Qué lejanos quedan los tiempos en los que Drew Barrymore se ponía a las órdenes de Steven Spielberg para hermanarse con el extraterrestre más popular del celuloide, y cómo ha cambiado todo desde entonces. También quedan lejanos los tiempos en los que Adam Sandler hacía exactamente lo mismo que sigue haciendo ahora, a pesar de intentos de alejarse en ocasiones de su imagen, de la mano de Paul Thomas Anderson por ejemplo. Ambos han coincidido en tres películas incluyendo ‘Juntos y revueltos’ (‘Blended’, Frank Coraci, 2014), que les une con el director que les juntó por primera vez en un título tan prescindible como el presente.
Un tipo de comedia con toques escatológicos, algo que se convierte en moda, pero como con todo, hay que saber mantener el tono adecuado. Una de esas comedias que mienten literalmente sobre el amor, y nos lo venden como lo que no es, un camino de rosas y felicidad, aquí disfrazado a través de la historia de dos padres, uno viudo, la otra divorciada, cuyas vidas no parecen completas si no tienen pareja, y que están destinados a encontrarse sólo porque sí. Vivan las falacias.
‘Juntos y revueltos’ da comienzo con una cita a ciegas entre los personajes de Barrymore y Sandler, una cita que no sale precisamente bien. Ella vomita —detalle más cercano a lo que suele hace Sandler que a lo que hace ella—, y él se inventa una excusa para abandonar rápidamente el campo de acción. Las impresiones de ambos son de total rechazo, pero ‘Juntos y revueltos’ se empeña en demostrar que la primera impresión no es la que cuenta, o simplemente que no se debe juzgar a nadie nada más conocerlo. El problema es que el film sigue unos derroteros entre atrevidos, aburridos y directamente increíbles.
Dar vueltas a lo mismo de siempre
Las razones que utilizan los televisivos Ivan Menchell y Clare Sera apara volver a reunir a la pareja en distintas situaciones son de juzgado de guardia, un canto a la coincidencia más que al destino, pero sin orden ni criterio, única y exclusivamente con el fin de hacer avanzar la acción de un film por otro largo demasiado largo —uno de los males más extendidos en la comedia actual, y prácticamente en el resto de géneros—, que estira hasta la extenuación secuencias de relleno y presumiblemente graciosas. Por ejemplo, la de los avestruces.
Adam Sandler parece ya aburrido de hacer casi siempre el mismo tipo de personaje, su apática cara durante toda la película así parece demostrarlo. Drew Barrymore, que pone ella sola en vergüenza el ilustre apellido de su familia, cae un poco mejor, pero no demasiado, además da la sensación de estar supeditada al “universo Adam Sandler”, no obstante productor del film y máximo hacedor de todas sus comedias en las que el humor facilón, los toques conservadores y la vulgaridad están disfrazados con un falso traje de incorrección política.
Hay algún que otro toque gracioso con alguno de los secundarios. Al fin y al cabo hablamos de una película que dura casi dos horas y que a narices debe tener algo que despierte nuestro interés, eso sí, de forma efímera. En el lado opuesto fijarse en el racismo subyacente que hay hacia África, y no tan subyacente, es algo que sería mejor dejar de lado pero conviene citar, o el hecho de que para parecer una mujer debes ponerte un vestido espectacular y llenarte la cara de mierda. Ideas y mensajes que se quedan vetustos en todo su esplendor. Pero aun así esto tiene su público.
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