“Somos perdedores, y siempre lo seremos”.
Con esta frase, Andy Muschietti imprime el punto y final no sólo de su ‘It. Capítulo 2’, sino del estimable díptico a través del que ha llevado a cabo la hercúlea tarea de adaptar a la gran pantalla la igualmente titánica novela homónima de Stephen King. Un cierre que, además de dar la última pincelada a los temas y tesis sobre los que gira el largometraje, dice bastante de él en términos cinematográficos.
La ‘It’ de 2017, pese al notable sabor de boca que deja tras su efímero visionario, se reveló como un ejercicio dominado por los claroscuros; brillando en su faceta de drama iniciático, en la que resulta ampliamente emotiva y satisfactoria, pero decepcionando en su estridente y chabacana aproximación al terror —o más bien al sobresalto—. Virtudes y pecados en los que reincide un ‘Capítulo 2’ atado, lógicamente, a las fórmulas y bases planteadas por su predecesora.
Terror de estudio (para bien y para mal)
Con ‘It. Capítulo 2’ nos encontramos ante, probablemente, una de las producciones mas ambiciosas de los últimos tiempos en cuanto al género respecta. Su descomunal diseño de producción, la nutrida galería de criaturas que desfila por su metraje o sus espectaculares set-pieces sólo podían ser posibles gracias al respaldo de un gran estudio volcado con el proyecto; pero esta naturaleza de horror-blockbuster no tarda en revelarse como un arma de doble filo.
Y es que, facturas impecables e imaginarios pesadillescos aparte, lo nuevo de Muschietti no logra ocultar sus costuras. Puntadas que evidencian un producto calculado al milímetro y prefabricado para satisfacer al mayor espectro de público posible; algo que se traduce en un libreto que insiste sin necesidad en sobreexplicar y dejar cualquier subtexto bien masticado —hasta casi convertirlo en papilla—, y en un abuso de sustos, subidas de volumen y jumpscares de baratillo que atruenan el patio de butacas cada pocos minutos en lo que parece una muestra de desconfianza hacia la capacidad de atención del respetable.
Todo esto no debería suponer mayor problema —después de todo, la primera parte ya hacía uso y abuso de este tipo de recursos—, pero la gran diferencia entre ambas cintas, localizada en su duración, resulta determinante; siendo los abultados 165 minutos de este ‘Capítulo 2’ una prueba para la capacidad de aguante del respetable, y para su tolerancia a la repetición de mecanismos y a un diseño de sonido de lo más irritante que tienta a lanzar miradas furtivas al reloj.
Por suerte, esta secuela vuelve a cautivar del mismo modo que lo hizo la ‘It’ cinematográfica original: atacando mejor al corazón que a los nervios. De nuevo, el escritor Gary Dauberman ha extraído oro del tratamiento de personajes de King, devolviéndonos un Club de los Perdedores entrado en años, pero tan rico en matices y encantador como su versión preadolescente. Un grupo de protagonistas, orgánicos y naturales, ante los que es fácil caer rendido y con los que la conexión es prácticamente instantánea.
Puede que los grandes responsables de esta empatía casi mágica, más allá del director o el guionista, sean unos intérpretes que demuestran una vez más, y para asombro de nadie, por qué se sitúan entre los grandes nombres del panorama hollywoodiense. Lo que sí consigue sorprender es cómo, contando con dos gigantes de la talla de Jessica Chastain y James McAvoy, haya terminado siendo Bill Hader, el eterno secundario, quien haya robado todos los focos de la función, elevándose como lo mejor de ‘It. Capítulo 2’.
Con más despuntes cómicos que moldean un tono ligeramente inconsistente; un repertorio de monstruos, deformidades y salvajadas varias que terminan saturando por su ruidosa sobre explotación; y con muchísimo más músculo que ayuda a transformar el papel en fotograma, pero que revela en varias ocasiones la peor cara del CGI; la última adaptación hasta la fecha del maestro del terror literario vuelve a plantear un juego de caras y cruces.
Quienes lo abrazaron sin peros hace un par de años volverán a deleitarse con un “más de lo mismo pero más grande”. Quienes no terminaron convencidos por aquel entonces, encontrarán en él un enorme reto, tanto para sus posaderas como para su paciencia.
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