el Diablo, que dejó el huevo de la serpiente en todos nosotros.
Es fascinante el modo, completamente creíble, en que Haneke establece un efecto mariposa capaz de unir, como si fueran vasos comunicantes irremediables, los hechos del pequeño pueblo apartado del mundo con el asesinato del archiduque en Serbia, que propiciaría la I Guerra Mundial. Para Haneke, que como todos los grandes artistas sabe que todos estamos interconectados, más que casualidad, hay una dinámica causa-efecto que algunos llaman predestinación y que no son si no el inefable destino del ser humano, en el que si algo puede ir mal, irá peor.
Zarandeados por este vendaval de gran cine no queda si no rendirnos a la evidencia. Es la mejor, la más valiente, arriesgada y notable película de 2009.
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Sevilla Festival de Cine Europeo 09: ‘La cinta blanca’, el mejor Haneke
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