'Jurassic World: Dominion' es la mejor secuela de la saga: una aventura sin filtros, sin límites y con un corazón tan grande como la cabeza de un T-Rex

Como un treintañero que se aterró siendo un crío con la magnífica 'Parque Jurásico' y su fantástica y menospreciada a partes iguales continuación, no he sabido congeniar con la saga 'Jurassic World' hasta la fecha. Pese a sus encomiables esfuerzos para ofrecer experiencias diferentes, repletas de personalidad y ejecutadas con gran precisión, ambos filmes me dejaron cierto poso de desencanto al parecerme demasiado conscientes del legado al que se afanaban por honrar.

Si a este punto de partida sumamos el hecho de que buena parte de la campaña promocional del cierre de la trilogía ha optado por apostar con fuerza por ese componente nostálgico tan en boga en la Meca del cine, es comprensible que mi camino hacia el cine haya estado dominado por la pereza y por unas expectativas prácticamente nulas que se adelantaban a una probable explotación obscena y desangelada de los recuerdos de hace ya tres décadas.

Después de salir de la proyección de 'Jurassic World: Dominion' con una sonrisa gigantesca, no puedo menos que tragarme mis desconfianzas infundadas, porque este jolgorio jurásico estival me ha terminado surviendo en bandeja de plata 146 de los minutos más divertidos que van a pasar este año por nuestras salas de cine. Dos horas y media de la aventura más pura sin filtros, sin frenos y con un corazón tan grande como la cabeza de un T-Rex.

Welcome to Jurassic (ahora sí) World

Puede que una de mis principales pegas hacia la franquicia iniciada en 2015 esté derivada de la gran responsabilidad de llevar una palabra tan ambiciosa y grandilocuente como "world" en su título; pero al fin, tras el remake encubierto de la original y el ejercicio de horror a lo Hammer encorsetado en una mansión de 'El reino caído', 'Dominion' hace honor a su hombre con su épica a gran escala.

¿Recordáis cuando se rumoreó un crossover entre 'Fast & Furious' y 'Jurassic World'? Pues bien, esta película es lo más parecido que, probablemente, vayan a ver nuestros ojos. Y es que en este espectáculo pasado de vueltas y sin ningún tipo de limitación autoimpuesta hay cabida para el espionaje internacional al más puro estilo James Bond, el terror marca de la casa, la acción a toda velocidad e, incluso, el thriller ecologista. Una maravillosa locura sorprendentemente bien equilibrada.

Este cóctel imposible encuentra en su funcional —sin más— guión el que, probablemente, sea su componente más endeble. El libreto, que no deja demasiado espacio para las sorpresas a nivel argumental una vez sitúa todas las piezas sobre el tablero en su calculado primer acto, es demasiado sencillo de predecir y no está exento de clichés —ese villano a lo CEO de Apple...—, pero se las apaña para balancear acción, exposición y comedia con un pulso envidiable.

No obstante, donde más brilla el escrito de Emily Carmichael y Colin Trevorrow es en su unión de dos generaciones de héroes —y espectadores— sin caer en el reclamo comercial rancio. El regreso de Sam Neill, Laura Dern y Jeff Goldblum no se limita a lo estrictamente publicitario, y dota a sus personajes de un gran peso en la trama, mostrándose activos, encarrilando subtramas paralelas que convergen, y haciendo gala de una química que permanece intacta.

Por supuesto, redondeando un blockbuster digno de la más grande de las pantallas, está un tratamiento visual impecable, con unas set pieces planificadas, rodadas y editadas con un gusto y sentido de la cinética exquisito, con un diseño de producción apabullante y con una dirección de fotografía cortesía del veterano John Schwartzman que extrae oro de una relación de aspecto en 2:1 idónea. La guinda en un pastel arrollador que bien podría catalogarse —empatada con 'El mundo perdido'— como la mejor entrega de la saga desde el clásico de Steven Spielberg de 1993.

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